En otros tiempos no tan lejanos, el fútbol se utilizaba por el Gobierno para tapar temas conflictivos (aunque, teniendo a un dictador como gobernante, era bastante difícil). Aun así, había gente que se “movía” para terminar con la dictadura. Cuando los miércoles TVE emitía un partido de fútbol, las personas más comprometidas políticamente sabían que el motivo era tener entretenido al personal para que se olvidaran de los temas importantes.
De haber nacido Marx unos pocos años después, su famosa frase “la religión es el opio del pueblo” habría cambiado la palabra religión por fútbol. La religión, aunque ha vuelto a renacer (no demasiado), el fútbol ha ocupado su lugar. No debería ser algo malo, sencillamente porque es un deporte brillante que llega a las aficiones tan intensamente que las hace vibrar; hasta consigue abstraerlas de todo con la pasión y la adicción que despierta. Claro que el fútbol ha dejado, en gran medida, de ser deporte para convertirse en un negocio muy lucrativo, no solo para los jugadores, sino para los clubes y las organizaciones: FIFA, UEFA y federaciones… y hasta los trileros que compran y venden partidos, que los hay. Es un mundo no demasiado claro, donde la transparencia de lo que sucede, en demasiados casos, brilla por su ausencia.
El próximo año se celebrará en Estados Unidos, Canadá y México el Mundial de Fútbol, para mejor gloria del presidente Donald Trump, gracias a los deseos de su gran amigo Giovanni Infantino, presidente de la FIFA, organismo que lo promueve. El presidente Infantino es un personaje muy especial. Ha tenido la habilidad de ser presidente de la FIFA y anteriormente secretario de la UEFA. No está mal. Algunos afirman que es un mago de las finanzas: saca dinero (petróleo) de debajo de las piedras. Fue el gran hacedor del Mundial 2022 de Qatar (conocido como el Mundial de la vergüenza), que tantas críticas despertó por la elección del país donde el dinero les sobra, pero les faltan en gran cantidad libertad y derechos humanos. La construcción de las infraestructuras les costó la vida a 6.500 personas, según datos de los países de origen de los fallecidos.
Ningún país abrió la boca, las selecciones participaron y, como es sabido, “el dinero lo puede y lo tapa todo”. El Mundial de Qatar, con una gran inversión del emirato, le sirvió para lavar la cara del régimen. No les importó gastar una millonada en la organización: el dinero les sobra y les falta humanidad. Al presidente de la FIFA, que estuvo atendido a cuerpo de rey durante meses en Qatar, no le importaron las quejas de las organizaciones que habían denunciado la situación. Como la jugada le salió bien a Infantino, para el 2034 (20230 se jugará en España, Portugal y Marruecos) la sede elegida será Arabia Saudí, otro modelo de “democracia” y respeto de los derechos humanos. Tampoco pasará nada: encantados de conseguir los petrodólares y mirar para otro lado.
Pero volviendo al próximo año, el Mundial del 2026, que será espectacular a priori —de eso se ocupará Trump para que sea el mejor hasta el momento—, ya ha generado polémica cuando se han conocido los precios de las entradas. ¿Se pretende que sea un campeonato solo para ricos? Eso parece, teniendo en cuenta los precios que en un principio se habían anunciado, solo al alcance de quienes tienen mucho dinero. Ante las críticas, la FIFA ha tenido que hacer retoques: para la inauguración pueden ir de 2.000 a 4.000 dólares, sin olvidar la reventa. Infantino afirma que pueden bajar para las distintas fases (entre 120 y 265 dólares). Lo que está claro es que precios asequibles no es que sean, teniendo en cuenta que los aficionados de otros países han de pagarse el transporte, el hotel y la comida.
El Mundial del 2026 es un acontecimiento lleno de incógnitas, diferencias y críticas, sin precios populares para los millones de aficionados que creen que el fútbol es un “deporte”, pero la realidad es que, para otros —los menos—, es el gran negocio. Aun así, empleando la máxima del Imperio Romano, traducido a estos tiempos, “pan y circo”, es en lo que se ha convertido el fútbol. Para ello, las televisiones servirán a quienes no puedan acudir a presenciarlo “en vivo y en directo”, pero no deja de ser “pan y circo” para el pueblo y el gran negocio para sus dirigentes.
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