Anglobalización

Luis Moreno

Trumpteresamay


"Dios los cría y ellos se juntan" es otra de las frases que nos ofrece el refranero español para significar la tendencia a unirse de aquellas personas que tienen características e intereses comunes. Puede que hayan nacido en sitios distantes, y aún posean en ocasiones visiones contrapuestas y actitudes independientes. Pero al final, y en situaciones de conveniencia, aúnan sus esfuerzos en aras de conseguir un objetivo común. Una ilustración de tales conductas se ha escenificado estos días con la primera entrevista entre Donald Trump con una mandataria internacional, en este caso Theresa May, premier británica.


Los parabienes del flamante presidente estadounidense a la decisión de la mitad (y unos pocos más) de ciudadanos británicos a abandonar la Unión Europea es toda una declaración de intenciones. Las invocaciones de la líder del otrora europeísta Partido Conservador del Reino Unido tampoco dejan lugar a duda respecto a las aspiraciones de la ‘relación especial’ entre los dos países: la anglobalización. No se confunda el lector con esta fusión de vocablos. No debería equivocarse con las apelaciones de Trump al proteccionismo y contra la globalización, entendida ésta como una liberalización del comercio y la economía mundiales. Tampoco sería apropiado interpretar el deseo del gobierno británico de cerrar sus fronteras para preservar sus empleos domésticos como algo más que una estrategia de autointerés. No. En realidad a ambos países les interesa la globalización, siempre y cuando obtengan beneficios de ella.


Trump ya ha avisado de sus intenciones de subir los aranceles un 35% a los productos procedentes de México y que se compran en EEUU. Con ello, afirma, los mexicanos pagarán el muro que pretende levantar con el pretexto de evitar la inmigración clandestina y el tráfico de droga. También anuncia que los aranceles podrían subir un 45% para las importaciones procedentes de China. Respecto a esto último, habría que esperar para conocer cuál podría ser la reacción de los dirigentes chinos ante tal eventualidad. En caso de guerra comercial, ¿se atreverían las autoridades chinas a lanzar al mercado financiero sus enormes reservas en títulos del Tesoro estadounidense (se calcula en torno a 1,5 millones de millones de dólares) desencadenando así un hundimiento de los bonos USA y de su moneda?


La pretendida verborrea antiglobalización de Trump apenas esconde las intenciones de auspiciar una anglobalización por mantener la hegemonía de USA, junto con el UK, en la conducción de los asuntos económicos internacionales. Se trataría de una hegemonía que persigue nuevos acuerdos comerciales favorables para sus intereses. Paradójicamente, las élites y gabinetes de estudio (‘think-tanks’) de ambos países abogaban hasta hace poco por el funcionamiento irrestricto y sin cortapisas de los mercados. Tal programa de actuaciones beneficiaba sobremanera a sus dos grandes plazas de las finanzas mundiales, como son Wall St. y la City londinense.


En realidad, la actuación de los grandes paladines del neoliberalismo anglo-norteamericano siempre ha sido equívoca. El mantra neoliberal ha insistido hasta la hartazgo en que lo público siempre ha sido el problema y, por tanto, el mercado era la solución. Su aversión a los controles públicos no estaba regañada, como ahora se comprueba, a otorgar su beneplácito a actuaciones regulatorias con las que Trump y May pretenden reforzar sus capacidades de ‘negociación’ en beneficio propio.


Quizá Trump y May piensan que su coordinada hegemonía es sólida y estable, como así ha sido tradicionalmente. La gran crisis desatada en 2007-08 así parece confirmarlo. Entonces, y pese a que la deuda pública estadounidense alcanzó la cifra de 10 millardos de millones de dólares estadounidenses, los inversores de todo el mundo continuaron comprando los bonos del Tesoro norteamericano y utilizando al dólar en sus transacciones financieras. De ello también se benefició la City de Londres, como refugio de los capitales procedentes principalmente de países de la Commonwealth británica, y que permitió la financiación de la deuda pública soberana que otros países de la UE padecieron hasta la cuasi-bancarrota.


Estando así las cosas, la globalización neoliberal deviene ahora anglobalización. El objetivo no es otro que ganar la guerra de la acumulación incontrolada del capital que ‘habla’ inglés, mediante una demostración de fuerza de quienes quieren --y pueden-- imponer normas en su propio provecho. Mientras tanto, se azuzan los conflictos entre los estados miembros europeos y se propagan los populismos nacionalistas. Ante tal escenario, el Modelo Social Europeo se tambalea. Si alemanes y franceses, en primera instancia, junto al resto de los países que profesan la fe europeísta no sostienen unidos sus valores de logro, solidaridad y libertad, el MSE y sus Estados del Bienestar habrán pasado a la historia como fenómenos pasajeros de la modernidad. Al abandono por el Oeste del Reino Unido podría seguirle por el Este el empuje del gigante ruso. Quedamos avisados. 

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