Curiosamente, en la misma semana en que Manuela Carmena participaba en Mask Singer, el desenmascarado fue Iñigo Errejón. No conmocionó tanto saber quién estaba debajo del disfraz de patita de goma como descubrir que el verdadero disfraz era el de aliade detrás de unas gafas de empollón y una imberbe cara de mancebo. Curiosamente, en la misma semana en la que Ada Colau abandonaba la primera línea, el exfundador de Podemos y Más Madrid fue el que se convirtió en un cadáver político por todos los esqueletos que guardaba en el armario. El titular de ‘Iñigo Errejón deja la política por sorpresa’ caducó en cuestión de minutos cuando se supo la verdad de esa decisión y obligó a cambiar la primera plana: ‘Las conductas y acusaciones machistas sobre Iñigo Errejón lo fuerzan a dimitir’.
Con las horas fueron saliendo las noticias que señalaban al portavoz de Sumar como una suerte de depredador sexual. El goteo de denuncias ha sido constante en redes sociales, algunas relatando el comportamiento de un machista narcisista; otras narrando, directamente, asaltos sexuales penalmente punibles. Puede impactar que el protagonista de estas crónicas no sea otro que uno de los rostros visibles del feminismo nacional, uno de los abanderados de una nueva forma de hacer política, una persona que, aparentemente, pretendía poner a las mujeres en el centro de la política y, más importante, en el centro de las políticas.
En mi círculo cercano las informaciones provocaron cierto estupor y muchos interrogantes. ¿A la pregunta de si me sorprende la denuncia contra Iñigo Errejón? No, no me sorprende. Ni contra Iñigo Errejón ni contra nadie. No me resulta inverosímil que un hombre en una posición de cierto poder pueda hacer esas cosas de las que ahora le acusan. ¿Me sorprendería si mañana estas acusaciones fuesen contra mi mejor amigo? ¿Contra mi hermano? ¿Contra mi padre? Arquearía las cejas, sin duda. Negaría con la cabeza, sobre todo. Me resistiría a creerlo, incluso. Escucharía su versión, al menos. Pero sí, podría creérmelo, porque donde impera la presunción de inocencia también cabe el derecho de las potenciales víctimas a ser escuchadas, atendidas y admitida su versión sin necesidad de juicios previos.
Que tampoco ponga nadie la mano en el fuego por mí. Seguro que yo he caído muchas veces en actitudes machistas de las que ni soy consciente. No me pongo la venda antes que la herida, pero asumo que en una sociedad patriarcal y machista como la que vivimos he podido ser parte de ese engranaje. De ahí a ser un delincuente hay una línea, no me atrevo a decir cómo de gruesa o de delgada, pero de la que me intento alejar cada día tratando de ser mejor, reflexionando sobre mi comportamiento y aprendiendo en cada momento.
Esta puede ser la tumba política y social de Iñigo Errejón. Es lógico pensar que pueda ser así. Pero, ¿saben qué pasa? Que en este país nunca ha pasado nada. ¿Se acuerdan de los audios de la conversación entre Baltar y una mujer donde el ahora senador del PP prometía un puesto de trabajo a cambio de sexo? Eso no lo apartó de la presidencia de la Deputación de Ourense, sino que tuvo que pilotar a 220km/h para llegar a ese extremo. ¿Qué hay de los empresarios de Murcia que buscaban a menores de edad para prostituirlas? Las captaban a las puertas de los colegios y ahora se van con una multa del juzgado. ¿O del Caso Nevenka? ¿O de Juan Carlos I? ¿Saben dónde quedó todo eso? En nada. En algunas sanciones, como mucho, a hombres que ejercieron su poder y perpetuaron los roles adquiridos, filtrándolos hasta Errejón y más políticos y empresarios que ahora estarán sudando frío. O no. Porque, insisto, hasta ahora nunca ha pasado nada.
El gran daño es, tristemente, sobre el feminismo, al menos en su capa más superficial. Caemos en un error si personificamos el feminismo en Iñigo Errejón. El feminismo no tiene rostro. El feminismo no es un partido ni tiene un color político. El feminismo no es una fecha, ni es una publicación de Instagram, ni es un protocolo de actuación. El feminismo es un movimiento con décadas de historia, amplio, abierto, con triunfos irrevocables, con las espaldas anchas y conquistas que han quedado cinceladas para siempre en piedra. Y, el feminismo es, y es lo más importante, imparable. El feminismo no se detendrá por Iñigo Errejón. Es más: lo que puede provocar este caso es una ola más fuerte de feminismo, de sororidad, de valentía para que caigan todos los Errejones anónimos y cotidianos bajo una pila de denuncias y de repudia ciudadana. Para que los ‘not all men’ sean los primeros en dar un paso al frente, señalen a sus congéneres machistas y censuren sus modos y sus maneras. Para tejer redes de confianza y entornos seguros -ojalá algún día sean más públicos que la cuenta de Cristina Fallarás- de forma que así la espiral de silencio que ha mantenido el sistema en el que vivimos se acabe de una puñetera vez.
Esto también debería enseñarnos una lección muy importante y que nos cuesta aprender: no se puede adorar a los políticos. No debemos considerarlos modelos de conducta intachables, porque no lo son. No hay que ser fan de un parlamentario o presidente. No hay que hacer camisetas con sus frases célebres. No hay glamour en la política. La política no son decisiones cruciales en el despacho oval a altas horas, sino cigarrillos a bocarrana en la salida de incendios del Congreso, inaugurar un parque infantil en Moratalaz y despotricar en grupos de Telegram contra las decisiones que toma tu partido y que tienes que seguir a pies juntillas aunque las detestes. Hay políticos honestos y que lo hacen por vocación, por supuesto, pero como pasa con los ‘not all men’ cuesta encontrarlos.
Porque si lo de Iñigo Errejón era vox populi en los corrillos del Parlamento desde hace ya un año cabe preguntarse cómo es posible que se haya tapado hasta ahora. Si alguien lo sabía y lo calló, debe caer igual que Errejón. Si alguien hizo oídos sordos, si le restó importancia, si puso por delante al partido a las víctimas, debe tomar la misma puerta de salida que tomó Errejón. Sobran cómplices y colaboracionistas. Esto no es otro Me Too, sino que es el Me Too de siempre. Es la historia de otras veces: es el desconocido en un callejón oscuro, es el amigo confidente en una noche de fiesta, es el cerdo al que se le ve venir y es el novio ejemplar de puertas para fuera. Es el nunca acabar. Pero se acabó, que ya va siendo hora.