El disparate catalán

Roberto Martínez Guzmán
Escritor

"Roberto Martínez Guzmán nació y se crió en Ourense, donde todavía continúa residiendo.

Su carrera literaria comienza en 2010 con la publicación de Cartas desde el maltrato, un original libro de no ficción que no deja indiferente a nadie.
Tan solo dos años después, en 2012, presenta su primera novela, Muerte sin resurrección (Eva Santiago 1), que se revela como una historia cargada de intriga que pronto alcanza los primeros puestos de ventas de Amazon en varios países.
Con Café y cigarrillos para un funeral (Eva Santiago 2), consolida su habilidad para mantener inquieto al lector hasta la última página.
Su tercera novela, Siete libros para Eva, publicada en 2016, lo asienta de manera definitiva como un autor para el que la intriga en una novela es un requisito innegociable." 

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Alguien, leyendo este título, puede pensar que hoy voy a hablar de la indisolubilidad del Estado español, de la ilegalidad de un referendo de independencia en Cataluña o de que hay que respetar a toda costa lo dispuesto por la Constitución española.


Pues no, en absoluto. Parto del punto de que todo el mundo tiene, efectivamente, derecho a decidir su futuro, a organizarse y vivir como le dé la gana y a sentirse representado por la bandera que más sienta y en la medida que prefiera. También tengo claro, defiendo y defenderé siempre, que contra eso no hay estado que capaz de luchar, constitución que lo pueda prohibir, ni ilegalidad posible. Al menos, dentro del ámbito de una Europa enclavada desde hace mucho tiempo dentro de un Primer Mundo civilizado y democrático, aunque no sea perfecto.


Pese a ello, o quizá por ello, me reafirmo, el procés me parece un disparate. He escuchado y leído muchas opiniones en los últimos meses, pero no he visto a nadie analizar la cuestión tomando un mínimo de distancia. Sí, a veces, es bueno subir un par de peldaños en la escalera de la realidad para poder ver las situaciones con más frialdad y objetividad.


¿Qué por qué digo que es un disparate? Pues porque plantear la situación actual por parte del independentismo con el apoyo con el que cuenta en Cataluña me parece algo totalmente fuera de lugar. Y hablamos de independentismo, no de nacionalismo. Hay que tener en cuenta que no se está reclamando un referendo para dilucidar si se suben un dos o un cinco por ciento las pensiones el próximo año. No, se está poniendo sobre la mesa el modo en que van a vivir varias generaciones como poco. En la práctica, y después de afrontar un proceso largo, costoso y en el que todas las partes tienen que arrimar el hombro, se habrá decidido instaurar un modelo de sociedad diferente económica, lingüística, demográfica, políticamente y en muchos otros ámbitos. En definitiva, un cambio absoluto dentro de la Historia. Palabras mayores.


Quizá esa sea la clave, que para cambiar el rumbo la Historia hace falta una voluntad firme, incuestionable y mayoritaria. Y no me refiero a los resultados de un referendo o unas elecciones concretas. Me refiero al sentir de la población, a lo que se palpa día a día en la sociedad. Ese que sabes que si lo quieres medir en cifras con una consulta, siempre, en todo caso, sin depender de publicidad o circunstancias concretas, va a pasar siempre del ochenta por ciento.


Baste como ejemplo, y los que ya tienen algunos años lo recordarán, el contexto en que se aprobó la Constitución española. Mayoría muy cualificada en el Parlamento y un referendo afirmativo superando el noventa por ciento de apoyo. Antes de realizar el referendo, ¿alguien tenía alguna duda de que la sociedad española en conjunto quería, de manera inequívoca y firme, vivir en una democracia constitucional? Creo que no. En aquel momento, todo el mundo quería cambiar la Historia.


Y he dicho antes que no había visto a nadie hacer un análisis mínimamente objetivo. No, hasta la semana pasada, cuando la propia Generalitat recabó la opinión de la Comisión de Venecia y esta emitió un informe cargado de objetividad. Hay que recordar que la Comisión de Venecia, en realidad, la European Commission for Democracy through Law, es un órgano que depende del Consejo de Europa y creado para asesorar a los Estados miembros en asuntos constitucionales. Primer Mundo democrático y civilizado y Comunidad, la europea, a la que pertenece el Estado español y a la que pretende seguir perteneciendo una Cataluña hipotéticamente independiente.


En resumen, la Comisión emitió un informe en el que decía que, para apoyar una consulta de independencia, exigía dos puntos principales: primero, que respete el ordenamiento constitucional del Estado del que forma parte y convocarlo dentro de su constitución. Segundo, que consiga un amplio acuerdo entre las fuerzas políticas, también las de la oposición, sobre su organización. Además, que sea una pregunta clara, que el resultado lo avale una mayoría cualificada y que todo el proceso lo supervisen órganos electorales independientes. Sin contar con que las autoridades y medios de comunicación deben de mantener unos mínimos de objetividad en la información que ofrezcan. Dicho de otro modo, un consenso que no dudo de que se consiguiera si el apoyo fuese muy mayoritario, convencido y se plasmara en cada consulta electoral, sea del ámbito que sea. Emprender este camino cuando cuentas con la mayoría con la que cuentas en el Parlament es fruto de la Ley Electoral, que no de los votos efectivos, me parece un viaje fuera de lugar, irresponsable y a ninguna parte.


Y cierto que lo que en un inicio se vendió como un proceso para conseguir la independencia se ha ido transformando en otro que solo pretende llevar a cabo un referendo. Eso sí, uno tramposo, en el que se decide por simple mayoría la independencia de Cataluña. Vamos a ver, a lo largo de la historia del Derecho Político se han diferenciado tres tipos de referendos que hoy en día se están pasando por alto: uno, es el referido a la aprobación de una ley, que requiere mayoría simple; otro es aquel por el que se aprueba una macro-ley (una constitución, por ejemplo), que exige una mayoría muy cualificada; y por último, está el que decide la secesión de un territorio, que requiere una mayoría todavía más cualificada. La razón es simple: la aprobación de una ley puede derogarse con la misma mayoría con la que se aprobó y al día siguiente. Una constitución necesita de una mayoría muy cualificada para reformarla o anularla. Y una secesión, no tiene marcha atrás posible. Y a título personal, opino que en los dos últimos casos, solo entra en escena el referendo después de un amplio acuerdo entre todas las fuerzas políticas mayoritarias (que son elegidas y representan al pueblo).


Creo que el meollo de toda esta cuestión radica en que el procés no es más que el viaje emprendido por Artur Mas el día que vio cómo un millón de personas se reunían en una manifestación (a la que él no acudió, por cierto) para expresar su sentimiento nacionalista. Ahí vio en un proceso independentista la posibilidad de acaparar todos los votos nacionalistas, de justificar más de un caso de corrupción y, en el peor de los casos, de conseguir acuerdos de los que sacaría más de una prebenda. Quizá no calculó que estaba rodeado de personas que manejan como nadie la táctica de la omisión. Por un lado, Junqueras, que no ha dejado de subir a base de evitar un desgaste innecesario en todo este asunto. Y por otro, Rajoy esperando que se estrelle. Y los dos, sobre todo, este último, la manejan como nadie. Baste decir que con ella, ha conseguido ser presidente, se ha cargado a gente con tanto peso en su partido como Aznar y Aguirre, ha logrado la reelección y hasta ha conseguido minimizar el desgaste que en cualquier otro partido supondría la corrupción generalizada del PP. 


Alguien pensará que puede ser suerte o casualidad, pero la suerte y la casualidad son premios de una sola vez y este hombre, también para nuestra desgracia, ya lleva un buen puñado de ellos de manera consecutiva.


Intuyo que a Puigdemont solo le queda una huida hacia delante, suicida y destructiva, que confiemos afecte lo menos posible a españoles y catalanes. Porque como dije en anterior artículo, la verdadera frontera de cada uno acaba en la puerta de su casa.

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