Ayer falté a una nueva edición del tradicional 'Jueves de Cañas', y ya van dos semanas consecutivas. Qué remedio. ¿A quién se le ocurre poner a jugar al Barcelona dos jueves por la noche seguidos? No me quedó otra opción que declinar la invitación. "No puedo, juega el Barça", dije. Se me replicó que mi excusa era de columna de opinión, y en proceso de convertirla en tal columna me hallo. Porque en realidad, y aunque aseveré que mi ausencia se debía a que jugaba el Barça, la verdad es que si no acudí fue porque el que jugaba era Pedri y, por consiguiente, todo el Barça.

 

Me emociona ver al canario. Mejor dicho, me conmueve verlo, como le conmovía a mi abuela ver cabalgar a Messi por el carril del 8 con la pelota cosida al pie. Ella, por gusto o por obligación, no se perdía un partido del Barça, pero siempre decía que cuando faltaba el rosarino en el once no veía el fútbol con la misma ilusión. "Si non está Messi...", me decía, poniendo mala cara ante los 90 minutos que tenía por delante. A Messi lo miraba siempre con preocupación, como a un nieto más, sufriendo cada patada que le daban al 10. "Mirao, tan pequeniño, meténdose entre as pernas de todos", relataba cada vez que 'La Pulga' se colaba entre tres, cuatro, cinco o los rivales que se le pusieran por delante, que lo superaban en cantidad y altura. No importaba, porque al final siempre salía del laberinto de piernas, las más de las veces resolviendo la jugada con un disparo prístino a la red. 

 

No sé si será cosa de la edad, que ya veo a Pedri como miraría a un hermano pequeño, o que siento cada vez que el canario agarra el esférico lo mismo que sentía cuando la tenía Lionel: cualquier cosa puede pasar. El isleño ve cosas en un campo de fútbol que se nos han privado al resto de los mortales. Con sus rayos X encuentra ese pase entre líneas, ese hueco en la defensa, esa rendija abierta dirección a portería que puede significar el gol de la victoria. Ya no es solo cuando la suelta, es cuando la controla con una bota de terciopelo, cuando la esconde con el sencillo baile de su cuerpo provocando que los demás se rompan la cadera, cuando la oculta del rival a la vista de todos, cuando maniobra con cabriolas imposibles girando sobre su eje para despistar a sus adversarios como si fuese un trilero y sus pies los cubiletes. 

 

A Pedri por fin le respetan las lesiones, y esa fortaleza la ha sabido traducir en pulmones y piernas para recorrer el campo de punta a punta y aprender del malogrado Gavi a ser un dóberman en la recuperación. Osea, que ahora además de construir, destruye, convirtiéndose en un centrocampista total que no alcanza el 1,75 de altura. 

 

A mí me conmueve ver jugar a Pedri, aunque en la nominación al Balón de Oro no haya quedado ni entre los 10 mejores del mundo, demostrando una vez más que los galardones individuales en un juego colectivo tienen poco o ningún sentido, y más cuando hablamos del motor del Barça y la Selección Española, que con la varita de Pedri Potter parece candidata a ganar su segundo Mundial. Poco sabrán los que dicen saber de esto cuando dejan al de Tegueste fuera de los diplomas. No parece importarle, pues no ha dicho palabra, pues habla en el campo y su idioma lo entienden muy pocos. Que sirva este post para poner en valor a Pedri y justificar mis futuras faltas de asistencia cada vez que su partido coincida con otro compromiso, porque por él vale la pena perderse hasta el funeral de la abuela. Ella, que también vio jugar a Pedri, lo entendería. 

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