En este juego de azar en que se ha convertido la política española todo el mundo intenta echar mano del comodín. Nada mejor que definirse como socialdemócrata para ser bien visto y no sufrir contratiempos ideológicos. Sí, señores, se lleva mucho esto de ser socialdemócrata más allá de la intimidad. Algunos sectores de ERC y de CDC se definen como tales. El PSC, obviamente, también…¡Faltaría más! Pero amigos míos la campanada la dan determinados sectores de Podemos y algunos otros. Íñigo Errejón dijo hace un par de semanas que esto de la socialdemocracia y el comunismo eran cosas anacrónicas, del siglo pasado; Pablo Iglesias hace unos meses nos vendió la moto de que las definiciones ideológicas eran un juego de trileros a beneficio de la casta. 


Paradójicamente Iglesias se definió ayer, sin rubor, como el último socialdemócrata autentico del siglo XXI mientras calificaba a los redactores del ‘Manifiesto Comunista’ como los socialdemócratas por antonomasia. Mira por dónde --lean sino a Toni Negri--,  la socialdemocracia lejos de estar muerta y finiquitada es devuelta a la vida por obra y gracia de los nuevos doctores Frankenstein de la Complutense. Claro que, si por socialdemocracia entendemos la conjugación armónica de libertades y preocupación social, no es extraño que muchos pretendan reivindicarse de ella.


Volvamos al planeta tierra. Socialdemócrata fueron en su tiempo Rosa Luxemburg o Trotsky y algunos pretenden que Toni Blair también lo ha sido. Ya ven, el comodín es tan polivalente que quizás habrá que diferenciar entre socialdemócratas útiles con propuestas factibles y viables y socialdemócratas de retorica para televisión en color y populismo de tres al cuarto.


Ser de derechas no está de moda y en Cataluña aun menos. En esta contienda electoral que se avecina ‘todo quisqui’ tiene la intención de enfundarse la camiseta con el lema: ‘Je suis social-démocrate’. Pero ándense con cuidado, en el ‘top manta’ de la política hay mucha marca ‘ful’, mucha verborrea, mucha imitación de escasa calidad.

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