¿POR QUÉ ATRAE EL "ESTADO ISLÁMICO"?

Moussa Bourekba

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20.000. Es el número de yihadista extranjeros censados a finales de enero de 2015 que habrían entrado en Irak y en Siria para engrosar las filas de la Organización Estado Islámico (en adelante, OEI) y de otros grupos. El espectacular auge de la OEI en esta región y sus repercusiones a escala mundial (coalición internacional, actos terroristas en nombre de la OEI, etc.) obligan actualmente a muchos países europeos a luchar contra un fenómeno de magnitud mundial: la creciente salida de jóvenes y de menos jóvenes que abandonan el país en el que han vivido siempre para dirigirse a lugares donde la extrema violencia convive con una utopía político-religiosa.


Aunque se escriba entre comillas para negar sus atributos estatales e islámicos, lo que se sigue calificando como «organización terrorista» presenta características que superan ampliamente esta simple denominación. Y son precisamente esas nuevas características –territoriales, ideológicas, estructurales e incluso institucionales- las que deben llevarnos a reflexionar sobre las razones mismas del atractivo de la OEI si se pretende, a la larga, desactivarla, sobre todo teniendo en cuenta que los perfiles que la OEI atrae son cada vez más diversificados.


Los perfiles radicalizado-a-s tradicionales que era habitual considerar están actualmente superados: muchos yihadistas todavía responden al perfil de joven marginado, excluido en términos socioeconómicos y políticos, cuyo pasado se ha visto obstaculizado por dificultades personales o de delincuencia menor o media, y que se habría radicalizado entrando en contacto con un reclutador. Sin embargo, en los escasos estudios sobre este tema, aparecen perfiles cada vez más diversificados: convertidos (casi el 25 % de los yihadistas franceses, por ejemplo), personas procedentes de clases medias y familias enteras que se han marchado para vivir en «tierra del islam». ¿Cómo puede una «organización terrorista» atraer a estos diferentes perfiles? La Organización Estado Islámico es innovadora por su estructura, su proyecto, su ideología, así como por su impacto comunicacional.


Primaveras árabes, inviernos islamistas y veranos autoritarios


El contexto reciente en el que se ha acelerado este fenómeno presenta esencialmente tres momentos clave. En primer lugar, la famosa oleada de las «primaveras árabes» que generó enormes expectativas en materia de democratización. Sin embargo, al chocar contra algunas resistencias en Baréin, en Libia, en Yemen y, sobre todo, en Siria, precipitó a estos tres últimos países a guerras civiles, entre las que la guerra siria movilizó especialmente a la opinión pública y a las sociedades civiles debido a la extrema violencia y los horrores que la caracterizan.


La incapacidad de la comunidad internacional para reaccionar frente a la tragedia siria, la desastrosa gestión de esta crisis por las cancillerías occidentales, cuyas promesas de intervención no se materializaron, han contribuido a engrosas las filas del frente anti-Bachar al Assad; frente de la «resistencia» que se diluyó bajo la presión de la desmultiplicación de milicias y organizaciones con agendas políticas diferentes o incluso contradictorias. Al margen de los desarrollos regionales que esta situación provocó (desbordamiento del conflicto sirio al Líbano y a Irak), lo que debe tenerse en cuenta sobre todo es el resentimiento contra las promesas hechas y no cumplidas.


Desde una perspectiva regional, las demandas de cambio de régimen o de reformas constitucionales se tradujeron en la puesta en marcha de procesos electorales con el fin de concretar las expectativas revolucionarias. Tras las consultas celebradas entre 2011 y 2012, los partidos islamistas –que, sin embargo, no estaban en el origen de las revueltas- fueron elegidos mayoritariamente para conducir los procesos de transición (Egipto, Túnez) y de reformas (Marruecos), no solo debido a su virginidad política, sino también por los proyectos ambiciosos que defendían; proyectos que gravitaban en torno a los conceptos de justicia social y del islam como norma en la gestión de los asuntos públicos.


Ahora bien, al acceder al poder, estos partidos que representaban inicialmente una alternativa a los regímenes existentes pasaron a convertirse así en partidos de Gobierno, con diferente suerte, y acabaron perdiendo su carga contestataria. De este modo, el marroquí Partido Justicia y Desarrollo de Benkirane es percibido actualmente como un partido domesticado por la Casa Real, mientras que sus homólogos tunecinos de Ennahda han perdido claramente terreno: Nida Tounes, una coalición de partidos de oposición que reúne en particular a personalidades del antiguo régimen, ganó las legislativas de octubre de 2014 mientras que su líder, Béji Caïd Essebsi –ministro del Interior, de Defensa y de Asuntos Exteriores con el primer presidente tunecino Habib Burguiba, y posteriormente presidente del Parlamento en 1990-1991 con Ben Ali– ganó las elecciones presidenciales de diciembre de 2014. En Egipto, donde los Hermanos Musulmanes eran mayoritarios en la Asamblea del Pueblo, al tiempo que asumían la presidencia de la República, el golpe de Estado del 3 de julio de 2013 abortó la precoz experiencia democrática. Y lo que es peor, siguió una verdadera caza de brujas contra los Hermanos Musulmanes que se saldó con varios centenares de muertos en agosto de 2013, encarcelamientos masivos y una purga entre los dirigentes de la Hermandad.


A juicio de diversos actores (islamistas, salafistas, etc.) que aspiran a la instauración de regímenes verdaderamente islámicos, la conversión de algunos partidos islamistas en partidos de gobierno y, sobre todo, la feroz represión contra la hermandad egipcia demuestran que, exceptuando a Turquía, el proyecto islamista no puede materializarse a través de las urnas. De hecho, ese debate se produce dentro de las propias filas de la Hermandad que ha vuelto a entrar en contacto con la clandestinidad.


Por último, esta nueva era se ha traducido en la apertura de sociedades civiles y su creciente recurso a Internet para poder expresarse libremente y permitir que su mensaje llegue más allá de sus fronteras. Aunque esta explosión sea relativa, constituye un medio de comunicación actualmente crucial para una amplia gama de actores estatales (regímenes de Baréin y de Siria), pero también, y sobre todo, no estatales (activistas procedentes de la sociedad civil, etc.). En este sentido, la red se ha convertido actualmente en un nuevo espacio de enfrentamiento ideológico y de propaganda; una nueva situación que beneficia a muchas organizaciones y grupúsculos no gubernamentales como Ansar al Sharia, Al Qaeda o la Organización Estado Islámico.


En este contexto pues, es donde algunos decretan el cierre del paréntesis de las «primaveras democráticas» –en ocasiones presentado como el retorno de los antiguos regímenes-, en el que la OEI se desarrolla y se extiende. Esta situación tiene como telón de fondo la ausencia de una alternativa verdaderamente islamista, la multiplicación de las luchas ideológicas en la esfera virtual y, sobre todo, la continuación de la tragedia sirio-irakí.


Un proyecto político-religioso con tufos totalitarios


La estructura de la OEI es un elemento clave y central para la comprensión de los nuevos desafíos que plantea a quienes pretenden luchar contra ella. Fruto de un extraño matrimonio entre los pro-Saddam Hussein y Al Qaeda, esta antigua rama de Al Qaeda comparte ciertamente una ideología similar, comúnmente denominada «salafismo yihadista» (volveremos sobre ello posteriormente). Pero la traducción práctica es radicalmente diferente.


La Organización Estado Islámico pertenece efectivamente a la corriente salafista yihadista: una corriente que legitima el recurso a la violencia y que combina teología y teoría política. En el plano religioso, el salafismo yihadista pretende llevar a cabo un retorno a las fuentes mediante una lectura rigorista y libre de la contextualización con el fin de encarnar el islam original, el islam de los ancestros (salaf). Para ello, rechaza y prohíbe cualquier interpretación que difiera de su literalidad en la medida en que considera que cualquier divergencia de punto de vista conduce, a largo plazo, al debilitamiento de la comunidad (umma) y a su sedición (fitna).


En cambio, en el plano geopolítico, el salafismo yihadista recurre a una constante contextualización, ya que pretende defender a los musulmanes oprimidos allí donde se encuentren a fin de, en última instancia, reunirlos a todos bajo una única entidad: el califato islámico, llamado a renacer. La geopolítica sirve por tanto perfectamente a sus intereses, ya que le permite apoyar su argumento clave –Occidente ha declarado la guerra al islam-, basándose en la propia actualidad de la región y la realidad de las intervenciones militares en “tierra del islam”. Su lectura de las relaciones internacionales está calcada de manera exacta de la teoría del choque de civilizaciones instigada por Huntington y que impregna actualmente la mirada occidental sobre la región pero razona en sentido inverso: es Occidente el que declara la guerra al islam y les corresponde a los «musulmanes» luchar, cueste lo que cueste, junto a sus hermanos contra esa guerra apocalíptica. De hecho, la visión escatológica que reivindica la OEI se basa en la idea de que el fin de los tiempos se traducirá en un enfrentamiento generalizado entre musulmanes y no musulmanes. Además, según los defensores de esta corriente, este conflicto mundial estallará en el Sham, es decir la actual Siria.


Esta combinación entre lo religioso y lo político es especialmente atractiva, ya que ofrece una traducción concreta de un ideal religioso y se basa en cualquier intervención (Afganistán, Irak, Libia, Mali) o ausencia de intervención (Palestina, Siria, Birmania) occidental para justificar su pertinencia. En este sentido, a través del proyecto de Estado que aspira a encarnar, la OEI pretende materializar su mesianismo revolucionario.


La Organización Estado Islámico y el territorio: la doctrina yihadista santuarizada


A través del proyecto que defiende, la OEI saca claramente provecho de la situación. Al controlar un territorio casi equivalente al Reino Unido, con una cierta continuidad territorial, esta organización ha efectuado una ruptura radical con todo lo que una organización salafista yihadista había hecho anteriormente: inscribe el salafismo yihadista en un marco geográfico. Dicho de otro modo, tras varios años de reinado de Al Qaeda y de su doctrina del terrorismo desterritorializado, la OEI dota al salafismo yihadista de una base territorial. Todavía mejor, está desarrollando desde hace varios meses los atributos fundamentales de un Estado: un territorio cuyas fronteras aspiran a extenderse, una fuerza militar capaz de reinar sobre varios millones de almas, un poder ejecutivo en manos de Abu Bakr al-Bahgdadi y una serie de asambleas consultivas locales (majlis al choura), así como tribunales que se basan en la sharia, fuente única y exclusiva de la ley.


Al contrario que Al Qaeda que ha abogado y sigue abogando por la guerra contra «el enemigo lejano», a saber Occidente, la OEI preconiza hacer la guerra contra el «enemigo cercano». Dicho de otro modo, frente al terrorismo desterritorializado –doctrina guía que ha brindado tanto éxito a Al Qaeda-, la organización dirigida por Abu Bakr al-Bahgdadi, en base a sus propias conquistas militares y su asentamiento territorial, da la prioridad a la consolidación y a la extensión del califato.

En realidad, la Organización Estado Islámico extrae su fuerza de la diferencia fundamental de la que hace gala respecto de la organización a la que pertenecía. En las antípodas de Al Qaeda que considera prioritaria la lucha contra Occidente con el fin de materializar la lejana finalidad de su lucha –es decir un califato islámico-, el «Estado islámico» procede exactamente a la inversa: se establece territorialmente, consolida dicho establecimiento y promueve la expansión sin límite del califato potencial que pretende haber erigido. Es decir, es el reflejo concreto y físico de los ideales de Al Qaeda y de muchas otras organizaciones de la tendencia salafista yihadista.


Además, mientras que Al Qaeda se presentaba como una organización relativamente cerrada –que reunía esencialmente a muyahidines de Afganistán hasta el Magreb, pasando por Yemen- o que se apoyaba en yihadistas occidentales que vivían clandestinamente en la sociedad que deseaban atacar (atentados de Madrid y de Londres), la Organización Estado Islámico se presenta como una organización abierta, no selectiva y, sobre todo, que ofrece una tierra a todos aquellos y aquellas que comparten su proyecto.


La principal novedad de la OEI radica pues en el hecho de que la organización se parece cada vez más a un verdadero movimiento. Un movimiento que posee su propia marca de fábrica: la bandera negra con el sello de la profesión de la fe musulmana, el índice derecho levantado hacia el cielo, el lema –controvertido- «baqyia» («permanecer, mantenerse», es decir, el Estado islámico está aquí para quedarse) así como una violencia tan extrema que hasta Al Qaeda ha considerado que era demasiado brutal.


La existencia de un territorio que permite santuarizar la doctrina yihadista es el núcleo de la estrategia adoptada por la OEI, no solo en materia ideológica sino también en materia de comunicación.


El choque de civilizaciones: la estrategia invertida


Vivir a cara descubierta en un territorio controlado por aquellos con quienes se comparte la ideología totalitaria, ¿qué «organización terrorista» puede alardear actualmente de garantizar tal trato de favor a sus adeptos? Rompiendo así con la clandestinidad propia a Al Qaeda y a otros grupos, la OEI está así dotada de una configuración que le permite invertir importantes sumas de dinero y energía para autopromocionarse en todo el mundo.


Para afirmar su marca de fábrica, la OEI ha hecho una aparición en escena estrepitosa por la extrema brutalidad que caracteriza sus actuaciones y gestos contra el enemigo, ya sea este «cercano» o «lejano» (occidentales). Su incorporación a la agenda mediática ha sido gradual, siguiendo una lógica que revela precisamente su estrategia comunicacional. Los castigos, las torturas y actos violentos reservados a las minorías a las que ha perseguido y sigue persiguiendo (en particular, los cristianos y los yazidíes) han tenido una repercusión mediática que ha rivalizado en gran medida con los miles de vídeos terroríficos enviados por las facciones pro y anti-Bachar. Sobre todo, a finales del verano de 2014, la OEI supo llegar al mundo entero mediante la puesta en escena, extremadamente estética y calculada, de las ejecuciones de rehenes occidentales. Más allá de las técnicas cinematográficas empleadas, la puesta en escena de la brutalidad y de la violencia no deja nada al azar: la ropa naranja que llevan los «enemigos» recuerda indudablemente a los prisioneros de Guantánamo, mientras que la ejecución por la crucifixión y/o la decapitación remite a la imagen de un movimiento que ni transige ni negocia con el enemigo (oficialmente).


La OEI se muestra determinada y dispuesta a todo por el proyecto que sus partidarios defienden. El rehén occidental representa así a Occidente y el castigo que tiene reservado debe supuestamente encarnar simbólicamente los castigos y las humillaciones a los que están sometidos miles de musulmanes en el mundo. La guerra contra Occidente se resume por sí sola en una secuencia de unos minutos. El hecho mismo de que el «Estado Islámico» se muestre innovador en su barbarie y recurra a símbolos que suscitan el horror (jordano quemado vivo en una jaula) y la indignación (biblioteca de Mosul quemada, monumentos arqueológicos destruidos) tiende a poner de manifiesto el objetivo clave de esta sed insaciable de comunicación: que se hable de ello en el mundo entero y provocar una reacción en un registro emocional fuerte. La reacción, teñida de emoción y alejando por tanto mecánicamente cualquier interpretación, o incluso, decisión racional, permite así convencer de su intransigencia y su determinación para, con el tiempo, atraer a su territorio a los últimos que dudan. En este sentido, cabe preguntarse si la OEI ha ganado, al precipitar la constitución de una «coalición internacional» anti-OEI, a raíz de la ejecución de rehenes occidentales, mientras no se ha constituido ninguna coalición anti-Bachar a pesar de los centenares de miles de víctimas sirias. Así es como la OEI ha conseguido, gracias a los choques psicológicos que ha suscitado, precipitar un enfrentamiento militar. Es algo todavía más plausible si se tiene en cuenta que las potencias implicadas en los bombardeos reconocen hoy no haber definido ningún objetivo estratégico claro, hasta tal punto que muchas discusiones y maniobras apuntan actualmente a la posibilidad de formar alianza con el antiguo enemigo n°1 –Bachar al Assad– que ha pasado a ser el enemigo n°2 desde la ascensión de Al Baghdadi.


Si algunos disponen de filtros para interpretar estas realidades de manera no maniquea, cabe preguntarse qué impacto tiene tal configuración en un contexto marcado por dos percepciones belicistas donde la «guerra contra el terrorismo», promovida por muchos Estados, se enfrenta al discurso de la OEI que pretende defender el islam frente a la guerra que le habría declarado Occidente. En una lectura huntingtoniana –utilizada por la OEI y también por algunos actores conservadores en Occidente-, se tendría la tentación de ver en ello un verdadero enfrentamiento entre dos entidades supuestamente homogéneas, dicho de otro modo un «choque de civilizaciones». Esta es la lectura que fomenta la OEI al calificar a esta de «última cruzada» que opone a la umma y los «infieles». En este contexto, debido a la emoción y al terror que extienden, los tiroteos de Ottawa y de Sídney (los días 22 de octubre de 2014 y 15 de diciembre de 2014, respectivamente), las matanzas de París (7-9 de enero de 2015) o de Copenhague (14 de febrero de 2014) tienden a ilustrar –tanto para sus promotores como para algunos detractores- una especie de profecía autocumplida: la materialización de esa «guerra global».


Salafismo yihadista 2.0: un «neoyihadismo»


Más allá de esos canales de comunicación que casi cabría calificar de institucionales, la OEI despliega, a través de sus partisanos in situ y de sus adeptos en el mundo entero, un increíble arsenal de comunicación.


El simple hecho de que las personas –de numerosas nacionales- que se han unido a las filas de esta organización vivan en este territorio entre Siria e Irak a cara descubierta abre un horizonte casi ilimitado en materia de comunicación. En este contexto, el Estado islámico, a través de sus agencias de producción y de difusión (incluidas Al Furqan Media y Al Hayat Media Center), realiza cortometrajes, mediometrajes y largometrajes en los que se pone en escena los espectaculares éxitos militares del grupo. Los comunicadores de la OEI llegan incluso a recurrir a vídeo juegos muy violentos y populares (Call of Duty, Grand Theft Auto) para seducir a algunos jóvenes que buscan adrenalina.


Sobre todo, el desarrollo estos últimos años de las redes sociales y su impacto en materia de comunicación constituye una baza que la OEI y sus adeptos han aprovechado perfectamente. Estas redes, en su mayoría públicas o de naturaleza pública (Facebook, Twitter, Instagram, Youtube e incluso Vine), cumplen esencialmente dos funciones: por una parte, propagar el terror, sembrando así confusión en la opinión pública (difusión de imágenes y vídeos violentos); por otra parte, desplegar una propaganda que no solo informa sobre los avances de la OEI en el plano militar y estatal sino también, y sobre todo, permite seducir y reclutar a nuevas personas.


En este último punto, el desafío planteado por el desarrollo de redes sociales y su utilización es de gran magnitud. En efecto, los vídeos de innumerables yihadistas conectados a las redes sociales crean un efecto en cadena impresionante: cualquier joven extranjero que se haya unido al «califato» puede así probar la adrenalina a la que le incitaron los vídeos que veía. La violencia extrema, el dominio de las armas, las conductas de riesgo así como el discurso fundamentalista que justifica cualquier exceso de violencia se difunden masivamente a través de las redes sociales y de numerosos foros. 

Estos espacios de expresión egocentrados permiten por último a cualquier joven, ya se trate de un exdelincuente o de un joven que simplemente busca un sentido a su vida, convertirse en héroes en el seno de una verdadera guerra global de la que pretende ser actor. El Estado islámico genera así casi un centenar de miles de tuits al día y dispone de importantes transmisores virtuales para hacer valer sus ideas en todo el mundo.


Ahora bien, esta parte comunicativa y emocional en la que Occidente centra su foco de atención oculta esencialmente otra comunicación, igual de bien concebida y calculada, más perfilada y más focalizada. Porque el hombre que ejecuta fríamente a un «infiel» puede aparecer en la misma secuencia filmada en plena operación humanitaria con huérfanos. Esta comunicación se dirige precisamente a cualquier persona potencialmente atraída por el Estado islámico por otros motivos que la barbarie que practica. En efecto, el Estado islámico y muchos de sus partidarios en Internet producen centenares de vídeos de propaganda en los que muestran las virtudes de la vida en la tierra del islam. Entre estos vídeos, están los muy populares muyatuits (neologismos de muyahid, «combatiente de la yihad» y tuit): estas secuencias muy cortas, extremadamente estéticas, ponen en escena a yihadistas extranjeros que se expresan en su propia lengua y pretenden mostrar la vida cotidiana del Estado islámico a miles de personas en todo el mundo y en varias lenguas. De hecho, este espíritu es el que explica la existencia de la revista Dabiq no solo en árabe, sino también en varias lenguas europeas. 


Verdadera competencia de la revista Inspire de Al Qaeda (también publicada en inglés desde hace varios años), esta revista se dedica a propagar la ideología promovida por la OEI con una mirada positiva (acciones llevadas a cabo entre la población, reformas educativas, éxitos militares) y en un formato que da a entender que el «Estado islámico» es más que una simple organización terrorista.


Ya se trate de secuencias de vídeos o de simples artículos, la seguridad, la práctica de un islam puro, el fin de la corrupción y el retorno de la estabilidad de los precios son elementos puestos en valor y en escena para mostrar el verdadero rostro, es decir el trasfondo, de dicho «Estado islámico»: un Estado verdaderamente islámico e injustamente demonizado por los enemigos del islam.


El atractivo del Estado islámico más allá de la violencia


Por tanto, para combatirlo, el «Estado islámico» debe ser entendido a la luz de estos rasgos principales. Este enfoque multidimensional lleva a considerar la OEI como algo más que una simple «organización terrorista» y conduce así a plantear medios de lucha al margen del enfoque basado en la seguridad.


Este enfoque permite así relativizar la visión, en ocasiones demasiado ideologizada (el salafismo yihadista como corriente exclusivamente religiosa) que hace hincapié en la dimensión religiosa de la OEI. Aunque sea necesaria, la elaboración de un contra-discurso religioso dista mucho de ser suficiente. La mayoría de las personas a las que la OEI atrae solo tienen una socialización reciente con la religión: se trata bien de personas de cultura musulmana –que han practicado el islam excepcionalmente y descubren una ideología radical y atractiva-, bien de convertidos que encuentran en el binarismo reductor que propone la OEI una solución simple a sus profundos problemas de identidad y de sentido. Asimismo, la inmensa mayoría de ellos no pasan por el itinerario «mezquita» para radicalizarse, sino que tienden, cada vez más, a autorradicalizarse navegando en la red.


Rehenes de una visión demasiado emocional («guerra contra el terrorismo»), tampoco se entiende el modo en el que la OEI utiliza la geopolítica regional para justificar su ideología político-religiosa, ya que se la considera ante todo una organización terrorista. Un proceso que integre tanto el discurso político de la OEI como la dimensión política del yihadismo practicado por sus adeptos brindará sin duda nuevos medios para contrarrestar su propaganda político-religiosa. 

Este marco analítico permite efectivamente considerar el fenómeno salafista yihadista a través de su prisma político y aporta de este modo luces en cuanto a la agenda política de la OEI, la lectura de las relaciones internacionales que la organización promueve, así como los motivos políticos en nombre de los cuales los actores que pertenecen o se identifican con el «califato» actúan.


Porque, se quiera o no, la Organización Estado islámico reina en un territorio y es esa base la que le permite precisamente innovar en su ideología, inscribirla en un marco concreto y exponer al mundo entero su determinación sin fisuras para realizar el designio virtuoso que se atribuye. La ideología maniquea y radical, su puesta en práctica, el noble objetivo que pretende ya encarnar y el modo en el que comunica su determinación constituyen los ingredientes clave de su éxito. Si no se tiene esto en cuenta, se corre el riesgo de atacar las causas falsas de un problema verdadero.


Moussa Bourekba
, investigador y gestor de proyectos, CIDOB

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