Errores y trampas del independentismo

Manoel Barbeitos
Economista

Mientras transcurre el llamado juicio del Proces crece la convicción de que tal juicio no había debido haberse celebrado nunca. Que sí se celebra es porque algo falla tanto en la democracia española como en mucha parte de la clase política. Sí se celebra es porque la democracia española es, a día de hoy, después de más de cuarenta años de la muerte del dictador, muy deficitaria. Sí tiene lugar es porque una parte relevante de la clase política española y catalán rezuma mediocridad y está falta de altura de miras.


Sí, tiene razón mi admirado Joán Tarda cuando acusa que “este juicio está inspirado en la venganza”. Pero había que preguntarle a este entrañable político sí cabía esperar otra cosa, tal y como se produjeron los hechos en cuanto a los partidos políticos que intervinieron en los mismos. Un buen político es aquel que se muestra capaz de prever las consecuencias de sus actos y no es quien de enviar a su pueblo a una batalla que sabe perdida de antemano, por lo que solo cabe esperar una derrota segura, una derrota con muchas víctimas inocentes. Una derrota que, por otra parte, no encuentra la suficiente solidaridad entre la mayoría ciudadana española. He ahí que se equivoque, una vez más, el presidente de Omnium Cultural, Jordi Cuixart, cuando en un exceso de soberbia, disculpable por la situación que atraviesa, declara que “el 1-O fue el ejercicio más grande de desobediencia civil que hubo en Europa…toda España había debido de estar orgullosa”.


Seguramente sea consecuencia de ese déficit democrático, pero uno tiene la sensación de que el juicio del Procés está pasando bastante desapercibido entre la mayoría de la población gallega y española. De hecho, según el CIS, lo que más preocupa a la mayoría de españoles (gallegos, vascos, andaluces….) es el paro (60%), seguido de la política y los partidos políticos (29,4%), la corrupción y el fraude (23,1%) y los problemas de índole económica (22,3%), quedando en los últimos lugares la preocupación por el nacionalismo, estatuto de Catalunya, independentismo (1,6%). Incluso en la propia Catalunya, y de nuevo según el CIS, lo que más preocupa a los catalanes es el paro (43%), seguido de la situación económica (37,7%) y la sanidad (34,1%) quedando a mucha distancia la preocupación por el autogobierno (26,1%). Los políticos y los medios no debieron menospreciar este dato que relativiza, y mucho, la importancia política del juicio del Procés. Soy consciente de las críticas que puede recibir una afirmación de este tipo cuando la mayoría de los medios de comunicación y opinión dedican muchas de sus portadas y capítulos al juicio del Procés, con cadenas televisivas que lo transmiten en directo. Pero tampoco quiero despreciar la voz de la calle que, con mucha frecuencia, muestra unas preocupaciones que no coinciden con la prioridad de los medios de información y opinión, y no digamos con los debates políticos.


Señalaba al principio que este juicio no había debido haberse celebrado. Afirmación que fundamento en varias consideraciones. Una, que no tiene por qué ser la primera e importante, apunta la enorme torpeza política de los independentistas catalanes que, en mi opinión, no fueron quien de ser realmente conscientes de la reacción que sus decisiones unilaterales iban a tener tanto por parte del gobierno español (PP), e importantes partidos estatales (PSOE), como la propia fortaleza del estado (por caso, el aparato judicial). Como muy bien señala el actual presidente de Jueces por la Democracia, Joaquim Bosch, un magistrado nada sospechoso de anticatalanismo, “quedarse fuera del Estado de derecho, como hicieron las autoridades catalanes, lleva a un callejón sin salida”. Los independentistas catalanes se saltaron el actual estado de derecho español, pues “a lo largo del Procés hubo indicios de numerosas infracciones jurídicas, se desobedeció la Constitución, el ordenamiento jurídico y las resoluciones del Constitucional” (Joaquim Bosch). Ningún demócrata puede negar el derecho a reivindicar la independencia de un territorio, pero sí se debe exigir a los independentistas dos cosas, cuando menos: A. Que respeten los canales democráticos establecidos, incluso para cambiarlos. B. Que tengan muy en cuenta la correlación de fuerzas. Y en este caso que nos ocupa, los independentistas catalanes no tuvieron en cuenta ninguna de las dos. Son, por tanto, corresponsables de las consecuencias negativas de sus actos.


Como señala otro jurista respetable (Antoni Bayona, exletrado mayor del Parlamento catalán), “cuando se decantó el desafío secesionista por la vía unilateral me pareció que, en el contexto político, social y jurídico, aquello no podía tener recorrido. No solo desde el punto de vista jurídico, que era muy claro, sino que, como ciudadano, esa estrategia parecía destinada al fracaso (….) un error importante que cometieron los independentistas fue disociar la democracia de la ley. La democracia y la legalidad son dos caras de una misma moneda, no se pueden separar. La democracia permite cambiarla ley, no ignorarla. Es de primer curso de derecho. La ley marca el camino que deben seguir todos los ciudadanos y los poderes públicos”. Personalmente, ver desobedecer la ley a los políticos de PDdeCat –un partido liberal conservador que pertenece al PDE y que comparte grupo en el Parlamento europeo con el grupo ALDE en el que está Cs- me pareció un espectáculo esperpéntico.


Tampoco se puede olvidar que el Procés cómo tal es una auténtica chapuza política y, por tanto, inaceptable desde una perspectiva genuinamente democrática. ¿Cómo puedes invocarla democracia y los derechos humanos cuando tienes comportamientos claramente antidemocráticos, incluso glotones? Repasemos algunos de los hechos más relevantes del Procés para así ver mejor el carácter chapucero del mismo. En primer lugar, resulta indiscutible que muchos de los dirigentes políticos independentistas tenían una visión idílica del Procés, un proceso tal la independencia de Catalunya (independencia “exprés”) que sería como un camino de rosas. Aunque parezca inaudito, así era y ahí están las hemerotecas para demostrarlo. Luego vio la realidad y el choque fue inevitable (un choque que, por otro lado, fue buscado por sectores de ambas partes, por caso de Junts Pel Sí y del PP y por mezquinas razones electorales). En segundo lugar aunque los partidos independentistas tienen mayoría parlamentaria, ni son mayoría de votos ni mucho menos mayoría social: intentar llevar adelante un proceso de esta magnitud –decidir sobre la independencia de Cataluña– ignorando la mayoría de la población es cuando menos irresponsable. Una opción política que supuso dejar fuera del Procés a partidos indispensables como el PSC y En Comú que estando por el derecho a decidir de Catalunya, no apoyaban, ni apoyan, el Procés por razones políticas muy respetables: ¿Fue realmente imposible llegar a un mínimo acuerdo con estas dos fuerzas? ¿O más bien se les dijo que había sido por razones partidistas? ¿No fue, por caso, para intentar fijar que solo cabían dos opciones: la independencia o el estatus quo actual? En este marco político fijado arbitrariamente por los independentistas, ¿qué opciones le quedan a los que no son ni independentistas ni centralistas? ¿Cabe mayor filisterío?


Tercero, ¿el referéndum convocado unilateralmente fue concebido y organizado como un acto claramente democrático y pluralista? De ninguna forma, la manipulación por los partidos independentistas y la exclusión de las fuerzas democráticas no independentistas (PSC, Comuns) fue indiscutible pero significativa, y así lo piensa una mayoría muy significativa del pueblo catalán. Una manipulación tal que, por caso, ocultó a la población catalana las posibles reacciones de un estado (por caso, la justicia) y un gobierno central (PP) en manos de fuerzas claramente conservadoras, cuando no reaccionarias. Por último, pero importantísimo, ¿los independentistas le han explicado la población de Catalunya los costes reales (económicos, sociales, políticos….) de una utópica independencia? ¿Siguen manteniendo que no habrá costes sino que será un camino de rosas que conducirá al paraíso independentista?


He ahí las razones que me llevan a calificar al Procés como una chapuza política muy peligrosa, por cierto. Claro que a la hora de las responsabilidades políticas hay que subrayar que no son menores, ni mucho menos, las de los partidos de ámbito estatal (PP en primer lugar, pero también PSOE) a las que me referiré en artículos posteriores.

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