Peligros inminentes: ¿hacia dónde vamos...?

Raúl Jiménez
Profesor ICREA en el Institut de Ciències del Cosmos de la Universitat de Barcelona

Raúl Jiménez es profesor ICREA en el Institut de Ciències del Cosmos de la Universitat de Barcelona.

Este artículo ha sido escrito conjuntamente por Raúl Jiménez, Profesor ICREA en la Universitat de Barcelona, y Luis Moreno, Profesor de Investigación del IPP-CSIC. Ambos son autores del libro "Democracias robotizadas"


"This the end, beautiful friend

This is the end

My only friend, the end” (The Doors)

“Este es el final, precioso amigo

Este es el final, mi único amigo, el final”


Cuando nos enfrentamos a un peligro no inminente, la ausencia de preocupación es quizá la prueba más significativa de que somos productos de la evolución darwinista. Es frecuente observar cómo los humanos rara vez se esfuerzan por solventar situaciones que no suponen un claro e inminente peligro. La capacidad de retrasar la recompensa en la decisión es un don auténticamente humano y que no existe en el caso de los simios, nuestros ancestros biológicos. Este es un aspecto muy a tener en cuenta a la hora de valorar que la concentración de CO2 en la atmósfera haya alcanzado 420 ppm (partículas por millón). Mientras algunos gobiernos están alarmados por este estado de cosas, la mayoría de los ciudadanos no perciben que exista un grave problema. Nuestra colega Ann-Christine (Tina) Duhaime, Catedrática de Neurocirujía de la Escuela Médica de Harvard, explica en esta charla que el problema al que confrontamos como sociedad para solucionar el calentamiento global es la ausencia de percepción de un claro e inminente peligro.


La pandemia del COVID-19 ha mostrado que cuando encaramos un peligro inminente los humanos reaccionamos inmediatamente y muy eficientemente. Ciertamente, el desarrollo de una vacuna por BioNTech en pocas semanas con una tecnología de ARNm (ácido ribonucleico mensajero) ha sido una hazaña nunca vista anteriormente en la historia de la humanidad. Una hazaña similar fue el acuerdo internacional alcanzado por los gobiernos en el siglo pasado para cerrar el agujero del ozono en la atmósfera causado por materiales químicos, que especialmente los CFCs (clorofluorocarbonos). La vida que depende de los procesos de fotosíntesis --como los nuestros-- no puede existir en la Tierra sin una capa protectora de ozono. La razón es simple: la radiación ultravioleta del Sol destruiría las proteínas de nuestro ADN. La capa de ozono nos protege de la radiación. Pero no sólo a nosotros sino también a las plantas y el plancton. Sin el ozono, la cadena alimentaria en la Tierra se rompería y todos los organismos vivientes en su superficie desarrollarían cánceres de manera exponencial. En comparación, los efectos de la pandemia del COVID-19 parecen muy leves…


Archivo - Coronavirus

Coronavirus @ep


Tan perjudicial como la falta de ozono es el calentamiento global. No hace falta ser una lumbrera para comprenderlo. Se trata solo de física simple: las moléculas absorben la luz y la re-radian en infrarrojos, es decir se produce calor. Así que, ¿por qué los gobiernos del mundo no se movilizan para reaccionar como lo hicieron con el caso del agujero de la capa de ozono? Muy posiblemente por la ausencia de un claro e inmediato peligro, como señalábamos anteriormente. Sucede que, a diferencia del ozono que se agota en años, el calentamiento global lo hace durante siglos. Así, y ante tal situación nos volvemos ‘simios’ y pasamos la pelota a las generaciones venideras.


Nuestro colega Lord Martin Rees, uno de los más celebrados astrofísicos mundiales, decidió dedicarse en la última etapa de su carrera académica a prevenir el colapso de la humanidad con el establecimiento del Center for the Study of Existential Risk, y a fin de prevenir la destrucción de la humanidad. Quizá es decir mucho al referirse a la destrucción de nuestra querida Tierra Gaia, pensarán algunos de nuestros lectores. Los negacionistas de todo tipo rechazan considerar un futuro sin vida, o incluso la desaparición del único plantea que tiene vida inteligente en el universo, como así se atreven a afirmar los autores de este artículo de acuerdo a la evidencia disponible hasta el momento.


Uno de los temas punzantes debatidos por Martin Rees es que “no hay Plan B” y que la exploración espacial de los humanos es algo fútil. La exploración del espacio es el lugar perfecto para robots y telescopios. Son los robots los que pueden explorar el espacio. Algo con lo que concordamos plenamente. Los humanos no se han ‘construido’ mediante evolución para estar en condiciones de gravedad cero en el espacio. Ir ‘simplemente’ a Marte es un problema irresuelto debido a que la radiación mataría a los astronautas en los cerca de 9 meses que duraría el viaje. Indudablemente el viaje a Marte sería sólo de ida. Además, cabría preguntarse: ¿qué deseo hay de vivir en una cabina metálica (nave espacial) cuando podemos disfrutar de la belleza de los espacios abiertos de nuestra Gaia Tierra? Parece un sinsentido. Es como la promesa de los Nuevos Señores Feudales Tecnológicos (GAFAM) para convertir a Marte como la Tierra. Es decir, una añagaza para que compremos sus productos aquí en la Tierra. Puro marketing de vendedores de alfombras orientales…


Aún más fútil e ilusoria es la esperanza de muchos por encontrar vida extraterrestre. Básicamente esta forma de pensar es que más pronto que tarde contactaremos con alienígenas y que ellos nos salvarán. Esta línea de pensamiento es considerada ridícula por la mayoría de académicos y científicos, y tampoco es asumible que la vida compleja e inteligente existe fuera de nuestro planeta. Es cierto que ahora sabemos que una tercera parte de las estrellas de nuestra galaxia acogen a un planeta (aproximadamente, por tanto, existen mil millones de ellos). Pero ahora también sabemos que la vida compleja es muy difícil. No se trata tan sólo de que se debe estar en el lugar apropiado o goldilocks zone (zona de habitabilidad) para disponer de agua líquida, el único disolvente para reacciones orgánicas que conocemos, sino que un planeta disponga también de un sistema planetario coplanario como requisito importante. Además, las explosiones cósmicas parecen ser fatales para la existencia de vida. En realidad, todo apunta a que nuestro caso es el de una casualidad en la gigantesca galaxia. Hasta que este asunto quede aclarado, deberíamos concentrarnos en la idea de que la Tierra es el único lugar donde es posible la vida inteligente y donde el calentamiento global es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos ahora mismo.


Las iniciativas ‘verdes’ emprendidas por la Administración de Joe Biden en EEUU y la propia UE están en la dirección justa y apropiada. Pero recordemos que esta mismo año China va a emitirtanto CO2 como la mitad de los países restantes. Y más que EEUU y UE juntos. ¿Cómo se pueden poner límites a una dictadura como la China que amenaza al conjunto de nuestro planeta?


A estas alturas del texto, los lectores se preguntarán si la ‘resolución’ de la pandemia y de los peligros inminentes que confrontamos amenazan suficientemente a la humanidad para pensar incluso en el final de nuestra existencia. En cualquier posible, probable y deseable escenario de futuro la necesidad no es otra que la de actuar. Debemos lograrlo antes de que se nos acabe el tiempo en nuestra sociedad de riesgo. Según lo expresado por el sociólogo Ulrich Beck, ha llegado la hora de gestionar los peligros e inseguridades inducidos e introducidos por nuestra racionalización tecnológica y los cambios laborales y de organización social efectuados. La pandemia el COVID-19 ha resaltado el sentimiento y percepción ineludibles de los peligros inminentes. Nuestras democracias robotizadas pueden ayudar a resolver los problemas relacionados con el reacomodo global que ahora confrontamos en una situación de incertidumbre. Queremos frenar la tendencia inevitable hacia ‘el final’, ¿o no?. Verlo para creerlo, salvo que ya estuviésemos todos criando malvas.


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