Una Galicia que brilla más que el sol

Manoel Barbeitos
Economista


Feijóo, en el Debate sobre el Estado de la Autonomía


En las últimas semanas tuvimos ocasión de conocer las declaraciones de dos importantes líderes políticos gallegos (el alcalde de Vigo, y el presidente de la Xunta) quien sitúan, respectivamente, la ciudad de Vigo y la Galicia en un lugar privilegiado en el cosmos tal que en poco tiempo brillarán más que el Sol. Sí el primero habla de uno despliegue luminoso, con motivo de las fiestas de Nadal, tal que Vigo superará no ya Los Ángeles sino incluso la misma París, la ciudad de luz. El segundo, presidente de la Xunta, afirma que las actuaciones de su gobierno están situando a Galicia la cabeza de España y posiblemente de Europa.


Declaraciones de este tipo ponen una vez más en evidencia a donde pueden llevar las mayorías absolutas: la pervertir a democracia y favorecer comportamientos despóticos de sus gobernantes. Comportamientos facilitados tanto por las leyes electorales como por los reglamentos aprobados posteriormente y que alcanzan el funcionamiento de las instituciones democráticas.


Un caso paradigmático lo tenemos en el funcionamiento del actual Parlamento de Galicia como pudimos comprobar en el reciente debate sobre el estado de la autonomía. Un debate que me permite extraer una serie de lecturas varias como el uso que de las instituciones políticas hacen algunos gobiernos con mayoría absoluta, el concepto de la democracia que tienen el actual presidente de la Xunta de Galicia y su partido (PP) y las dificultades que existen para ejercer una auténtica oposición política en Galicia. Un debate que, no obstante, también permite pensar que, a pesar de todo, es posible articular una mayoría social alternativa al poder conservador.


Prácticamente todos los gobiernos con mayoría absoluta tienen querencia por cambiar el funcionamiento de las instituciones democráticas tal que estas dejen de ser foros donde se ejercita la democracia para convertirse en púlpitos donde sus dirigentes, especialmente los jefes de gobierno, hacen ostentación de su poder político y personal. Una práctica política que hace un enorme daño a democracia como recién tuvimos ocasión de ver en el citado debate sobre el estado de la autonomía gallega. Con un formato “ad hoc” el presidente de la Xunta de Galicia (La. Núñez Feijoo) dispone de una enorme ventaja sobre sus rivales políticos. Ventaja que aprovecha, apoyado tanto en su lamentable sentido del debate político democrático como en el forofismo de su grada parlamentaria, para atacar, menospreciar e incluso insultar sin decoro a los dirigentes de la oposición como sí había sido un hooligan cualquiera.


Invitado por el líder de la oposición (Luis Villares) al último debate sobre el estado de la autonomía pude ser testigo del señalado anteriormente. Pude ver cómo el señor Feijoo se dirigía tanto la excelente parlamentaria Ana Pontón, con uno irritante trato entre paternalista y misógino, como muy especialmente la un incisivo Luis Villares, frente a lo que su penosa catadura cómo político y dirigente de un de los partidos políticos más corruptos de Europa quedó en evidencia -en este caso el señor Feijoo había debido tener en cuenta que la trayectoria personal, profesional y política del señor Villares está muy por encima de la suya, por no hablar del compromiso de cada quien con la libertad y la democracia de Galicia- No menos penoso fue el comportamiento tanto del presidente de la Cámara cómo de la bancada popular –con un protagonismo especial por parte del señor Pillado-. Flaco favor le hacen la democracia gallega estos comportamientos chulescos y prepotentes, propios de patanes de taberna, que no parecen quien de aceptar que haya una real oposición. Regustos franquistas.


En el debate también quedaron en evidencia otros costes de las mayorías absolutas. Así, y por caso, tuvimos que escuchar como el presidente de la Xunta de Galicia en la defensa de la gestión de su gobierno falseaba, una y otra vez y sin ningún rubor, la realidad gallega. Basten los siguientes ejemplos.


Frente al eslogan de que “Galicia avanza”, las evidencias empíricas demuestran, desgraciadamente, todo el contrario. Las políticas austericidas provocaron en Galicia, como en España, una grande recesión derivada de un enfeblecimiento de la demanda interna (reflejada en una fuerte caída del gasto privado provocada por los ajustes fiscales y las rebajas salariales) que tuvieron como efecto un mercado laboral con menos y peor empleo (al día de hoy aún no recuperamos los niveles previos la crisis y la precariedad sigue disparada) que turra de la emigración, muy especialmente de la gente chica. Al mismo tiempo el ya deficitario estado de bienestar, en sectores claves como la sanidad, la enseñanza o la atención a mayores, vive un auténtico destrozo a favor de la iniciativa privada. Una dinámica de retroceso económico y social que se acompaña, frente a propaganda gubernamental, de un endeudamiento (público y privado) disparado: Galicia está cada vez más endeudada. No es que, por caso, la deuda pública se tenga ya multiplicado por cuatro sino que la Xunta de Galicia entró en el endiablado gusanillo de la deuda donde cada vez una porción mayor de los ingresos por deuda van para pagar deuda sin por eslabón evitar que esta siega creciendo. Una situación que hace que la dependencia financiera exterior de la Xunta de Galicia sea creciente. Para más injuria, y como oferta de un futuro mejor, el presidente de la Xunta promete una bajada de impuestos (!). Una promesa que además resulta falaz dado que tal bajada no deja de ser una miseria pues afectaría a impuestos indirectos de muy baja relevancia. No obstante, sobre dos temas claves de política fiscal en los que sí podría actuar la Xunta de Galicia, como la lucha contra el fraude fiscal y la rebaja en la desigualdad de trato entre las rentas de trabajo y de capital, con efectos inmediatos y relevantes sobre los ingresos tributarios –permitirían un incremento anual de los mismos en torno las 3.000 millones de euros- no hubo ninguna referencia lo que deja en evidencia cuáles son las prioridades fiscales de este gobierno.


En este marco resulta bochornoso escuchar al presidente de la Xunta presumir de una Galicia irreal pues cómo señalan la mayoría de las entidades y organismos más fiables este país pasó a convertirse en una de los comunidades europeas con más dificultades para la creación de empleo y cual economía viaja en el furgón de cola europeo. Una comunidad en la que, el empleo precario, los bajos salarios y los déficits en las políticas de bienestar hicieron que la desigualdad y la pobreza se enquistaran.


No obstante y a pesar de las dificultades y limitaciones que ofrece la mayoría absoluta del Partido Popular (PP), del despotismo instalado y favorecido por el formato institucional creado por ese partido que procura dificultar al máximo la necesaria labor opositora de los partidos (EN MAREA, PSdG-PSOE y BNG), el debate sobre el estado de la autonomía sirvió también para dar testigo de que se pueden crear las bases para una esperanza de cambio. Unas bases que deben tener como sustento a llamada que el líder de la oposición, Luis Villares (EN MAREA) hizo en el tramo final del debate al resto de los partidos de la oposición ( PSdG-PSOE, BNG) para empezar a trabajar en la búsqueda de articular una mayoría social y política de cambio teniendo como horizonte las elecciones autonómicas del 2020.


Las calles gallegas (defensa de la atención sanitaria y las pensiones públicas, lucha contra la desigualdad y la violencia de género, defensa del sector forestal y del medio ambiente….) vienen demostrando que esa unidad no solo es posible sino que se demanda por una ciudadanía que la considera imprescindible para una Galicia mejor e igualitaria.

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