El martes en el que Mas obligó a Puigdemont a no declarar la independencia

Carmen P. Flores

Puigdemont Parlament DUI

Carles Puigdemont en el Parlament pocas horas antes del pleno del martes.


Este martes, en el Parlament, se esperaba -porque así lo habían anunciado- que el president Puigdemont leyera la declaración de independencia. Lo sucedido ya lo conocen todos. Pero ese día transcurrió a un ritmo frenético, con conversaciones a muchas bandas por parte de los protagonistas -otros políticos, cuerpos diplomáticos, mediadores internacionales-, cambios de posiciones, desacuerdos, traiciones, salvadores de la patria, cambio de texto y pérdida de nervios por parte de unos cuantos protagonistas.


Al medio día, Puigdemont almorzó con los 'consellers' del PDeCAT, el expresidente Mas, Marta Pascal, Homs y algún otro invitado. En ese almuerzo, Artur Mas, el padre ideológico del proceso, consulta, referéndum o como lo quieran llamar, fue el que llevó la voz cantante para pedirle al president que no realizara la declaración de independencia que estaba prevista a las 18 horas y durante la cual se leería un documento consensuado con los partidos independentistas en el Parlament. No lo debía hacer porque había que negociar con Madrid. Los objetivos que se habían marcado de sacar a la gente a la calle y llamar la atención internacional se habían conseguido. Ahora se entraba en otra fase, ¿se había llegado más lejos de lo previsto? 


En la propuesta Mas no estaba solo, unos cuantos 'consellers' apoyaban su ofrecimiento, incluso el propio Francesc Homs, porque la situación económica, con la marchas de Catalunya de las grandes empresas, lo aconsejaba. No era una simple amenaza, sino una dura realidad. ¿Cómo va a quedar el país?, es un riesgo que no puede recaer sobre el Govern y el PDeCAT. Sin olvidar también las presiones internacionales que estaban recibiendo, así como las peticiones de diálogo -dentro de las leyes- de la Iglesia en su conjunto. El texto se tenía que cambiar y mediante una estrategia posponer la declaración -aunque firmaron el documento-.


Pero había varios escollos a resolver: ERC, socio de Govern; varios de los independientes de la lista, Lluís Llach o Germán Bel; la CUP, que llevaba tiempo presionando para que, más pronto que tarde, se produjera ya la declaración; ANC y Òmnium, cabecillas y agitadores de la ciudadanía; y, por supuesto, la ciudadanía que tanto había respondido a todos los llamamientos hasta la fecha.


Puigdemont habló largo y tenido con Junqueras -que se siente cuestionado por la marcha de las empresas- y lo convence. Pero esa decisión le cuesta al vicepresidente que una parte de su grupo político le reproche su postura y traicionar a la ciudadanía. El enfado de Marta Rovira fue tal que amenazó con dimitir y no quiso hacer de portavoz. Solo había que verle la cara que tenía a lo largo de toda la tarde-noche. Brecha muy importante en ERC, que hasta ahora había sido como una piña. Los de la CUP se enteraron media hora antes del pleno. Las dos representantes ‘cuperas’ no se lo podían creer y amenazaron de lo listo a Puigdemont. Tenían que consultarlo con el resto del grupo. Traición fue la frase más benévola que pronunciaron y amenazaron con abandonar el Parlament si dentro de un mes no hay esa declaración.


Los J&J tragaron pese a no estar de acuerdo. Pidieron explicar bien el tema para convencer al personal que había sido convocado y que estaba preparado para celebrar la proclamación. Le pidieron a Puigdemont que le pusiera pasión en su explicación, vamos, que le echara más teatro, cosa que no hizo.


Al final Puigdemont dejó al personal cabreado. Unos interpretaron que no había hecho la declaración; otros, que sí; los demás, no entendían nada.


Llegados a este punto, el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, le ha solicitado por escrito si ha declarado o no la independencia para actuar en consecuencia, es decir, aplicar o no el famosos artículo 155. Quedan solo tres días para conocer la respuesta, que solo puede ser sí o no.


El famosos proceso, la consulta y las manifestaciones han conseguido fracturar a la sociedad catalana y a los partidos políticos que lo promueven. Aquí, nadie sale ganando. Hasta el propio Llach mostró su desacuerdo quitándose el gorro que siempre lleva.


Tiene gracia que el cabecilla de la rebelión, es decir Artur Mas, sea el que interceda para detenerla. ¿Por qué será? Decía Sócrates que "es mejor cambiar de opinión que mantenerse en la errónea".

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