​Esta opinión no cuenta

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Hola, me llamo Rodrigo, aunque mis allegados me llaman Roi, y soy periodista. Esta confesión, propia de una de esas reuniones de adictos anónimos tan habituales en las películas, es importante por el matiz último: soy periodista. Recuerden este dato, aunque se lo iré refrescando a lo largo de este discurso que, por otro lado, no cuenta.


Como casi todos en esta profesión tengo la capacidad de hablar de casi cualquier tema. Por necesidad profesional leo mucho y tengo la antena puesta en casi cualquier conversación, verse de lo que verse. Por otro lado, tengo una habilidad muy absurda basada en absorber datos que el 98% de las veces no valen de nada. Por el contrario, soy incapaz de quedarme con nombres y caras, algo que me afean mis amigos, sobre todo porque nunca conozco a la gente que normalmente protagoniza el último cotilleo del que habla todo el pueblo y del que mi grupo diserta en profundidad cada sábado mientras yo escucho en silencio a la vez que rasco las etiquetas de la cerveza.


Del mismo modo también soy chismoso. Más que chismoso, la verdad, soy muy maruja. Y no porque me gusten los cotilleos (que también), sino porque me gusta estar enterado de las cosas, aunque luego no saque ningún beneficio de ello porque, como acabo de decir, la mayor parte de las veces soy incapaz de ubicar a los actores de los mismos y porque, sinceramente, no guardan para mi mayor interés que los 2 minutos que puede durar la conversación con la persona que me pone al día de lo último que ha hecho fulanito, del que los demás saben desde el coche que conduce hasta su último ligue y que yo habré olvidado casi con total seguridad en cuanto me levante de la mesa.


Pero, como he dicho, la capacidad que tengo para hablar de casi cualquier tema me es útil tanto en el día a día como en mi profesión. No es del todo difícil, la verdad. Entiendo un poco de arte, por ejemplo, y si la persona con la que hablo de arte tiene un nivel parejo al mío basta con soltar algún nombre complejo y exótico, como Basquiat o Kandinsky, o decir que ‘El beso’ de Klimt y ‘El ángelus’ de Millet son conmovedores cada uno a su manera, para ganar más de un silencio de aprobación. Pero ya está. Mi conocimiento la mayor parte de las veces no supera la superficialidad porque, de lo que va realmente esto, es de que soy un periodista. No soy estudiante de Historia del Arte, ni profesor, ni crítico, ni galerista, ni mucho menos un gran artista. Soy alguien que navega más o menos bien entre dos aguas.


Puedo controlar de muchas cosas, pero saber, lo que es saber, de muy pocas. Sé de cine. Un poco. Sé de fútbol. Bastante. Y sé de capítulos de Los Simpson. Mucho. También sé recitar de memoria diálogos intrascendentes de películas de Disney, de Pixar, de David Fincher o de Tarantino, como sé diferenciar una patata frita de la marca Bonilla de una que no lo es. Solo en esos cinco campos me muestro inflexible en mis opiniones y mis juicios la mayoría de las veces. En el resto de las especialidades, materias y disciplinas de este basto y ancho mundo, admito que no lo soy tanto.

No soy médico. Tampoco biólogo. No soy político, ni epidemiólogo, ni economista o investigador. Soy una persona que tiene la suerte de dedicarse a lo que ama y, en cierta medida, con mayor o menor fortuna, lo que hace es transmitir a los demás la información que los expertos, aquellos que realmente saben de lo que hablan, quieren compartir con el mundo. Yo soy solo un canal entre el emisor y el receptor, aquel que me ofrezca un poco de su oro, el tiempo, para leer las palabras que bailan por mi cabeza y que el teclado termina por ordenar.


Por eso, en estos tiempos convulsos y sobreinformados en los que nos toca vivir, es importante recordar que aquellos que llevan la información a sus casas son meros transmisores, muchas veces de ideas que no comprenden y que la propia incomprensión termina por sobredimensionar y llevar a un plano histérico y apocalíptico. Todo el mundo tiene una opinión o una teoría sobre el coronavirus, como ha quedado patente en la interminable lista de opinadores y charlatanes que han poblado platós y páginas de los más prestigiosos diarios en los últimos días y a los que yo ahora me sumo. Pero no se engañen: ni la presentadora de moda, ni su cantante favorito, ni el más reputado periodista, ni la vecina del cuarto tiene una verdad absoluta en torno a un tema tan complejo e incontrolable como es una pandemia sobre la que todavía no hemos sido capaces de rascar su dimensión. Todos tienen una opinión, pero no cometan el error de confundir opinión con información. Respeten a las autoridades sanitarias, atiendan a las recomendaciones que hacen desde las administraciones públicas y, tanto si hay coronavirus como si no, aséense con frecuencia, que nunca está de más. Y beban en abundancia y consuman tres piezas de fruta al día.


Y por favor: no hagan tanto caso a aquellos que vaticinan el fin del mundo, que a mi cuarto de siglo de vida ya he sobrevivido al calendario maya y a otras muchas promesas cataclísmicas incumplidas. El fin del mundo llegará, más tarde o más temprano, para todos, como cada segundo sucede al anterior y precede al siguiente. Pero hasta entonces, vamos a intentar que cada uno hable de lo que sabe. Aunque no tienen por qué hacerme caso. Esta opinión, como la mayoría, no cuenta. 

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