Los bajos de Raxoi o los monasterios de Oseira y Celanova sirvieron de prisiones ante la sobreabundancia de reclusos a finales de los 30

Un total de 3.588 personas fueron fusiladas en Galicia entre 1936 y 1939 a manos de la represión franquista. Un derramamiento de sangre que no cesaba durante los festejos navideños, de forma que se produjeron hasta 16 en diciembre del 36 en la prisión de A Coruña.

Los motivos de las ejecuciones coruñesas, pese a ser diversos, compartían un punto común: oponerse al régimen de una forma más o menos notoria. Los ocho trabajadores de la fábrica de hidrocarburos de Brens, por ejemplo, se pusieron de huelga para protestar contra el golpe de Estado.

Generoso Rivadulla Mallo, por su parte, firmó su sentencia de muerte el día que, junto a sus compañeros mineros de Lousame, se desplazó a A Coruña para, según el historiador Rubem Centeno, "defender la ciudad del franquismo".

El resto de los fusilados en aquel diciembre fueron agricultores de Irixoa. Sus cuerpos, al igual que el del resto, se perdieron en "varios enterramientos clandestinos y fosas comunes" desconocidas hasta para sus familiares. Ahora, la Comisión pola Recuperación da Memoria Histórica da Coruña (CRMH), los ha localizado en el cementerio de San Amaro.

En conversación con Europa Press, el historiador Domingo Rodríguez explica que la idiosincrasia particular de Galicia, que fue uno de los primeros territorios en caer en manos de los sublevados y la intensa vigilancia que dificultaba escapar vía mar, provocó que se convirtiera en territorio receptor de presos políticos provenientes de otras comunidades.

Dirimir cuántas prisiones coparon la comunidad es, en palabras de Rodríguez, "complicado dadas la ausencia de estadísticas oficiales". Y, es que las ya existentes prisiones provinciales de A Coruña, Lugo, Ourense y Pontevedra se quedaron pequeñas en 1937 ante la ingente cantidad de reclusos que recibían.

La solución determinada por los sublevados fue la de transformar espacios existentes y empleados para diversas labores en prisiones. Así, los húmedos bajos del Pazo de Raxoi o el pacífico monasterio de Oseira, se convirtieron en centros penitenciarios.

No sería hasta el 38, con la caída del Frente Norte, que trazarían un sistema penitenciario más detallado. Figueirido y Celanova se constituirían bajo la denominación de 'prisiones centrales', mientras que San Simón recibió la catalogación de 'colonia penitenciaria'. Esta última, por cierto, acogería a los mayores de 60.

Santa Isabel, una vez entrado 1940 en Santiago, también se conformaría como prisión central. Referencia semántica que también se le atribuiría posteriormente al campo de concentración de Camposancos, uno de los múltiples en Galicia como el de Lavacolla, el de Rianxo o el de Santa María de Oia.

HAMBRUNA EN LAS CÁRCELES GALLEGAS
Xerardo Díaz, tras pasar por las prisiones de Santiago y A Coruña, relató sus vivencias a través de unas memorias que escribió en su exilio uruguayo. Narró como el perfil de los internos no era exclusivamente político, pues empleaban la misma vara de medir para "confundir" y demostrar que estaban "en el mismo escalón".

La prisión provincial de A Coruña acogió, según Centeno, presos de distinta índole. Desde "agricultores y ganaderos" a figuras de renombre de la talla del alcalde de la ciudad por aquel entonces, Alfredo Suárez Ferrín, y su delegado del Gobierno, Francisco Pérez Carballo.

Figueirido y Celanova, en cambio, sí que se poblaron en mayor medida de presos políticos. Los asturianos, hasta 1.100 nuevos entre febrero y mayo de 1938 según Rodríguez, eran mayoría.

La hambruna social, a su vez, se apoderó de las calles estatales y gallegas a principios de los 40. Una falta de alimento, notoria en la ciudadanía, que se convirtió en símbolo de mortandaz y enfermedades en los centros penitenciarios.

El preso José Queirega Allegue, en una carta enviada al propio Xerardo Díaz, reveló las cuantías que se suministraban en el centro herculino para el millar de comensales: 200 kilos de repollos, 15 de huesos y 5 de chorizos. ¿Las consecuencias? "Avitaminosis y dos o tres muertos diarios".

A su vez, había una sola comida al día. En A Coruña se ofrecía, en palabras de Centeno, un trozo de pan y "una especie de potaje que era agua con huesos". Las condiciones, eso sí, "mejoraron a partir del 45".

La otra gran necesidad del ser humano, la de dormir, tampoco era una tarea sencilla para los internos. Camisiro Jabonero, un preso cuyas memorias recogió el historiador Víctor Santidrián, descansaba "encima de otros" compañeros.

Las celdas individuales coruñesas, por otra banda, las ocupaban ocho personas. Centeno ha subrayado que, no siendo eso suficiente para la repartición humana, se crearon nuevos espacios "de aglomeración" en los pasillos que acogían hasta 50 personas.

"La única ventaja que teníamos era el retrete, que estaba en una estancia separada por una puerta de madera que se podía cerrar. En ella había dos tazas (de váter) y un grifo con agua. Allí podíamos lavarnos un poco el cuerpo, aunque a escondidas, pues estaba prohibido. La higiene era un lujo al cual no teníamos derecho", recogió Díaz en sus memorias.

Sobre Figueirido, otra de las tres prisiones centrales creadas tras el golpe de Estado, existen escritos que detallan cómo los presos tenían que girar de forma simultánea cuando dormían para poder disfrutar de cierta movilidad.

El mar, en aquellos centros o campos localizados cerca de la costa, se empleaba, según Santidrián, como "lugar de limpieza". Era el caso de Camposancos, en plena desembocadura del río Miño. Los reclusos de dicho centro, eso sí, recibieron ayuda externa en términos de higiene.

"Aquí había gente que les lavaba la ropa a los presos del campo de concentración, y si podían, les metían un trozo de pan", relata Concepción Andrés García en un testimonio recogido en el libro 'A porta do Inferno', de José Antonio Uris Guisante, y el propio Santidrián.

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