¿Harakiri PSOE?

Luis Moreno

No son pocos los agoreros que anuncian la autoinmolación del PSOE. Ya estaríamos asistiendo, dicen, a los prolegómenos de un suicidio a la japonesa, popularizado con el apelativo de harakiri. Como se sabe, el acto supone abrirse el vientre exponiendo las entrañas al exterior. Finalmente el sujeto muere desangrado tras el fallo irreversible de alguna función vital. 


Harakiri PSOE

¿Estamos ya inmersos metafóricamente en tan descarnado ritual en lo que respecta al futuro del partido socialista en España?


Hay respuestas dispares a la anterior pregunta, todas ellas condicionadas por variopintos deseos y realidades. Desde que fuera fundado clandestinamente en Madrid el 2 de mayo de 1879, la formación socialista ha pasado por difíciles momentos producidos por las luchas internas entre sostenedores de visiones ideológicas y estratégicas contrapuestas o, simplemente, entre líderes celosos de acceder o conservar el poder interno de la organización. 


Este último aspecto es, quizá, el que mayor incomodidad genera ahora entre intelectuales y opinadores, condicionados por sus hipotecas con los dirigentes socialistas en ascenso o descenso orgánico o, sencillamente, a la expectativa de procurarse anhelados frutos de pesebrismo mediático y profesional.


Déjese para otra ocasión y otro cauce analítico las lecciones que pudieran extraerse de pasados desencuentros socialistas internos tales como los protagonizados por Largo Caballero, Prieto y Besteiro en los convulsos años de la Dictadura de Primo Rivera y de la II República. No se incida tampoco en la escisión producida en 1972 que llevó a concurrir antagónicamente en las primeras elecciones democráticas postfranquistas al PSOE (R- renovado) y al PSOE (H- histórico). El primero liderado por Ramón Rubial y Felipe González, y reconocido por la Internacional Socialista, fue el neto vencedor entre los partidos de la izquierda de las elecciones de 1977 e integró posteriormente al segundo encabezado por José Prat y Rodolfo Llopis.


Lo que se diagnostica estos días es una fractura en el PSOE que pudiera llevarle a perder el gran apoyo electoral que ha tenido en los últimos decenios y, eventualmente, a dejarlo como una fuerza marginal en el parlamento, al modo a como ha sucedido con el PASOK en Grecia (48,1% de los votos populares y 174 parlamentarios de un total de 300 en su cénit electoral de 1981 que se comparan al 4,8% de apoyo electoral y 13 diputados en 2015). ¿Cuál es la razón de que eso pudiera sucederle a una partido como el PSOE que en 1982 obtuvo también el 48,1% del voto popular (202 diputados) y que en la última consulta del pasado mes de mayo bajó a un porcentaje electoral del 23,6% (85 diputados)?


Naturalmente que factores exógenos al partido, y sobre todo la irrupción de Podemos en la margen izquierda del espectro político y, en menor medida, de Ciudadanos en las posiciones centristas, han sido determinantes en el desgaste electoral del PSOE. Algunas voces atribuyen a dichos factores externos la mayor causa –y hasta única-- del declive electoral socialista. Quizá exageren. La insistencia como martillo pilón de Podemos y Ciudadanos en la necesidad de superar la corrupción política, en la cual también se vio involucrada a ‘hoz y coz’ el PSOE no hace muchos años, ha erosionado considerablemente su rendimiento electoral. Empero, una menor atención en el examen interno de lo que les ha ocurrido últimamente --y sigue ocurriendo-- a los socialistas imposibilita abrir el campo a las explicaciones plausibles y a los pronósticos posibles de futuro.


Como ha sido convenientemente aireado por los medios de comunicaciones, buena parte de los cuales son afines a la derecha política española, los desencuentros entre los dirigentes socialistas han sido motivados por posicionamientos en la lucha por el poder partidario e institucional en mayor medida que por cuestiones ideológicas. Hace algunos años se hablaba de corrientes en el seno del PSOE y sensibilidades más a la izquierda o a la derecha. Llopistas, tiernistas, convergentes, renovadores (felipistas), pretorianos, críticos, apparatchiks (guerristas), beautiful people, ‘vaticanistas’ o, más recientemente, los renovadores por la base o los bambis, son algunos epítetos que han identificado a diversos grupos en su pugna por el poder político interno y externo.


En realidad la razón de ser de los antedichos grupos de interés en el seno del PSOE no sido otra que la instrumentalización de su capacidad de medrar dentro de la organización para promocionar a sus seguidores en las listas cerradas y bloqueadas de la concurrencia electoral. El PSOE, en sus tiempos de máximo respaldo electoral, llegó a controlar a fines del decenio de los años 80 de siglo pasado miles de puestos públicos en nuestro sistema multinivel de gobierno. No es evidente ahora que el trampolín partidario permita un salto hacia responsabilidades gubernamentales sino, más bien, hacia la turbia confrontación cainita entre los propios socialistas y hacia su oscuro futuro electoral.


Los barones en alza y baja dentro del PSOE andan desorientados. Algunos pensaban que con el apoyo mediático que favorece la abstención de los parlamentarios del PSOE para permitir la investidura de Rajoy, el tránsito para tragarse semejante sapo político podría ser edulcorado convenientemente. El asalto posterior a la dirección del PSOE, con el consiguiente control de los puestos en las listas electorales cerradas y bloqueadas, sería holgadamente suficiente para calmar los ánimos y contentar a los componentes de los grupos victoriosos en las contiendas internas.


Sea como fuere, permanece la vieja diatriba entre considerarse partido de masas o de cuadros. Entre el asamblearismo manipulable y las baronías de obediencia ciega quizá podría explorarse la sempiterna ‘tercera vía’, muletilla funcional a la que suele recurrirse en situaciones de dicotomías paralizantes. Es deseable que el sentido común de consultar a la militancia en decisiones de peso como las que ahora se confrontan se imponga a la sinrazón de abrirse las carnes para desangrarse.


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