El Parlamento de Galicia tuvo la oportunidad de dar una lección de humanidad, y fracasó. El debate alrededor de un simple minuto de silencio por las víctimas inocentes en Palestina se convirtió en un espectáculo político lamentable, donde cada fuerza pensó más en calcular rendimiento electoral que en mostrar empatía.


No se trataba de escoger bando, ni de hacer equilibrios diplomáticos, ni de alimentar discursos ideológicos. Hablábamos de personas muertas, de niños y niñas, de familias enteras arrasadas. Cuando una institución democrática es incapaz de guardar un gesto tan elemental de respeto por las víctimas, demuestra que está más preocupada en marcar posiciones partidistas que en defender derechos humanos.


¿Qué mensaje estamos enviando a la ciudadanía? ¿Que los muertos solo merecen reconocimiento se cuadran con mi agenda? ¿Que el dolor humano se puede pesar en una balanza política? Galicia no merece unos representantes que instrumentalicen el sufrimiento ajeno para hacer política de trinchera.


Creo firmemente que los derechos humanos deben estar siempre por encima de las estrategias parlamentarias. No es una cuestión de izquierda o derecha, ni de geopolítica, sino de dignidad. Un minuto de silencio no cambia la realidad en el Oriente Próximo, pero sí dice mucho de quién somos.


Los gallegos y gallegas merecemos un Parlamento que nos represente con decoro, que sepa ponerse en el lugar de las víctimas y que entienda que hay momentos en los que la humanidad debe estar por delante de cualquier cálculo político. Ayer perdemos esa oportunidad. Y cada silencio negado se convierte en ruido que nos avergüenza a todos.

 

Porque cuando lo poder renuncia a la compasión, la política deja de ser servicio y se convierte en deshumanización.

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