Cuestión de etiqueta

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Este verano tengo nada más y nada menos que cuatro bodas -y, toco madera, ningún funeral-. Seis amigos y un familiar, para ser exactos, que celebran sus nupcias este 2024. A mis 29 años puedo dar por inaugurada la temporada de bodas, que se prolongará hasta una fecha que no sé precisar, la verdad, porque una vez que este periodo empieza lo habitual es que vengan todas en cascada, tengo entendido. 

 

Estamos en edad, dirán, pero lo cierto es que una boda es hoy día un acontecimiento tan feliz como costoso, no al alcance de todos, ya que se precisa una estabilidad económica que, en mi generación, brilla por su ausencia. Son muchos los pormenores que tratar en una fecha tan señalada, empezando por la confección de la lista de invitados, que en ocasiones resulta toda una patata caliente, ya que estos no juegan ni mucho menos un papel menor, pues deben saber comportarse y acudir al evento siguiendo las exigencias que marca el protocolo y gustar a la cámara, un asunto en el que he recibido un curso acelerado estos meses de invitaciones y que he puesto en práctica con motivo de la boda de Almeida. 


¿Sabían que el tratamiento no es igual para una boda en horario de tarde que para una de mañana? A alguien como yo, que cuando escucha la palabra elegancia piensa en la primera equipación de Francia en el Mundial de Brasil -con la que asistí en su día a la boda de mi hermana, aunque esa es otra historia-, saber que las normas de etiqueta en el casorio varían según el punto en el que el Sol se encuentra en el firmamento resulta todo un descubrimiento. 


Es mi doñita -en adelante nos referiremos a ella como “La Doñita”- la que actúa como sensei de este pequeño saltamontes incapaz de distinguir entre un nudo Windsor y un nudo Hannover, por lo que la pobre, que tiene la sofisticación por castigo además de a mí, debe sentirse como si estuviera pastoreando un gato. No obstante, sí han calado en mí ciertas lecciones, como el hecho de que en una boda de día las invitadas no pueden llevar un vestido largo, sino que el corte tiene que estar a la altura de la rodilla, ya sea unos centímetros por encima o por debajo de la misma. Solo las novias y madrinas pueden ir de largo, como solo las pamelas están indicadas para las bodas de mañana. Tampoco se puede apostar por escotes atrevidos en caso de que la boda sea en un templo y el negro queda reservado solo para las bodas de noche. Y lo que nunca, nunca, JAMÁS, está permitido, es ir de blanco.

 

Estos consejos, al parecer obvios para los iniciados, entraron por un oído y salieron por el otro de los invitados al desposorio del año en España, el del alcalde de Madrid, un enlace con medio millar de invitados y un número similar de lo que en Galicia llamaríamos “espantallos”. Porque, madre mía, a alguno de verdad que no había por dónde cogerlo. Entre las que se confundieron y en vez de agarrar la A-5 dirección Sevilla para la Feria de Abril acabaron con su mantilla de rebote en la iglesia de San Francisco de Borja, las que en vez de un tocado se pusieron un nido de codorniz en la cabeza y las que se liaron y usaron el estampado que habían elegido para las cortinas en el vestido de fiesta, la postal quedó como una fiesta goyesca. El fotógrafo de verdad que no hacía carrera de ellos. 

 

Por no mencionar el chotis del que se chotea medio país, ni el menú, que en Galicia no daría ni para los entrantes del vermut de rigor. De todos los diablos en esa iglesia ni uno vestía de Prada -o tal vez sí, pero con muy poco gusto-. Porque se puede ser casposo, se puede convertir un bodorrio en un acto de partido y retransmitirlo por el canal autonómico -lástima, en otro tiempo les hubiese quedado un NO-DO chulísimo-, se puede ser indecente hasta el punto de tener que exiliarte en Oriente Medio, se puede defraudar lo más grande y decir que no lo has hecho aunque la verdad es que sí, incluso se puede ser responsable de la muerte de miles de abuelos durante la pandemia, pero lo que no se puede es ir mal vestido a una boda. Algunas cosas tienen un pase, aunque yo no entienda por qué, pero esto es España, y de casa uno se marcha siempre arreglado. Sales guapo y vuelves feo. Así que mañana sus vais todos al rastro y os compráis unos trapitos. Que no se diga. Ya no es una cuestión de etiqueta, es una cuestión de Estado. No puede volverse a repetir, porque se repetirá. Y que vivan los novios. 

 

Para Cristóbal, María, Álvaro, Sara, María Teresa, Alejandro, Nuria y Adrián

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