Archivo - Soledad, personas mayores, envejecimiento


 

La soledad, especialmente la no deseada, es una experiencia subjetiva y negativa, un vacío existencial que cada persona vive de forma distinta. No depende tanto de la cantidad de relaciones, sino de la calidad y del desajuste entre las expectativas y la realidad de los vínculos que obtenemos. Mucha gente, entonces, habla de sentirse solo incluso estando rodeada de gente, porque la soledad es un sentimiento silencioso, incluso invisibilizado por la culpa y la vergüenza. Estos factores, como ocurre con otros trastornos y enfermedades, dificultan que familiares, vecinos y amigos detecten la soledad que vive la persona. Un informe de The Lancet (2020) señala que en las ciudades las personas evitan cada vez más las interacciones sociales en una especie de ‘retraimiento social’. Esta actitud va generando una espiral que en un momento dado puede acabar por cortar definitivamente muchas conexiones de la persona con el exterior e impedir la creación de otras nuevas.


 

Tipología de la soledad

Por increíble que parezca, la soledad urbana puede manifestarse de diversas formas, a menudo solapadas, lo que hace más difícil crear un diagnóstico y una posible solución en caso de que la persona afectada haga terapia para amortiguar los efectos de esta soledad. La nomenclatura empleada para calificar los tipos de soledad parece responder a contextos determinados o a intensidades de soledad según dichos contextos.
 

Precisamente, una de las primeras tipologías es la soledad contextual. Afecta a entornos concretos dónde el ser humano debe interactuar casi por obligación (trabajo u hogar). También hay momentos de soledad transitoria como puede ser la derivada de un cambio de domicilio, de país, o incluso de trabajo y que solo el tiempo es capaz de ayudar a superar. Sin embargo, hay personas que padecen una soledad crónica que se alarga en el tiempo y en diferentes contextos vitales, la desaparición de familiares, amigos, contactos, etc. Esto puede acabar eliminando el contacto con la sociedad.

 

La sociedad misma, de forma consciente o inconsciente, puede aislar a la persona creando una atmósfera de vacío a su alrededor, una soledad impuesta. Esto se da entre personas con jornadas laborales largas, exigentes y que van rompiendo lazos afectivos por falta de contacto habitual. Por otra parte, la falta de habilidades sociales impide al individuo crear lazos que en algún momento le pueden ser útiles. Familia, educación o contexto social están detrás de esta carencia. Pero también podemos observar cómo hay personas que de forma voluntaria deciden aislarse del mundo por motivos que van desde el miedo, la desconfianza o por no querer admitir cambios en la sociedad.
 

No debemos olvidar también los problemas de salud mental, desde la depresión a otras patologías más graves que crean una situación psicopatológica donde solo una terapia adecuada podría ayudar a superar esta situación

 

Finalmente, el conjunto de factores que crean el contexto social también pueden hacer romper los vínculos de la persona con la sociedad dejando de sentirse parte del grupo, siendo esta una ruptura social entre la persona y el grupo. La ruptura puede desarrollarse a partir de una crisis emocional fruto de la dificultad para la creación de vínculos satisfactorios. La debilidad en las conexiones afectivas suelen llevar a preguntarse si vivir tiene sentido, aún cuando se esté en compañía de otros.

 

Factores

El origen de la soledad urbana es multifactorial. Detrás se pueden encontrar cambios radicales en la estructura familiar, pasando de familias donde convivían hasta tres generaciones distintas a las familias monoparentales de la actualidad.

 

Añadamos también el fenómeno de la alta competitividad entre las personas en busca del llamado “éxito personal”. En países como Corea del Sur las nuevas generaciones priorizan ese éxito llegando incluso a renunciar a las relaciones afectivas y a formar una familia. La persona busca ser autosuficiente y no depender de nada o de nadie.

 

A lo ya dicho se añade la personalidad del individuo, si es más o menos abierto. Factores como la jubilación que cortan en muchas ocasiones la conexión con los antiguos compañeros de trabajo. También hay que contar con las enfermedades, las pérdidas afectivas y discapacidades, todos ellos factores para un potencial aislamiento. A estas últimas añadamos las enfermedades que limitan la movilidad, como la obesidad mórbida producto de la mala alimentación, el sedentarismo y el mal descanso.

 

Por último hay factores sociológicos que, según el contexto social, pueden acrecentar los motivos detrás de la soledad. El hecho de ser mujer, de ser una persona joven o mayor, la falta de pareja o la viudedad, o el estatus social derivado del poder adquisitivo de una persona. Por último, la vida en barrios poco cohesionados aumenta el riesgo de soledad, lo que ha llevado a algunas ciudades a crear planes para luchar contra este problema.


 

Algunos datos

Según el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, el 13,4% de la población española mayor de 15 años sufre este problema, con mayor prevalencia en mujeres y un incremento significativo a partir de los 75 años. En España, 2,4 millones de personas mayores de 65 años viven solas, de las cuales el 70% son mujeres. Además, quienes la padecen suelen arrastrar la soledad durante años, con una media de seis años en esta situación.

 

¿Y las consecuencias? Pues tenemos que el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares aumenta así como la hipertensión, la depresión y aumenta el riesgo de suicidio. Es muy probable que la persona acabe con algún tipo de adicción (alcohol, tabaco, drogas) y que su actividad física se resienta por una fuerte disminución de la misma. También el sistema inmunitario acabará debilitado lo que transformará a la persona en blanco fácil para enfermedades.
 

Mentalmente, el no establecer lazos o redes sociales dificulta el desarrollo de actividades cognitivas, el desarrollo de nuevas habilidades sociales y comunicativas. Todo esto sumado transforma a la persona en alguien dependiente de servicios sanitarios y del uso de fármacos. Consecuentemente, la calidad de vida disminuye de forma alarmante.


 

Intervención

La intervención debe ser individualizada y coordinada entre administraciones públicas, asociaciones, comunidad y voluntariado. Se quiere así fomentar habilidades sociales y la inteligencia emocional, adaptando el proceso a cada persona. Potenciar actividades que permitan el contacto con otros, como el voluntariado o el ejercicio físico al aire libre.

 

Se deben crear oportunidades de participación comunitaria y espacios de encuentro en los barrios. Para ello, es necesario promover políticas públicas que reconozcan la soledad como un problema de salud y bienestar, con estrategias preventivas y de acompañamiento.
 

La soledad urbana es una realidad invisible y compleja, con profundas raíces sociales, culturales y personales. Su abordaje exige una mirada integral y colectiva, que combine la acción institucional con el fortalecimiento de los lazos comunitarios y la empatía social. Solo así las ciudades podrán ser espacios habitables no solo desde lo material, sino también desde lo humano.

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