Creímos en una sociedad donde el conocimiento universal era posible y desembocaría necesariamente en un mundo más igualitario y justo.
El archivo de Ana, Library Genesis o Biblioteca Secreta. Con estas tres fuentes y el navegador Tor puedes conseguir y leer casi cualquier libro.
Casi cualquier libro que no esté en gallego, claro está. Alguna ventaja deben tener las editoriales de esa extraña lengua indígena que, por algún motivo, se resiste a morir.
La piratería de libros suscita en mi sentimientos opuestos. Defiendo el derecho de los autores a vivir de sus obras y el de los intermediarios a sacarle una plusvalía razonable.
Frente a esto, contrapongo que, existiendo la posibilidad de acceso universal, nada debe trabar la capacidad de crecimiento personal que nos aporta la cultura en general y la lectura en particular. Su enorme potencial para salvar vidas y mejorar el mundo es un bien superior.
Poder leer cualquier libro en cualquier lugar y en cualquier momento no tiene precedentes en la historia. Otro tanto se puede decir de la información. Jamás el pueblo pudo leer tanto, tan fácil, de fuentes tan diversas y con tan poca censura.
Hubo un tiempo, cuando algunos éramos jóvenes, allá en los albores del desembarco de Internet en los noventa, que estas condiciones nos llevaron a creer que la utopía era realizable. Una sociedad donde el conocimiento universal era posible desembocaría necesariamente en un mundo más igualitario y justo.
Ni hay que decir que la realidad nos ha golpeado en la cara, social y personalmente.
Mi Kindle rebosa de libros a medio leer. A menudo salto de uno a otro y no siempre es porque lo que estoy leyendo no cumpla mis expectativas. Simplemente, mi cerebro, llegado un momento, reclama algo nuevo, su dosis de dopamina. ¿Por qué no dársela si el nuevo estímulo está a un par de clicks?
¿Cúal es el antídoto ante esta epidemia de sobreinformación? En primer lugar, asumamos que nuestra capacidad para procesar estímulos es, afortunadamente, limitada. En lo referido a inputs de información, más a menudo significa menos.
Desconfíen de aquellos que exhiben en sus casas enormes bibliotecas en estos nuestros tiempos donde miles de volúmenes caben en un libro electrónico de 100 euros
Nos sucede lo mismo que con los inputs románticos o nutricionales. Si para cenar tenemos mil manjares, probablemente acabemos comiendo demasiado, sin disfrutar realmente de nada y, además, sin alimentarnos correctamente. Terminaremos con sentimiento de culpa por aquello que no hemos catado y con una indigestión que nos impedirá dormir.
En todo es recomendable la mesura, templanza tan difícil de aplicar en estos días donde lo que cuenta es presumir no ya de lo que tenemos, sino de nuestras experiencias.
Por cierto, desconfíen de aquellos que exhiben en sus casas enormes bibliotecas en estos nuestros tiempos donde miles de volúmenes caben en un libro electrónico de 100 euros. La experiencia me ha enseñado que a menudo son personas que les interesan más los libros como objetos, por el valor de prestigio social que confieren, que por el conocimiento que ofrecen. Si a estos coleccionistas de prestigio le recomiendan ustedes un libro que no está en sus amplias baldas, probablemente no lo lean con cualquier escusa.
Con todo, la contradicción es evidente. Quien soy yo para criticar el exhibicionismo de los demás, cuando este artículo a vuelapluma en el fondo no es más que un ejercicio de vanidad. Oh, ego, que monstruo tan difícil de enjaular.