América, primero

Luis Moreno

Donald trump discurso 1


Si quedaban algunas dudas respecto a las intenciones del nuevo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump, su discurso inaugural frente a la explanada Mall de Washington DC las ha despejado con meridiana claridad. El desparpajo de las palabras de 45º presidente norteamericano es incuestionable: “América, primero”.


En tan sólo dos palabras Trump ha sintetizado su programa de gobierno. Su capacidad oratoria, directa y sin florituras, hace recordar el viejo refrán español: “A buen entendedor pocas palabras bastan”.


Destaca, en primer lugar, el uso que el nuevo presidente hace de la palabra “América” para referirse a uno solo de los treinta y cinco países que componen todo el continente americano. No es una novedad terminológica emplear la referencia continental para mencionar al país norteamericano. Lamentablemente, es práctica habitual, no sólo en su uso coloquial y mediático, hacer sinónimos dos realidades dispares e inconmensurables.


En más de una ocasión he discutido al respecto en debates académicos con colegas anglosajones --y de otras latitudes y culturas--, a los que se le supone un mayor nivel de enjundia analítica y precisión conceptual. Me temo que, con el paso del tiempo, el uso y abuso de un vocablo para designar a una realidad geográfica mayor, ha sido apropiado para describir una realidad geográfica menor.


El propio Barack Obama ha utilizado indistintamente “America” y “USA” haciendo mención de los EEUU. Es éste un acrónimo escrito más ajustado a la federación norteamericana que solemos utilizar en los países de habla hispana.


Pero tal mistificación terminológica no acaba en una mera imprecisión formal. Esconde, y eso sí es más relevante en el caso que nos ocupa, un enfoque del poder del gigante norteamericano y de las relaciones internacionales de larga trayectoria histórica.


De acuerdo a la ‘doctrina Monroe’, formulada en 1823 por el quinto presidente de Estados Unidos, James Monroe, se avisaba entonces a las potencias coloniales europeas que un solo país (EEUU) se proclamaba garante de todo un continente (América). Es decir, que los expansivos estados europeos debían vérselas con el emergente gigante norteamericano si se les ocurría interferir en los asuntos de su patio trasero (‘backyard’).


Este último estaba constituido principalmente por los países del centro y sur americano. Como el tiempo vendría a corroborar posteriormente, los Estados Unidos no sólo han frenado cualquier intento de los estados coloniales europeos a expandirse y controlar la vida económica, política y social de los ‘otros’ países americanos durante los siglos XIX y XX.


La ‘doctrina Monroe’ también ha reflejado y quiere seguir reflejando el poderío de los EEUU para condicionar la vida de los países del continente americano en beneficio propio. Quizá por ello México, al otro lado del Río Grande, observa con creciente aprensión las proclamas de Trump.


El populista reaccionario quiere hacer grande de nuevo a EEUU (‘Make America great again’) trasvasando sus propias carencias al vecino del sur. A tal fin continuará la demonización de los mexicanos como responsables del consumo de droga que la propia ‘sociedad del éxito’ estadounidense demanda incansablemente.


Con harta frecuencia nos enteramos del fallecimiento a causa del consumo de drogas de afamados cantantes o rutilantes estrellas del cine. La causa según la visión ‘trumpista’ no es otra que la malignidad depravada de traficantes como El Chapo, ahora extraditado a Nueva York, y que introducen la droga y la muerte en EEUU.


¿Qué mejor que construir un muro para evitar también a los inmigrantes ilegales? Naturalmente el coste de semejante obra de saneamiento debe ser pagado por los propios causantes del mal. Como ya se lamentaba en su momento, Porfirio Díaz, “¡Pobre México tanto lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos…!”


Más incierto, si cabe, aparece el futuro para Cuba, país que confronta la nueva presidencia de Trump con temor de volver a los tiempos de asfixia de los años 1990s tras la caída de la URSS, y el cese de la ayuda material soviética a un país que cometió el mayor de los agravios a la ‘doctrina Monroe’: soplar el aliento maligno del comunismo en la nuca de su poderoso vecino.


Estados Unidos volverá a ser grande, según el lema electoral que tantos votos decantó a su favor el multimillonario neoyorquino. En realidad, será primero en cuantas competiciones decida participar. Y, según Trump, volverá a ganarlas, recuperando el número uno. Importa menos si el programa de gobierno no respeta los principios (neo) liberales del mercado irrestricto, según las proclamas de otros antecesores en la presidencia estadounidense como Ronald Reagan, o del propio presidente republicano de la Cámara de Representantes, Paul Ryan.


La derecha política ahora presente en la Casa Blanca quiere recuperar el tiempo perdido. Pocas horas han pasado para que Trump firmase el primer decreto que inicia el desmantelamiento de la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible (Obamacare), y que pretendía la cobertura de 30 millones de estadounidenses sin prestación médica. Las aseguradoras privadas han recibido la primera medida presidencial de Trump con no poco alborozo.


Para ser primeros, Trump quiere recuperar los empleos que les han ‘robado’ a las empresas estadounidenses. Poco cuenta que éstas hayan sido menos competitivas en el presente contexto globalizador. La protección, por ejemplo, de la industria automovilística radicada en aquellos estados industriales del Medio Oeste que tanto apoyaron a Trump permitirá la recuperación de su antigua prosperidad y fortaleza.


Los Estados Unidos son lo primero, explicita la proclama del nuevo presidente. Quedan notificados la Unión Europea y los europeos que, ante tal estado de cosas, quizá se contentarían con ser segundos, terceros o hasta cuartos si pudieran mantener su modelo social y sus valores civilizatorios. La esperanza es lo último que se pierde… 

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