Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020).
En Twitter: @Roisinho21
"Nena, se ha ido el wifi". El día más largo del año comenzó en mi casa con esa frase mientras terminaba de escribir sobre el Racing de Ferrol antes de poner rumbo a la rueda de prensa posterior al Consello da Xunta. Resulta que no era solo en nuestra casa, sino en todo el edificio. No era solo en nuestro edificio, era en todo el barrio. Era en la ciudad. En la comarca. En la provincia. En la comunidad. En el país. En toda la península ibérica. De repente, fundido a negro. El resto es historia que podría ser contada con sombras chinescas.
"¿Vosotros tenéis luz?", me pregunta la vecina del bajo cuando voy a salir. Le explico que no y que, parece ser, ha ocurrido en toda España. No sé muy bien con qué cara se lo digo, pero acepta mis explicaciones con mucha más facilidad de la que cabría esperar, como si hubiese pasado más veces. Pero no, no había pasado antes. No había pasado nunca. De mi casa a San Caetano me cruzo con gente a la puerta de su oficina, como esperando un técnico, o en una terraza, mirando el móvil en silencio o hablando por el mismo. "Dicen que es en todas partes", repiten al auricular. Los coches circulan sin mucho sentido y se oye algún claxon lejano. No hay semáforos que les digan qué hacer. Es la ley del más rápido.
Ya en la Xunta solo se escuchan los generadores funcionando a todo trapo. Las puertas de cristal automáticas funcionan. Debe de ser de los pocos edificios con luz en Santiago. De los pocos en Galicia. Tal vez en toda la España peninsular. Que no haya luz en la ciudad no altera el plan del Gobierno de Galicia, que sigue anunciando medidas mientras todos esperamos el turno de palabra para preguntar qué pasa. Cuando llega el momento, el presidente admite que no lo sabe, pues media hora antes de subirse al atril sí había corriente. "Mi madre me pregunta cuándo va a volver la luz", nos confiesa en tono distendido. Nadie sabe nada salvo una de las presentes, que acaba de ser rescatada del ascensor que la retuvo durante hora y media. Ella algo sabe; sabe que no es su día.
Pasamos al menú del lunes: ensalada improvisada, porque no funciona la vitro, y agua templada, pues la nevera dejó de hacer ruido hace unas horas. Así lo atestigua la toalla colocada provisionalmente ante su puerta, por si hay que achicar el agua que antes era hielo del congelador. Tampoco es que haya mucho en el frigo. Es lunes, día de hacer la compra tras un finde de fiesta en La Veguilla y de resaca copera. Es tarde para ir al súper, pues el que no haya sido arrasado todavía ya habrá echado la persiana. Ha caído el Estado de derecho y no está siendo televisado, porque ni tele hay. Me pregunto si estará bien Hansi Flick.
Como periodista superado por los acontecimientos trato de informar e informarme con la poca batería que le queda al ordenador, tirando de los datos del móvil hasta que éste pierde la señal por completo. Pasarán horas hasta que vuelva. En casa no hay ni una radio a pilas que nos conecte con el exterior. Tampoco hay una linterna. Por suerte hay un mechero que encontraste un día de fiesta y las velas que colecciona tu pareja de manera casi compulsiva. Parece que estaban esperando este momento. Ella apura los últimos rayos de sol para leer su segundo libro del día, el último de los entretenimientos que nos quedan hasta que cae la noche (entretenimientos con la ropa puesta, entiéndaseme). Maldito kit de supervivencia europeo y maldita la hora en la que me reí de los prepers.
Ya no llegan mensajes desde más allá de Pedrafita. Tras la puesta de sol, en la calle reina el silencio, roto esporádicamente por un paseador de perros que se guía en la oscuridad con la linterna del móvil o dos que hablan de balcón a balcón. Solo nos queda la cháchara a los que tenemos con quien y contamos todo aquello que creíamos haber dicho pero no. Lo que querías ser de mayor, aquel trabajo que se te escapó, una serie que viste una vez... "Cuéntame cómo te enamoraste de mí". Y arrancas la historia, por sexta vez en lo que va de semana. Estamos todavía a lunes.
Cenamos helado antes de que se eche a perder y nos vamos a dormir, reflexionando ya en la cama sobre lo vivido, lo extraordinario de la jornada. El sueño nos vence y solo un fogonazo nos saca del letargo a las 5:30 horas. La luz ha vuelto y tú te dejaste el flexo encendido, que ahora te enfoca en toda la cara. Parece que regresas a la vieja y electrizante normalidad. Ya de mañana, con el café, repasas lo ocurrido: las personas atrapadas en el metro, las gentes sin refugio -o los técnicos que nos sacaron del apuro- durmiendo donde buenamente podían, las compras desorbitadas de papel higiénico... Volvimos parcialmente al medievo por unas horas y nos asomamos a esa línea fina que nos separa de la esquizofrenia aguda.
No sé que nos depara el futuro, pero no estamos preparados para volver al pasado. Menos de 24 horas sin luz, sin internet y sin forma de comunicarnos con los demás y nos pareció lo más cercano al apocalipsis que hemos vivido nunca, pensando en que hemos superado una pandemia, que vivimos entre guerras y que el aceite de girasol está más caro que la gasolina. Deberíamos plantearnos si es sostenible este modo de vida que llevamos donde le preguntamos a Grok si está lloviendo, pese a que el consumo de energía y de agua que supone esa pregunta nos acerca un poquito más al desastre. Desconocemos las causas del apagón, pero podemos asegurar que volverá a pasar, porque en un universo tan informatizado y en donde la IA se ha vuelto de uso común el más mínimo cambio en la red compuesta de ceros y unos puede devolvernos a la edad de piedra en un periquete.
Lo cierto es que en nuestro conjunto somos una pandilla de seres bípedos asustados y poco seguros de nada en general. Hace unos 15.000 años que dejamos de vivir en cuevas, pero quizá no nos quede tan lejos. Nuestra casa, con nuestras comodidades diarias, es nuestro refugio, y el móvil nuestra antorcha, la que nos alumbra y asegura que todo va bien. Si nos arrebatan eso todo queda ya más deslavazado. Si ayer nos replanteamos tantas cosas al quedarnos sin luz, ¿qué haríamos si nos la quitan definitivamente? ¿Si nos echan de nuestra casa y trabajo? ¿Si arrasan toda nuestra manzana? ¿Y si mañana no hubiera a donde volver? ¿Iríamos a donde sí existiesen esas comodidades? ¿Nos suena a algo que pueda estar pasando? Estamos a una distancia de cuatro días pasando hambre para hacer lo que sea necesario para que no haya un quinto. Tal vez no hayamos abandonado del todo las cavernas.
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