Donde nacen las lenguas modernas

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

¿Cuántas lenguas hay en el mundo? Según San Google, unas 7.102 en todo el planeta en este momento. Ahí es nada. De ellas, en torno a un 9,2% tienen una decena de hablantes. Al menos 46 están a punto de convertirse en una lengua muerta, ya que solo tienen una única persona que las articule. Qué triste resulta saber que pronto todas esas palabras, almacenadas en el hipotálamo de un último conferenciante, se quedarán para siempre en el eco infinito. Cuántas formas de expresar sentimientos que en nuestra lengua materna somos incapaces de verbalizar pero que tal vez sí pueda darle sonido un bosquimano con un simple chasquido de su sinhueso o un inuit con construcciones verbales que harían que nos atragantásemos con tanta consonante junta. 

 

No obstante, me saben a poco esos más de 7.000 idiomas. Es evidente que hay más. Están todas esas lenguas que hablamos en nuestro día a día y que tienen, como mínimo, dos hablantes. Son lenguas que nacen en los bares, las aulas, los festivales de música, en el metro, con una mirada o con cada nuevo beso que damos, y mueren con cada relación que se rompe o se agota de tanto usarla. Hablo de esa lengua moderna a la que la academia es ajena y a la que nunca llegará la RAE, que brota inconscientemente en una pareja y se construye cada día, donde hay palabras que carecen de significado para los demás, pero no para esa audiencia privada que maneja el código, conoce el canal y distingue perfectamente el registro y la intención con la que se ha formulado esa frase que puede contener un universo dentro. 

 

El poder de las palabras es inmenso. Son armas, tal vez las más poderosas de las que disponemos, capaces de empezar y terminar conflictos. Con ellas podemos odiar o perdonar. 'Cabrón', en boca de un aliado, suena distinto que cuando sale disparada de la glotis de un desconocido. Igual que si tu pareja te llama 'idiota', ya que no tiene necesariamente que estar insultándote, sino que puede estar diciéndote que te ama, que cómo puedes ser así, que eres un despistado encantador...o a lo mejor sí te está llamando idiota y debes ponerte a cubierto. Por el tono suele descifrarse bien a dónde quiere llegar. 

 

Luego están todas esas bromas íntimas que despiertan una sonrisa para el oyente correcto en cuanto se codifica y provocan en el resto del público un arqueo de cejas de pura incomprensión. Es sencillamente porque no hablan el mismo idioma. Un idioma que se construye con la rutina, con las experiencias compartidas, con las alegrías, con las desgracias, con cada vez que abrimos nuestro corazón a los otros hablantes. Son lenguajes delicados y siempre al borde de la extinción, pues una mala palabra o un patinazo pueden abocarnos a su desaparición. Y a estas lenguas muertas no hay forma de reanimarlas. Se transforman, en el mejor de los casos, pero ya nunca volverán a chocar unas con otras. 

 

Tal vez construyamos nuevas lenguas con nuevos receptores, tomando prestamismos o latinismos de jergas anteriores, pero adoptando un nuevo concepto o comunicando al interlocutor el significado que tenía antaño de una palabra ya en desuso y convertida en cultismo. Es probable que te digan que por qué llamarlo parking cuando podemos decir aparcamiento, y entonces comprenderemos que nos hemos convertido en el último orador de un dialecto prohibido que ya solo está archivado en nuestra memoria y en la de otra persona que quién sabe qué diccionario manejará ahora. 

 

Por suerte, siempre encontraremos nuevas formas de comunicarnos, de conmover y seducir, de aliviar o enfadar, de expresar todo aquello que llevamos dentro. A veces no necesitamos más que un guiño para enviar un mensaje. En los casos más complicados, lo mejor es enviar una canción, que también adquieren un significado especial según para quien la escuchemos. Luego nunca vuelven a oírse igual. Lo mismo pasa con las palabras. Yo algunas no quiero dejar de decirlas ni un solo día de mi vida. Cheers. Y que entienda quien quiera entender. 

 

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