Ser periodista no es jodido. Jodido debe de ser levantar sacos en una obra o estar ocho horas de pie ante una máquina para empacar mejillones. Pero en ocasiones hay cosas que te ponen el estómago del revés. A diario, al abrir el boletín de noticias que envían las agencias, encontramos titulares que nos hacen querer cerrar el portátil y mandarlo de una patada a la otra punta de la habitación. Que si una menor abusada, que si una joven apuñalada por su pareja, que si una sexagenaria golpeada por su marido, que si el juicio a un violador, que si una madre de cinco hijos a la que prendieron fuego viva… Es violencia machista. Es siempre. Todo el rato. Todos los días.
Las últimas cifras indican que, en el primer trimestre, las denuncias por violencia machista crecieron en Galicia un 10% con respecto al año pasado. Puede responder a dos cosas: o bien, afortunadamente, las mujeres están cada vez más concienciadas de que denunciar es la única vía cuando antes se invisibilizaba y que existan cada vez más mecanismos y medios para que puedan hacerlo de manera segura; o bien cada vez somos más violentos, a edades más tempranas, entrando más pronto en una espiral de violencia que no se pasa, porque la enfermedad de la misoginia no parece curarse a ninguna edad.
Resulta repugnante enfrentarse al panel de noticias y ver que constantemente, a todas horas, hay boletines que tienen el nexo de unión del machismo en una u otra medida. No importa si se trata de un suceso, como la caída de una mujer desde un cuarto piso huyendo de su agresor, o de la última filtración de las grabaciones del ‘Caso Koldo’, donde los implicados se repartían a las chicas disfrazadas de “novias” o “queridas” como si fuesen mercancía -así las consideran, pues asumen que va en el precio-, pasando por el exconselleiro de Mar denunciado por agresión sexual o el todavía presidente de la Comunidad Valenciana y sus sobremesas en el Ventorro. En todos estos titulares la mujer es un elemento central, pero nunca en el mejor de los sentidos.
El machismo nos rodea e impregna nuestra vida diaria por mucho que, consciente o inconscientemente, intentemos mirar hacia otro lado. Ocurre de fiesta, en centros comerciales, en colegios, en casa, en el trabajo… Cuando no es una violación es una paliza; cuando no es un asesinato es un intento. Son nuestros vecinos que saludan, los deportistas que adoramos, los políticos a los que votamos, el amigo al que reímos las gracias…
En las últimas semanas han sido tres las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en Galicia. Solo estamos en el ecuador de 2025 y vamos camino de superar la marca del año pasado. Esto, que debería abrir diarios, queda siempre opacado por otros asuntos, algunos trascendentes, como el genocidio en Gaza, otros más banales, como la última ocurrencia de Vox para relegar a la mujer a la condición de fiel y amante esposa, etiqueta de la que, a su juicio, nunca debieron despojarla. Niegan la violencia machista e incluso se atreven a justificarla o a disfrazarla de hechos aislados con tintes racistas. Mientras esto sucede, el partido que lidera la oposición, ese que dijo haber ganado las elecciones, abraza a los presuntos agresores -literalmente-, denuncia a las feministas que se manifestaron ante su sede y utiliza a esta misma ultraderecha como muleta y radicalizan sus posturas para tratar de atraer a sus votantes, muchos de ellos mujeres que sostienen sus mismas tesis misóginas.
No sé si es una cuestión cultural, de educación o si va en nuestro ADN. Tampoco sé si existe un remedio, más allá de educar en igualdad y en respeto hacia la otra parte de la población mundial. Tendrán que pasar años, décadas, siglos hasta que se erradique la violencia machista y sea solo una nota a pie de página en los más infaustos libros de historia, pero yo no lo veré. Sí veré y escribiré de más y más mujeres asesinadas, de sus desgraciados verdugos y de los huérfanos que dejan. No digo nada nuevo, porque todo esto ya se ha dicho cientos de veces. Lo frustrante es que tenga que repetirse. Porque la violencia machista está ahí. Es siempre. Todo el rato. Todos los días.