Aunque no tengo pruebas, estoy convencido de que cada día que pasa son más las élites económicas, sociales y mediáticas que cuestionan la decisión de haber colocado a (Alberto) Núñez Feijóo al frente del Partido Popular (PP) después de la defenestración de (Pablo) Casado impulsada por (Isabel) Díaz Ayuso. No porque (Pablo) Casado hubiera sido un político brillante sino porque las meteduras de pata de (Alberto) Núñez Feijóo son tan continuas y grandes que su imagen se va deteriorando día a día. Un deterioro que afecta al propio partido (PP) y que se ve incrementado por la elección que hizo para su círculo más próximo, (Miguel) Tellado, que despierta un creciente rechazo general tanto por su lenguaje y formas como por su ignorancia.
En los escasos tres años que (Alberto) Núñez Feijóo figura como líder del Partido Popular (PP) ya fue capaz de enterrar aquella imagen de político moderado en las formas y liberal en el fondo que, de manera sorprendente, circulaba fuera de Galicia. Lo mismo sucede con la supuesta imagen de líder respetado por su organización. En relación con esto último, la imagen de que (Alberto) Núñez Feijóo “no manda en su partido” y que es un líder débil, resulta indiscutible y por si hay dudas, la señora (Isabel) Díaz Ayuso ya lo pone en evidencia casi a diario. Recientemente, tuvimos ocasión de comprobarlo cuando la Presidenta de la Comunidad de Madrid adoptó frente al aborto una posición ultra, declarando en el Parlamento autonómico que se niega a aplicar la Ley del aborto (“váyanse a otro lado a abortar”). Una posición que además de ser ilegal está muy lejos de la que cabría esperar de una derecha liberal y demócrata. (Isabel) Díaz Ayuso vuelve así a colocar a (Alberto) Núñez Feijóo en una situación muy difícil -este tuvo que salir a desmentir que el PP no cumpliría la ley del aborto-. Un conflicto interno que veremos como finaliza y del que tanto la extrema derecha (Vox) como el gobierno de turno (PSOE/Sumar), buscarán sacar los mayores réditos políticos. Son muestras de debilidad que se repiten -ahí está su apoyo a (Carlos) Mazón a pesar del impresentable comportamiento de este cuando la Dana: el 60% de los votantes del PP piensan que debería haber dimitido- y que tienen un creciente coste en la credibilidad como líder de (Alberto) Núñez Feijóo quien aparece como un prisionero de sus sátrapas.
Por otra parte, en estos tres años como líder de la oposición, (Alberto) Núñez Feijóo ha tenido tiempo para poner en evidencia algo que en Galicia ya sabíamos no pocos: que se trata de un político con un muy pobre bagaje en cultura e ideología políticas, lo que lleva a que su oposición al gobierno de turno (PSOE/Sumar) esté falta de ideas y se centre exclusivamente en los insultos y en los ataques personales, preferentemente a Pedro Sánchez, sin que se pueda saber cuál es su alternativa de gobierno, como correspondería a quién quiere presentarse como una oposición que aspira a gobernar algún día. Un déficit que seguramente echen en falta los posibles votantes de centro y que, indirectamente, beneficia a la derecha extrema (Vox) que sí tiene un programa y que, delante de la citada carencia, consigue que el Partido Popular (PP) camine a rebufo y finalice asumiendo muchos de sus postulados como, por caso, podemos comprobar en relación con el genocidio en Gaza y el embargo de armas a Israel, la amnistía a los políticos catalanes independentistas, la financiación y la condonación de las deudas autonómicas, la dependencia, la movilidad sostenible, la lucha contra el cambio climático, la inmigración, la memoria histórica, la reforma laboral etc. Una posición difícil de entender, ya que indirectamente también beneficia al gobierno de turno como así lo proclamaba el ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes (Félix) Bolaños después de la última sesión de control parlamentario: “hoy hemos ganado 112 de las 119 votaciones en el Congreso: el 94%”.
He ahí que pensemos que (Alberto) Núñez Feijóo camina hacia su particular Waterloo que, como sabemos, fue para el dictador francés la etapa previa al exilio en Santa Elena.