En Galicia nos llenamos la boca hablando de raíces, de la tierra y de la morriña, pero parece que para muchos gallegos y gallegas la morriña más real es la de no tener un techo digno donde vivir. Y lo más curioso —o más bien indignante— es que, en pleno 2025, nuestra comunidad siga a la cola en vivienda pública en el Estado español. Apenas un 1,6% del parque de viviendas en Galicia es público, frente a una media europea que supera el 15%. ¿Qué pasa? ¿Que aquí los problemas de la vivienda se arreglan con brujas? ¿O pensamos que la emigración eterna es la solución mágica para todo?


La Xunta presume de planes, proyectos y grandes anuncios, pero la realidad es que la vivienda pública en Galicia es como la lluvia en agosto: todos hablan de ella, pero pocos la ven. Mientras tanto, miles de jóvenes y familias enteras se ven obligados a emigrar, otra vieja tradición gallega que no deberíamos celebrar, o a vivir en alquileres imposibles que superan con creces los 600 euros en ciudades como Santiago, Vigo o A Coruña, cuando el salario medio apenas llega a los 1.300 euros. ¿Es normal que una pareja joven tenga que destinar más de la mitad de su sueldo a pagar un alquiler, renunciando a proyectos de vida, hijos o estabilidad?


A lo mejor, en vez de tanto discurso sobre innovación, competitividad y modernidad, nuestros gobernantes deberían comenzar por lo más básico: garantizar un hogar digno. Porque de poco vale presumir de grandes infraestructuras, congresos y ferias internacionales cuando la realidad cotidiana es que muchos gallegos y gallegas no saben si podrán pagar el alquiler el mes que viene. Exigimos un plan ambicioso, transparente y con plazos concretos. No valen ya las promesas vagas, ni los brindis al sol, ni los titulares grandilocuentes. 

 

Queremos compromisos claros: ¿cuántas viviendas públicas se van a construir cada año? ¿Dónde? ¿Con qué presupuesto? ¿Y en qué plazo? Es suficiente ya de esconderse detrás de burocracias eternas o de echarle siempre la culpa a Madrid de lo que aquí no se hace. No hay excusa posible cuando la necesidad es tan urgente.
 

La vivienda no puede ser un lujo reservado a unos pocos ni un negocio para los especuladores de siempre. Es un derecho reconocido, básico, elemental. Y si nuestros gobernantes no son quienes de garantizarlo, tal vez deberían dejar paso a quien sí lo tenga claro y no le tiemble el pulso a la hora de actuar. Como dijo Castelao, “pueblo que no tiene derecho a una vivienda digna, no es un pueblo libre”.


Porque los gallegos y gallegas no precisamos discursos, precisamos llaves. Llaves que abran puertas, no discursos que abran titulares. Llaves que nos permitan vivir con dignidad en nuestra tierra, sin tener que marcharnos ni vivir en la incertidumbre constante. Ese es el verdadero compromiso que le demandamos a la política gallega: menos palabras, más hogares.

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