Cruzo la puerta de casa, cargado como una mula, haciendo equilibrismos con las bolsas de la compra y las llaves para acertar a echar el pestillo. Sudando la gota gorda por transportar escaleras arriba todas mis viandas, me pongo en la cocina a colocar cada cosa en su sitio y caigo en la cuenta: "¡Joder, los tomates!", exclamo, pues era la única cosa que de verdad tenía que comprar. Mi doña, que presencia la escena desde el marco de la entrada, pone la puntilla a la penosa escena con su lengua de plata: "El español piensa bien, pero tarde". Siempre tiene un as para un tres, la tía. Me pregunto si Carlos Mazón no tiene a nadie que le diga las cosas de igual manera.

 

El presidente de la Comunitat Valenciana, como yo con la compra y la contraria, lleva un año haciendo funambulismo en una cuerda muy estrecha. Hasta ahora tenía una red de seguridad que sostenían Feijóo y otros del Partido Popular que, ciegos en su cruzada a capa y espada contra el sanchismo, se negaban a reconocer que el principal responsable de la crisis de la DANA era el presidente de la comunidad que tiene transferidas las competencias -y por tanto los deberes- y que un año antes de la catástrofe había eliminado la Unidad de Emergencias, "porque, total, ¿pá qué?", debió de pensar el exvocalista de Marengo. 

 

Ahora, un año después de enterrar a más de 200 personas -algunas siguen desaparecidas, sepultadas por el barro quién sabe dónde-, son los populares los que le quitan la línea de vida a Mazón y lo dejan en la cuerda floja. Abajo no hay cocodrilos ni pinchos, sino familias rotas y ciudadanos indignados por ver cómo ese cadáver político sigue entre los vivos otro Halloween más, un año después de la tragedia. 

 

Mazón, después del masaje que le brindaron los suyos en un acto lleno de aplausos por su gestión que sonaban a la entrega del reloj de oro en agradecimiento por los servicios prestados al trabajador que se jubila, se sometió al escrutinio de los asistentes al funeral de Estado por las víctimas de la DANA, donde los abucheos, los insultos y las muecas de desagrado parece que hicieron mella en el político valenciano al que nadie había invitado al sepelio y que, tras lo sucedido, afirmó que necesitaba un tiempo para reflexionar y que sus cavilaciones las haría públicas en una rueda de prensa todavía pendiente de fecha.

 

No está nunca de más hacer un ejercicio de introspección y autoanálisis, pero ya vamos tarde. Va tarde Mazón, que prepara su enésima coartada para explicar dónde, con quién y qué estaba haciendo el día de la DANA, cuando el agua arrastraba los cuerpos de sus vecinos y votantes sin que esto fuese motivo suficiente para que el barón popular se levantase de su reservado de El Ventorro y renunciase a otro pacharán, aunque su teléfono, al parecer, echase humo desde hacía ya varias horas. También va tarde el PP, y en concreto Feijóo, que un año después levantan la sábana y descubren que el finado ya huele y que, por lo civil o lo penal, el futuro de Mazón es el mismo que el de Barberá o Camps, otro que vuelve de ultratumba para asaltar el PP valenciano. 

 

La mayor vergüenza del PP y Mazón es que Valencia ha perdido un año entero con la defensa de un presidente que se fue a pique en las mismas aguas en las que se hundían muchos vecinos, obligándolos a bajar al mismo lodo que retiraban de la puerta de sus casas y que había arrasado con sus vidas. Quién sabe cuántos se podrían haber salvado si la alerta hubiese sido enviada antes de las 20:11 horas de aquel 29 de octubre reconstruido minuto a minuto por todo tipo de expertos, que siguen sin saber dónde estaba Mazón durante buena parte de ese día imborrable que tiene muchos responsables a uno y otro lado y que, en algún momento, tendrán que rendir cuentas. Tal vez estaba comprando los tomates que a mí se me olvidaron. 

 

De momento, un año después, lo que toca ahora es esperar a conocer las conclusiones a las que llegue Mazón en su reposada meditación, propia de una larga sobremesa, en la soledad en la que lo han dejado sus compañeros de partido que tardaron 365 días en reterirarle ese pulmón de acero que, hasta ahora, le daba cierto oxígeno. Porque ya sabemos que el español piensa bien, pero tarde.

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