#Claves de la semana

Pedro Brandariz: "En la comedia, los artistas siempre queremos más"

Entrevista a Pedro Brandariz, comedia todoterreno en estado puro 


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Pedro brandariz


Decía Charles Chaplin que un día sin reír es un día perdido, y se nota que a Pedro Brandariz no le gusta perder el tiempo. Un cómico todoterreno curtido en decenas de escenarios y espectáculos, que vive por y para el humor pero que se niega a quedarse estancado. Si por algo destaca Pedro Brandariz, es por su constante renovación y su incansable exploración en distintos formatos y códigos, que ahora le lleva a enfrentarse a la risa dramática en la nueva webserie de Porco Bravú, Peter Brandon.


Del teatro a la improvisación, pasando por los monólogos, el clown y el panorama audiovisual gallego en casi todas sus facetas, Pedro Brandariz es el ejemplo perfecto de una vida por la comedia.


-¿Qué te atrajo de la comedia para meterte en su mundo?


Desde pequeño recurrí a ella como un método de supervivencia. Guapo no soy, entonces tenía que buscar otras herramientas para sobrevivir. Siempre tiré por la comedia, me gustaba ser gracioso y fui encaminando por ahí mi vida. Yo estudié para ser maestro, pero a los 18 empecé a hacer teatro, donde lo que me cundía era el humor. Para mí hacer reír es lo mejor que hay en el mundo, estar en un escenario y que el público esté en conexión contigo y se ría, sea haciendo clowns, monólogos, chistes…


-¿Por qué el clown como una de tus primeras experiencias en la comedia?


Yo empecé haciendo teatro cómico y después coincidió que en Oleiros hacían un curso de clowns. Ahí descubrí gente que lo practicaba y me encantó, porque el clown tiene mucha verdad. Un monólogo es un texto que escribes con unas ideas u otras, pero el clown parte de tu verdad, de tu manera de ser. Si eres torpe, lo aprovechas para hacer reír, si eres gordo, lo aprovechas… De hecho el clown para mí es la técnica más complicada, es vivencial casi, pero en el fondo parte de ti mismo. También me fui a Pontevedra a hacer cursos y a partir de eso entré en una compañía de clown profesional. Hasta ese momento hacía teatro aficionado, pero ahí descubrí que a lo mejor me podía dedicar a esto.


-De todos estos formatos que has hecho, clown, teatro, improvisación, monólogos… ¿cuál es en el que más cómodo te has sentido?


Esto es un poco como de: ¿a quién quieres más, a papá o a mamá? Cualquiera de ellos. Los que has dicho, de hecho, que son de los que más hago. Hago muchos monólogos y me molan mucho. Son duros porque te subes a un escenario y estás tú solo. Pero cuando funcionan también eres tú solo el que está haciendo reír y haciendo que el público se lo pase bien durante casi dos horas. Es una satisfacción brutal.

La improvisación también es genial. Yo siempre pensé que hacía improvisación, pero hasta hace cuatro o cinco años que empecé en serio descubrí lo que realmente era. La impro es una disciplina que no se ensaya, se adiestra, es una capacidad en la que tienes que estar muy fresco y muy entrenado para poder ser creativo.


-Porque no hay guión ni nada…


No hay guión de ningún tipo. En la improvisación la gente viene y escribe unas ideas, y a partir de eso tú vas creando unos juegos establecidos. La impro es muy buena cuando funciona bien, es glorioso, porque tú creas historias y haces reír de la nada. El clown también es muy chulo porque es la comunicación más directa, y el teatro en televisión. Me encanta la televisión, en cortos, cines, webseries… Estos son muy diferentes, porque no tienes el feedback del público en el momento y no es algo orgánico como el teatro, con una progresión lógica. En lo audiovisual se graba lo que ocurre aquí y mañana todo lo que ocurre en otro sitio… Pero está muy guay porque queda grabado y me gusta mucho cuando hacemos un pase con público y veo su reacción. Dónde se ríen y dónde no se ríen.


-Tú has estado en mil cosas, en mil monólogos, muchísimos cortos y espectáculos. Meterte en tantos formatos, ¿te ha impedido sentirte realmente especializado en uno de ellos?


No realmente, de hecho es algo buscado estar en muchas disciplinas con muchas compañías, porque es lo que te permite ir variando y sobrevivir. El teatro y la comedia en Galicia están como están, y es muy complicado que haciendo solo monólogos puedas vivir de eso. Hay que hacer un poco de todo, pero para mí es lo chulo. Es caótico a veces, con el vestuario por ejemplo: “¿hoy que tengo que llevar?”, y aparezco en un espectáculo con el vestuario de otro… Pero lo mejor es trabajar con gente diferente. Tengo la suerte de estar rodeado de personas muy creativas, con Fran Rei e Isa Risco, que son la gente con la que empecé realmente, y son brutales. Con gente de la comedia de A Coruña como Víctor Grande o Luís Pousada, y la gente de Porco Bravú. Eso te da muchas experiencias a través de gente de diferentes edades y entornos, y al final te enriquecen.


-¿Qué consideras fundamental a la hora de ser cómico?


Que sea verdad. Sea monólogo, clown o improvisación, lo que cuento es verdad. Cuando empecé a hacer monólogos partía de mi experiencia, y ahora estoy leyendo el libro Cómo orquestar una comedia y el primer capítulo es: “Una comedia tiene que tener verdad y dolor”, y tal cual. Hablo de cosas, de anécdotas que me pasaron, exageradas. Y muchas cosas de las que me pasaban dolían, pero es saber quitar ese dolor y aprovecharlo. El monólogo debe ser vivencia personal, y en el clown ya eres tú mismo. Si ves un programa como El club de la comedia se nota que hay dos o tres monologuistas de verdad y uno o dos que son actores o famosos a los que les escriben un monólogo. No pegan ni con cola porque no es de ellos.

Todos tenemos vivencias y anécdotas graciosas, pero también hay que tener observación. Siempre llevo conmigo una libretita, o sino el móvil mismo, y apunto cosas que me parecen graciosas. Desde que apunto, siempre tengo temas de los que hablar, hay que fijar la observación.


-Un problema común en muchos humoristas es que la gente espera que en todo momento sean graciosos, incluso en su vida personal, con el chiste en la boca. ¿Has tenido algún problema a la hora de compaginar esto?


Donde más me pasa esto es con el Luar. Para la gente mayor soy muy reconocible, y es cierto que todo el mundo te saluda, y me encanta. Hay gente que no le gusta eso, pero a mí sí. Lo que pasa es que a veces vas con prisa, me acuerdo de una vez que tenía que entregar una documentación a las dos de la tarde, y eran las dos menos tres minutos. No llegaba y claro, en ese momento sí que tuve que ser algo borde. A veces sí que es cierto que estás en una situación determinada y te dicen “venga, cuenta algo”, y a lo mejor en ese momento no te apetece o no son las mejores circunstancias. Pero yo estoy encantado, no me cuesta mucho.


-Hay días en los que no te sale sacar risas, no te sale entretener. ¿Cómo te sobrepones a tus problemas para hacer humor?


Una vez que estoy en el escenario, y pones el chip de que estás actuando, te olvidas de todo. Disfruto el momento, después cuando se apagan los focos ya me viene el bajón. Afortunadamente nunca tuve que actuar bajo las circunstancias de que me pasara algo muy grave, y toco madera, pero sí de estar muy enfermo o con las fuerzas muy bajas. En ese momento tiras millas, y el escenario te da una adrenalina que te lo quita todo.


-¿Has sentido adicción a las risas de tu audiencia?


Sí, de hecho yo tengo que actuar y actúo demasiado. No debería hacerlo tanto. Una vez lo contabilicé y actué 187 días al año además de intervenciones de radio y tal. Si tengo un fin de semana sin actuar me pasa algo, me falta algo.


-¿Y de dónde sacas las fuerzas?


Hacer cosas muy diferentes también te da energías. Si fuera siempre el mismo espectáculo, acabarías peor. Los martes hacemos improvisación por ejemplo, el miércoles toca el programa de Ojo Cuidao de Cadena Ser. Después los fines de semana ya son monólogos o actuaciones de clown… vas cambiando. Mi día de descanso es el lunes, pero yo tengo que actuar.


-¿Alguna vez te has enfrentado a un público especialmente difícil?


Sí, sin duda, mogollón de veces.


-¿Y cómo lo resuelves?


Me pasa sobre todo en monólogos, en pubs. Actuamos mucho en bares, te contratan, vas allí pero la gente ni sabe que hay un monólogo, son clientes que van habitualmente y que se preguntan “qué pinta este aquí”. Vas a algunos sitios que… es la guerra. Tengo bastante aguante y tiro millas, si me escuchan, bien, y si no pues nada. Intentas llamar la atención, interpelarlos de manera creativa, y a veces se consigue y otras no.


Pedro


Lo dice gente como Carlos Blanco, el público tiene que pagar una entrada. Por la cuenta que le tiene, sean tres o cinco euros, te va a atender. Vas a sitios, sobre todo bares, que te programan en días cuando no va mucha clientela o para prolongar la noche, muy tarde. Y la gente no está para escuchar a esas horas. Se está cambiando poco a poco, el circuito de monologuistas está logrando que se valore un poco más el hecho de que haya una persona actuando en una hora prudencial. Hay quien dice que después de las 11 de la noche no actúa, y está guay. Así garantizas que funciona. Yo he actuado a la una y media de la noche, y sabes que va a ser un fracaso.


-¿Dónde encuentras los límites del humor?


No es que sea un cómico muy irreverente, pero sí que donde está todo más medido no tienes fallo. En un espectáculo creado y guionizado lo tienes controlado. Pero la improvisación no te puedes poner filtros, porque entonces no eres creativo. Y al ir sin filtro, vas sin red y a veces… te pasas. La gente también tiene que saber que eso es improvisado y que es un código. Me ha salido algún chiste cuando pasaron los atentados de Francia que dices tú… si pudiera rebobinar no haría el chiste. En Ojo Cuidao, juego un poco de personaje más descarado, y me arriesgo más. La gente hoy en día es lo que valora, que te pases los límites del humor por el forro. Un programa que triunfa mucho ahora es La Vida Moderna, y juegan todo el rato a eso. Hacen un comentario racista, pero se ríen del propio comentario.

Es cierto que puede haber gente que se sienta ofendida. Pero es una carta que juegan y la gente les escucha porque son irreverentes. Es un poco jugar a reírte de la irreverencia. Hacerla, y luego reírte de ella.


-Pero después esa misma irreverencia es utilizada como excusa para faltar al respeto directamente…


Yo siempre intento hacer un humor bastante blanco, y nunca le faltaría el respeto a nadie. Irreverente con las ideas, pero no con el público. Moncho Borrajo, por ejemplo, su espectáculo era coger a una persona del público y reírse de ella. Sacrificaba a una persona para que se rieran cien o doscientos. Era desternillante, pero puede que a esa persona no le gustara tanto. Yo no me río de nadie, sino de situaciones, de ideas o de políticos.


-No solo haces humor, también lo has enseñado en cursos como el de Risoterapia o Técnicas de Clown en el Centro Ágora. ¿Qué prefieres, enseñar el oficio o ejercerlo?


Ejercerlo sin duda. De la experiencia que vas teniendo adoptas una serie de dinámicas o reglas que enseñas a otros, y también está muy bien. Ver cómo funcionan con otros, o cómo progresa la gente. Pero hay muchos que después de hacer teatro o comedia les gustaría dirigir un grupo… a mí eso no me va.


-Ejercerlo hasta el final, ¿no?


Sí, sí, me gusta enseñar pero lo paso mejor haciendo yo las cosas. Lo que escriba va a ser para mí, y no concibo que me contrate Buenafuente para escribir para él. Bueno, si es Buenafuente igual me lo pienso.


-¿Y qué buscabas transmitir a tus alumnos?


Que partan de su realidad. Cada uno tiene un clown diferente, pero no hay nada escrito al final. En estos cursos buscamos encontrar qué hace gracia en cada persona. Es un poco llenar una mochila con esas cosas que hacen gracia para después tener recursos.


-Son clases muy enfocadas en cómo sea el humorista en cuestión…


Sí, de hecho yo a veces dudo y pienso que algún curso de clown que hago es un curso de terapia grupal. Analizas a cada persona, y se tienen que desnudar y perder la vergüenza para mostrarse al público. Eso une muchísimo, y todos los grupos acaban perdurando en el tiempo.


-Hace poco comentaste que en la cantera gallega de humoristas cada vez había más presencia de cómicas. ¿Qué debería hacer el sector para que esa tendencia tan beneficiosa siga en alza?


Hasta hace poco todos los monologuistas eran hombres, y decidimos crear un laboratorio de comedia llamado la Oratoria, donde vas y pruebas tu texto inédito un miércoles al mes. Le dimos cabida a cómicos de todos los lugares, y también empezaron a venir muchas cómicas que vieron una oportunidad. No tienen que lanzarse a hacer un espectáculo completo y es un entorno muy amable, con un público a favor de la obra. Creo que es lo que hace falta, un público a favor del espectáculo para ver lo que funciona y lo que no y dar el salto a otros escenarios. Y ahí están Diana Sieira, Ángela Triana… Ángela es una humorista que va a triunfar, tiene un guión y un timing espectacular. Y aparecen muchísimas más. Tienen esa oportunidad, que supongo que sin ella también acabarían lográndolo, pero se fueron aglutinando ahí y ahora hacen actuaciones conjuntas con mucho éxito. La gente busca cosas diferentes, está cansada de ver a lo mejor a Pedro Brandariz o a Víctor Grande. Y cada una con su estilo propio. Hacía mucha falta, porque esto era un campo de nabos.


-Antes me decías que habías estudiado para maestro. ¿Por qué lo dejaste de lado?


Primero me metí a maestro y luego me di cuenta de lo que mío era ser educador social, aunque en ese momento no sabía lo que era. Después empecé en el teatro con 18 años y descubrí que me gustaba mucho, y vi que tenía posibilidades cuando entré en la compañía de clown. Ves que es una forma de vida, y apuestas por ella. Implica mucho trabajo de difusión, distribución y creación de espectáculo, pero mola muchísimo.

Ser maestro, monitor de una actividad, guía de senderismo o teatrero… al final es lo mismo, es comunicar un mensaje o una idea. Entonces sí que me gusta, pero me enfrentaba a una oposición, y voy a estar ahí años chapando para luego no entrar. Yo siempre busqué cosas más inmediatas. No soy capaz de generar un objetivo muy a largo plazo.


-Tu interés en la educación te ha llevado a centrarte en el público infantil, por ejemplo como cuentacuentos. ¿Qué hay que hacer para ganarse a una audiencia llena de niños y niñas?


Un adulto puede aguantar un espectáculo aunque no le guste, por educación o vergüenza. Pero a un niño como no le captes la atención, a los dos minutos está a saber dónde. Es como un entrenamiento, en el fondo. Siempre me gustaron los cuentos y las historias, y vi un filón. También es cierto que fui aprendiendo muchísimo. Cogía dos cuentos que un compañero los aprovechaba en 40 minutos y yo me los ventilaba en 10, porque me gusta más el tema de la acción. También un niño, más de media hora, le cuesta muchísimo mantener la atención. Pero tanto me gusta el tema que acabé abriendo una librería, una utopía que tenía ahí.


-¿Cómo se lleva eso de sobrevivir con una librería en una época en la que todo es cada vez más digital y menos papel?


Estamos buscando tener presencia en el panorama digital. Tienes que tener Facebook, Twitter o Instagram con contenido y adaptarse. Es importante tener seguidores en redes para cualquier proyecto, y crear una comunidad. Con la librería es importante beber del target, que en este caso son los padres que llevan a los niños. Hay que dirigirse a ellos, publicar contenido en la hora en la que sabes que te pueden ver.

El tema de las redes sociales es algo que me encanta, veo vídeos de community manager y todas esas cosas. Un poco de esclavitud también, si sigues a todas las redes sociales acabas loco. Pero es importante encontrar esa presencia, más aún en la gente que se dedica a la comedia o al teatro para dar a conocer lo que haces.


-También hay que saber diferenciarse, en la librería estás tú de cuentacuentos, que es algo que otros negocios no tienen.


Sí, con la librería no me da la vida para estar siempre, pero me propuse de objetivo actuar una vez al mes allí, y experimento con espectáculos a modo de laboratorio. Y así es un beneficio para mí y para la librería. Intentamos que haya mucha actividad, porque hoy en día vender libros está complicado.


-Me gustaría hablar un poco de tu webserie, Peter Brandon. ¿Cómo surge la idea de hacer un ‘falso’ documental basado en ti mismo?


La idea partió de Porco Bravú, de Jorge Boquete y Óscar Cruz. Son muy buenos, con una calidad de grabación brutal, y ya triunfaron con El Método Sueco, para el que me llamaron. Empezamos a hablar y surgió la posibilidad de hacer un ‘falso’ documental sobre la vida de un cómico, centrado en sus miserias y en la parte menos bonita. Y yo miserias de cómico tengo las que quieran. Cuando me llegó el guión de Óscar pensé que era brutal y mucho mejor de lo que yo podría haber escrito.

La gente se pregunta si lo que me pasa en la serie es cierto o no, hay cosas que sí y otras que no, y todo podría serlo. Me flipa cuando la gente lo ve, porque esperan comedia pero luego es un drama absoluto. En los pases al principio se ríen por nada porque es lo que esperan, pero luego ya dicen “esto no es de reír”. Hay muchos gags igualmente, pero el hilo conductor es un drama.


Peter


Y es webserie porque no les queda más remedio, si llamara TVG o Netflix sería otra cosa.Genera mucho interés pero nadie lo compra, entonces se queda en la web. Allá donde vamos todo el mundo alucina y le encanta, vamos por varias ciudades de Galicia y festivales, y este viernes estamos en Vigo. Pero en Porco Bravú también se quejan, porque son premiados con el Mestre Mateo en sus proyectos y no tienen curro. Ya dicen: “Dadme menos premios y más curro”. El sector audiovisual gallego es muy conservador y es muy complicado entrar. Pero bueno, es un experimento muy chulo y son muy buenos promocionándolo. Ya en febrero se pondrá el primer capítulo online para verlo cuando quieras.


-Sé que forma parte de la incognita saber qué hay de real en Peter Brandon. Pero podrías decirme, al menos en lo básico, ¿cuánto hay de Pedro Brandariz en Peter Brandon?


Un 90%. Hay cosas que no pasaron pero que podrían pasarme. Habla de que es un cómico conocido y que funciona, pero en la comedia los artistas siempre queremos más. Y eso a veces te lleva a que vuelvas abajo otra vez. La cabecera de Peter Brandon es el pasaje mítico de Sísifo, en el que sube una piedra a una colina y cuando está arriba de todo, vuelve a caer para abajo. Mi vida se podría resumir en eso.


-¿Deberían ser más habituales este tipo de obras que humanizan la figura del artista?


Sí, estaría muy bien. Saber que cuando una persona se sube a un escenario, está haciendo un esfuerzo porque igual viene de una ciudad muy lejana, igual se tiene que marchar justo después a otro lugar… A veces veo cómicos que no funcionan, y pienso en lo que traerán detrás. En ese sentido empatizo muchísimo.


-¿Te ha supuesto algún tipo de reto hacer una obra que no solo es comedia pura, sino que trata un poco el fracaso y el drama?


Pues no, porque soy yo mismo. No me tuve que preparar nada. Sí es cierto que en el rodaje había escenas un poco “plof”. Había una escena de cama terrible, tristísima. Acabamos de hacerlo y estuvimos todo el día muy tocados, todo el equipo. Fue ese el único reto, momentos que te hacían reflexionar sobre la vida y las miserias. Pero fue muy fácil en general.


-Interpretarte a ti mismo, o a un personaje que se parece mucho, ¿en qué te hizo reflexionar sobre tu propia vida?


El propio guión cuando Óscar me lo enseñó me dio una bofetada guapa. Al principio dije “bueno, no sé si me apetece hacerlo…”, pero sí, porque es algo arriesgado y diferente. Siempre me quejo de que solo hago comedia y esto es muy innovador.

Ahora cuando veo los capítulos aún pienso mucho en mi día a día de cómico. Cuando vas a una actuación a un bar un viernes a las 12 de la noche y todo el mundo está haciendo sus planes de ocio, analizas y te preguntas “por qué hago esto”, pero luego llegas y ya piensas “de puta madre que vine porque mira que público más guay”. A mí me cuesta mucho más ir que volver, porque tengo que llegar una hora antes, localizar el sitio, hablar con el dueño del local… tantas incógnitas que da pereza. Una vez que empiezas ya es todo maravilloso.


-Para acabar, me gustaría hacerte una pequeña batería de preguntas cortas para que respondas con la mayor brevedad posible. ¿Principales referencias del humor?

Ahora me encanta La Vida Moderna, pero en su momento también Leo Bassi o Pepe Viyuela, puedo ver su espectáculo cien veces que me va a hacer gracia. Pero no tengo un referente claro.


-¿Película favorita?

Topicazo pero La vida es bella, porque es un clown que utiliza el humor para sobrevivir.


-¿Y libro favorito?

Cualquiera de Galeano. Ahora estoy leyendo Cuéntalo bien, un libro sobre cómo contar historias de forma atrayente, y me abre la vida. Cualquier persona que se quiera dedicar a contar historias tiene que leerlo.


-¿Qué significa para ti, en una o dos palabras, el humor?

Forma de vida y aceptación.


-Dime un mundo que no tenga humor.

La economía, que un pequeño porcentaje de la población tenga toda la riqueza no es nada gracioso. Pero en la política sí. Leo Bassi decía: “Cuando los políticos hacen el payaso, los payasos tenemos que hacer política”.


-¿Qué consejo le darías a tu ‘yo’ iniciado en la comedia?

Humildad.


-¿Te arrepientes de algo de lo que has hecho en este mundillo?

No haber apostado antes por la comedia.


-Tres virtudes de Pedro Brandariz.

No le tengo miedo al ridículo, lo busco. Creo que soy muy humilde y… soy buena persona, yo que sé.


-¿Y tres defectos?

Soy impaciente, avaricioso en cuanto a proyectos y soy muy ‘pupas’. Bueno otro, no me gusta madrugar nada. Si pudiera pedir un deseo diría que no me costase madrugar. Y para acostarme nunca tengo sueño, duermo por convención.


-Un mensaje para los que se quieran meter en esto de la comedia.

Que se metan por la propia comedia, porque les gusta y no por fans o seguidores, y por dinero muchísimo menos.



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