El día de mañana, cuando mis hijos tengan que relacionarse con un gitano o un gallego de raíces sudamericanas llevarán aprendido, por experiencia, que de partida todos valemos igual
No hay paisaje más bonito que el patio de un colegio.
En todo lo bello - en una canción, en un poema-, si lo observas con suficientemente atención, acabas encontrando el truco, el canon, la fórmula … En fin, la impostura.
No en una niña corriendo al reencuentro de una amiga tras las vacaciones de verano. No en un niño torciendo la cabeza mientras sonríe acechando meter baza en su primera conversación.
¿De qué hablarán? ¿De cuando capturaba enanitos entre las rocas de la marea baja? ¿De cuando una luz fugaz cruzó el cielo nocturno?
Tan ñoño embelesamiento mana de la nostalgia de un mundo más simple. Sin embargo, pese a ser consciente de la fuente de mi tontería, casi nunca logro evitar quedarme un rato mirándolos desde la valla; ensimismado observándolos mientras navegan el vendaval de un patio repleto de presentistas sobreexcitados por la inminencia del timbre.
El lunes fue el último primer día del cole de mi hija. Sentí como se abría un abismo interior al anticipar que pronto llegará el día en que ya no podré disfrutar de esos minutos.
De obreros, psicólogos, abogados, administrativos, músicos, profesores ... he aprendido algo. Mi mundo se ha ensanchado con sus puntos de vista.
Me queda el consuelo de saber que yo también he aprendido algunas lecciones en estos años. La más importante, comprobar que la actual educación pública, con sus muchos defectos, funciona mejor de la que yo viví. No solo como institución educativa, sino, sobre todo, como thermomix social.
Mis hijos estudian con compañeros de diversas clases. Inevitablemente, yo he tenido que relacionarme con sus progenitores. De todos ellos -obreros, psicólogos, abogados, administrativos, músicos, profesores, etc. - he aprendido algo. Mi mundo se ha ensanchado con sus puntos de vista.
Creo que mis hijos se han beneficiado de lo mismo. El día de mañana, cuando tengan que relacionarse con un gitano, una inmigrante centroeuropea o un gallego de raíces venezolanas levarán aprendido, por experiencia, que de partida todos valemos igual.
No es lo mayoritario en mi entorno. Vivo en una ciudad, Santiago, donde los de la pública-pública somos menos. La última vez que divulgaron los porcentajes, la concertada era el 42%. Si sumamos la privada no concertada, la pública roza con suerte la mitad del alumnado.
En Compostela resistimos entre el liderazgo de la concertada católica y diversas vanguardias, todas elitistas a su manera.
Respetando el derecho de cada uno de organizar la educación de sus hijos como mejor estime oportuno, dentro de unos requisitos mínimos de calidad, no comparto sus modelos.
Ni el de la Iglesia, ni el de la “rede associativa que promove umha educaçom auto-centrada” de Semente ni el “privado no subvencionado, sin vinculación religiosa ni política” del Colexio Manuel Peleteiro, por poner algunos ejemplos.
Para que mis vástagos fuesen “peletas” tendría que invertir 1.400 euros al mes. Con comedor y transporte, unos 2.000 €. Para que fueran a Semente, unos 450
¿Por qué? Para que mis vástagos fuesen “peletas” tendría que invertir 1.400 euros al mes. Con comedor y transporte, unos 2.000 €. Para que fueran a Semente, unos 450, unos 510 al mes con comedor.
Hablemos claro. Ideologías al margen, son mensualidades que, en diferente escala, criban familias. Son un tamiz que en última instancia puede perjudicar al desarrollo de los niños.
Salvo, claro está, que esos menores puedan hacer toda su vida dentro de las burbujas elegidas por sus progenitores. Sospecho que ese es el deseo de los padres que pagan por mandarlos a esas escuelas. No siempre, pero sí en muchos casos.
Dudo de la estanqueidad de esas burbujas. Así que cada uno actúe como quiera - incluso Pablo Iglesias e Irene Montero, aunque después no vengan quejándose de otro descalabro electoral- pero en nuestra familia, por bolsillo y por convencimiento, seguiremos apostando por la educación pública.
Sí, esa en la que pronto habrá una huelga para reclamar, entre otras cosas, más profesores de apoyo para los alumnos con más dificultades. Sí, esa en la que los trabajadores pueden hacer huelga sin ningún miedo a perder su puesto de trabajo.