Lo que se reproduce, no es usted ni yo, ni mucho menos nuestra familia, nación, raza o especie. Aunque a los que creen en Dios le de vértigo asumirlo, lo que se reproduce son los genes.
Los seres humanos tendemos a clasificar lo que observamos. Ante la inabarcable diversidad de la naturaleza, aplicamos un limitado número de categorías para tratar de entenderla. Clasificar nos resulta muy práctico porque nos ayuda a simplificar y, sobre esta simplificación, construir el conocimiento. Con todo, la simplificación resulta por su propia naturaleza inexacta y en el caso de su aplicación al ser humano, muy peligrosa.
Los de Fidesz no se dan cuenta,pero son como el niño de San Agustín. La única diferencia es que en vez de haber cavado un agujero, ellos han excavado dos.
El Parlamento de Hungría, con su reciente decisión de consagrar en su Ley Fundamental que solo existen dos sexos, ha metido a toda la humanidad en dos categorías. El problema para los de Fidesz es que ellos no se dan cuenta, pero son como el niño de San Agustín. La única diferencia es que en vez de haber cavado un agujero, ellos han excavado dos.
Desde el surgimiento del Homo Sapiens han existido más de 100.000 millones de personas, una cantidad similar a las estrellas en la Vía Láctea. Pues bien, en tal multitud jamás hubo dos individuos con las mismas huellas dactilares. El sentido común nos indica que, si no hay dos personas que compartan las mismas huellas dactilares, es probable que haya personas cuya biología desborde, al menos en algún grado, la dicotomía hombre-mujer.
La ciencia ha confirmado esta hipótesis, dejando constancia de la existencia de personas cuyas características físicas no entran en las abstracciones convertidas en ley por los neofascistas húngaros.
Aunque la mayoría nacemos con cromosomas XX (mujer) o XY (hombre), existen variaciones —condiciones intersexuales— que desafían esta clasificación. Hasta el 1.7% de la población, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, nace con características sexuales atípicas: cromosomas como XXY, gónadas ambiguas o niveles hormonales inusuales.
Entre la variedad de personas no estrictamente binarias existen incluso personas con órganos sexuales masculinos y femeninos. Esto se conoce como trastorno ovotesticular, una forma rara de diferencia del desarrollo sexual, anteriormente llamada intersexualidad o "hermafroditismo verdadero". Este “trastorno” -ese el término médico utilizado- se caracteriza por la presencia de tejido gonadal mixto; es decir, tanto tejido ovárico como testicular en la misma persona, ya sea en una sola gónada (llamada ovotestículo) o con un ovario en un lado y un testículo en el otro. Los genitales externos pueden ser ambiguos, predominantemente masculinos, predominantemente femeninos o una combinación. La genitalia no siempre coincide con los órganos internos o el sexo cromosómico (que puede ser 46,XX, 46,XY, mosaicos como 46,XX/46,XY, u otras combinaciones).
Cuantitativamente, las personas no binarias son una minoría muy pequeña pero no por eso constituyen cualitativamente un giro equivocado en la evolución. Hay mujeres con trastorno ovotesticular que han logrado embarazos espontáneos, especialmente si tienen un útero funcional y tejido ovárico que produce óvulos. En personas con genes con mosaicos - individuos con algunas células con cariotipo 46,XX (típico de mujeres) y otras con cariotipo 46,XY (típico de hombres)-, se han descrito individuos con tejido testicular funcional que produce espermatozoides viables. Por lo tanto, pueden engendrar hijos, aunque sea con asistencia. Ayuda que, por cierto, a menudo necesitan muchas personas de biología sexual ‘normal’.
La clave en este debate no son los sexos, ni los individuos, ni las naciones, ni las razas, ni las especies. La clave es ese numerito, el 46, que es el doble de los 23 pares de cromosomas que hay en las células humanas. Los cromosomas son las estanterías donde se guardan los libros de instrucciones, los genes. Hace tiempo que el consenso científico es que lo que se reproduce, el motor de la vida, no es usted ni yo, ni mucho menos nuestra familia, nación, raza o especie. Aunque a los que creen en Dios le de vértigo asumirlo, lo que se reproduce, cambia y muta, son los libros de instrucciones, los genes.
Por lo tanto, si una persona con una combinación de genes no binaria es capaz de reproducirse, esa combinación no es, desde un punto de vista evolutivo, una mutación inútil, una aberración, un callejón sin salida. De hecho, la evolución nos enseña que individuos con mutaciones muy minoritarias pueden tener ventajas a la hora de reproducirse, en determinadas condiciones ambientales, abriéndose así la puerta a lo que hoy es residual dentro de miles de años se convierta en lo común.
Tales condiciones ambientales que concedan ventaja reproductiva a las personas no binarias no son difíciles de imaginar. De hecho, si mañana descubriéramos un asteroide que va a destruir el planeta y solo tuviésemos una nave monoplaza capaz de llegar a K2-18b (el planeta donde se han descubierto indicios de vida), ¿quién deberñua la ONU para embarcarse e intentar salvar la humanidad? No sé usted, pero yo votaría por ingeniero genético no binario, cuyo organismo tuviese células sexuales masculinas y femeninas.
Fijar en la ley básica la dicotomía hombre-mujer no es más que un otro paso más en perpetuar ese orden social donde hay individuos dominantes —los hombres—, subordinados —las mujeres— e ignorados
En todo caso, no nos pasemos de frenada. La mayoría de las personas somos hombres o mujeres y, en términos generales, tenemos más facilidad para reproducirnos que las personas no binarias. No debemos renunciar ni al sentido común ni a las categorías, pues ambos son imprescindibles para construir el conocimiento. Clasificar a los seres humanos en hombres y mujeres es útil, por ejemplo, para avanzar en el saber médico.
Ahora bien, nunca olvidemos que los cajones aplicados a la vida -y en particular a las personas- siempre dejarán fuera a algunos individuos y, sobre todo, -como toda creación social- nunca son inocentes.
Viktor Orbán ha gobernado Hungría casi dos décadas. El porcentaje de mujeres en sus gabinetes jamás ha llegado al 25%, actualmente es del 7% y hubo períodos del 0% . Fijar en la ley básica la dicotomía hombre-mujer no es más que un otro paso más en perpetuar ese orden social donde hay individuos dominantes —los hombres—, subordinados —las mujeres— e ignorados —los seres no binarios, aquellos que no encajan, lo susceptibles, llegado el caso, de ser expulsados o eliminados—.
La ley húngara -cuyos postulados en España defiende Vox- es, por lo tanto, un instrumento de poder para intentar perpetuar por la fuerza cierto orden social construído sobre una mentira. Nos queda el consuelo de que la evolución, ajena a los desvaríos humanos, seguirá creando cuerpos y mentes diversos, que no caben en lo cajones de un armario que huele a cerrado y que, si no lo abrimos, puede acabar otra vez oliendo a muerto.