Ana Marcos: "Se puede denunciar de muchas maneras, no es una batalla por ver qué mujer es más valiente"
La escritora y periodista Ana Marcos presentó esta semana en Vigo y A Coruña su último libro 'A mí no me ha pasado nada. Por qué normalizamos la violencia sexual contra las mujeres’, un ensayo que incorpora relatos reales de víctimas e indaga sobre un problema muy presente en la industria del cine, como en el resto de la sociedad. "Yo no he vivido en otra sociedad que no sea una sociedad machista y patriarcal", dice Marcos en esta conversación con Galiciapress, donde toca varios temas, desde la violencia enmascarada que sufren muchas periodistas hasta la polémica en torno al asesinato de Charlie Kirk.
Sigues viajando por España para las presentaciones y deben ser muchas las reacciones que te estás encontrando entre los lectores, porque imagino que puede llegar a ser un libro muy íntimo para muchas mujeres y que tocará de maneras muy diversas.
La respuesta y los comentarios que estoy recibiendo tienen mucho que ver con un agradecimiento a que hay que seguir hablando de esto. En mi caso, desde un periódico y un libro; para otras mujeres puede ser en sus grupos de WhatsApp con sus amigas, que se animen a contar cosas. En general es la sensación de tenemos que seguir hablando y un agradecimiento por mi trabajo, que la verdad que para mí es algo muy importante, porque de hecho el último capítulo del libro se llama ‘Ojalá sirva’.
También el título en sí ya es toda una declaración de intenciones con esa frase que habrán pronunciado tantas veces tantas mujeres: "A mí no me ha pasado nada". ¿Qué te llevó a elegir este título y cómo refleja la normalización de la violencia sexual?
Es una frase que escuché muchas veces y que sigo escuchando, porque todavía estoy investigando y con distintas formulaciones. Es una idea he escuchado, pero es que he podido decir yo, que incluso han podido decir mis amigas y que creo, sin convertirme yo en la portavoz de nadie, que hemos podido decir muchas mujeres en un momento dado.
Primero porque es muy duro reconocerse como una víctima, lo que implica, asumir que alguien te haya podido agredir, que esa persona fuera de tu total confianza, cómo te señala la sociedad... Y luego tiene que ver con la normalización, con la manera en la que nos hemos educado las mujeres y cómo nos han socializado para quitarle importancia a determinadas cosas y para identificar siempre una agresión con esa imagen de un hombre en una noche oscura, en un callejón, algo excepcional que te hace una persona que no conoces, que siempre es muy violento… Pues resulta que no, que hay distintos tipos de violencia, que es mejor no clasificarla porque entonces vamos a ser muy injustas con nosotras mismas y con lo que nos sucede en general, y que la sociedad va a seguir normalizándolo, clasificándolo y minimizándolo.
Resulta curioso el hecho de que todos, en mayor o menor medida, tenemos una amiga, conocida, familiar, compañera de trabajo, que ha sufrido una experiencia de abusos, pero nunca conocemos a los abusadores.
Probablemente te han contado alguna vez que una noche, en un bar, alguien le pasó por detrás, le tocó el culo, o en el metro… Pero luego ellos nunca son. Siempre que le planteas esto a un hombre hay una postura muy a la defensiva, ese discurso del ‘not all men’. Bueno, gracias, ya sabemos que todos los hombres no son violadores que tampoco las mujeres tenemos que dar las gracias porque nos respeten, somos seres humanos.
Una reflexión que hago en el libro es que ojalá esto también sirva para que tengamos una conversación, una reflexión que tenga que ver con la autocrítica, con la reflexión personal de muchos hombres y que, a lo mejor, efectivamente, nunca han agredido a una mujer, pero a lo mejor sí se han reído de un comentario, de un chiste, no han parado a un amigo…
"LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES NO DEJA RASTRO DOCUMENTAL"
El libro combina análisis con testimonios personales. ¿Cómo ha sido el proceso de recoger estas historias? Supongo que sería muy emocionante escuchar algunos relatos…
Una parte del libro que intenta explicar de la mejor manera posible mi trabajo y cómo se hace una investigación periodística sin documentos, porque en España se identifica el periodismo de investigación con los papeles, con las denuncias, los casos judiciales, por ejemplo, pero mi investigación parte del testimonio de las mujeres. Lo que hemos demostrado es que, sin papeles, porque la violencia contra las mujeres no deja un rastro documental, se puede hacer un periodismo de investigación igual de riguroso y preciso.
Y en el proceso para conseguirlo siempre empezaba con una mujer que nos quería contar su historia. Este tipo de entrevistas no es sentarse delante de alguien, poner una grabadora, hacerle diez preguntas y termina el trabajo. Es distinto, tiene que ver mucho con respetar los tiempos de las mujeres, con la empatía, con entender que tal vez no puedes hacer determinadas preguntas en un momento dado, sino que tienes que esperar un tiempo porque esa mujer durante el rato de la conversación está asumiendo que algo le ha sucedido y a lo mejor no encuentra las palabras o no se siente cómoda y eso es muy complicado, primero porque estás escuchando un testimonio duro, una historia que tal vez no le hayan contado ni a sus amigas, ni a su familia.
Creo que las periodistas tenemos que poder preguntar, pero también podemos plantearles la pregunta y explicarles de alguna manera “necesito que me cuentes esto”, y tal vez necesitemos más tiempo. Es un proceso que tiene que ver con la escucha, con el respeto y la empatía, pues tratar de no caer en la revictimización, que es algo a lo que le tienen mucho miedo las mujeres que han sufrido algún tipo de violencia porque habitualmente no las creen.
Recuerdo en una ocasión que un amigo biólogo me dijo que “nada en la biología explica el machismo”. Esta normalización de la que hablas es un proceso de siglos. ¿Acaso ha estado alguna vez no normalizada esta violencia? Porque hablas de la dificultad de las víctimas a reconocerse como tales.
Yo no he vivido en otra sociedad que no sea una sociedad machista y patriarcal. Me he dado cuenta con el paso de los años que decía cosas como: “Mi amiga es una calientapollas”. El machismo está presente en mi generación, en juzgar cómo vestíamos. Con el paso de los años te das cuenta de que eso se aprende y que no he vivido de otra manera hasta que empezó el ‘Me Too’ en 2017 y eso me rondaba la cabeza. “¿Por qué tengo que culpar a alguien porque lleva falda? ¿Por qué esta chica, si quiere, esta noche se enrolla con este y si no, no quiere y se va a su casa?”. Poco a poco encuentras las palabras y sobre todo la manera de entender que eso no se puede normalizar y que se puede denunciar de la manera que sea.
No digo que todo el mundo tenga que ir a una comisaría, porque esto no es una batalla por ver qué mujer es más valiente. Pero creo que estamos en un proceso también de deconstrucción las mujeres, del machismo estructural y de poder ponerle palabras a esto y, si hace falta, responder.
CINE Y NORMALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA
El germen del libro está en el movimiento ‘Me Too’ y las consecuencias a este seísmo, que trascendió al mundo del cine. No obstante, parece que el cine y su industria también ha jugado en muchas ocasiones a la contra. ¿Es ahora más fácil denunciar algunos comportamientos de lo que lo era en 2017?
Yo diría que no es más fácil, porque todavía faltan muchos mecanismos en la industria audiovisual de España. Es verdad que cada vez más las plataformas tienen lo que llaman como teléfonos de seguridad, canales para garantizar que si una mujer quiere presentar una queja por algo que le ha sucedido, por ejemplo en un rodaje… Pero, ¿qué garantías tienen de cómo va a ser ese proceso? Ellas dudan de eso por lo que me cuentan desde la industria audiovisual española, que no es comparable a Hollywood, porque las empresas no son tan grandes, no son tan potentes y no manejan esos presupuestos.
El miedo también tiene que ver con la precariedad, con el miedo a perder el trabajo, enfrentarse a un hombre que sabes que es el actor protagonista decidido por una productora súper potente que va a levantar la taquilla de esa película. ¿Cómo vas a enfrentarte a ese hombre tú, que eres la de vestuario, qué le vas a decir en un espacio tan pequeño como un camerino si te toca de repente?
Ese miedo existe en la industria y, por mucho que vaya avanzando la conversación, que se sientan entre ellas más protegidas, que se creen estos espacios seguros, ya sean a través de emails, líneas telefónicas, etc., todavía queda un recorrido. No es tan fácil, porque en estos dos años que llevo investigando no creas que nos han llegado decenas o cientos de emails de llamadas y de mensajes.
El cine ha cambiado mucho en los últimos años y ahora existen figuras como las coordinadoras de intimidad. Recuerdo por ejemplo el testimonio de los actores de ‘Normal People’ y de como el trabajo de estas profesionales daba más realismo a las escenas íntimas. Hoy parece más difícil que suceda algo como lo que ocurrió en ‘El último tango en París’. ¿Está más expuesta una actriz que, qué sé yo, una costurera?
Una vez hablé con una coordinadora de intimidad que me dijo que resulta casi como de sentido común que nunca se rodaría una escena de acción sin antes haber practicado con actores especialistas. ¿Por qué sucedía esto en el sexo? ¿Por qué una mujer tenía que estar desnuda y se le tenía que poner un hombre encima solo tapado con un calcetín? Nadie se planteaba que eso de alguna manera era incómodo, podía traducirse en una agresión, no había ensayos previos ¿Qué se podía esperar de eso? ¿Cómo lo podía vivir una mujer que a lo mejor incluso se reducía al equipo en ese momento y como mínimo había cinco personas mirándola?
Creo que en eso hemos avanzado, aunque es cierto que es una figura nueva. Ruercuerco el caso con la actriz que protagoniza Anora, Mikey Madison, que habló con el director y decidieron no tener coordinadora de intimidad bajo el pretexto de que, así, sería más realista. Hubo mucho cuestionamiento a esto: una actriz joven, que acaba de empezar su carrera… Me pregunto si de verdad era más realista hacerlo así, si sabía que estaba formando parte de un proyecto que podía llegar a los Oscars y, me imagino, que quería ganarlo como finalmente sucedió. ¿Cómo medía todos estos factores una actriz joven que acaba de empezar y que tiene una oportunidad como esa en un sector con esa competencia tan fuerte y encima vive con esos estándares de las estrellas de Hollywood?
A lo mejor jugó un poco su inexperiencia y juventud a la hora de querer demostrar más, de ir más allá.
Probablemente. El abuso de poder no siempre es esta idea del productor tipo Harvey Weinstein y el “si quieres este papel pásate por mi despacho”. El abuso de poder se puede ejercer de maneras muchísimo más subliminales, no siempre es tan directo y a lo mejor era una chica joven que ni siquiera sus representantes pudieron convencerla de que no hace falta hacer esto.
Tampoco en el periodismo estamos en una posición mejor. En ocasiones somos altavoz de discursos que alientan esta misma violencia sobre las mujeres. Aquí entramos en el debate de si deben silenciarse según qué posturas o es libertad de expresión.
Estos días, con el asesinato de Charlie Kirk, es un debate muy importante. Pasa muchas veces que retorcemos tanto las palabras hasta que conseguimos el significado que queremos que con la libertad de expresión creo que se está utilizando de esta manera. Jamás podré justificar la violencia política o que asesinen a alguien de esa manera por expresar su opinión. Ahora bien, convertir a una persona que era un supremacista machista, xenófobo, que tenía en muchas ocasiones un discurso de odio contra las mujeres, que hablaba de la teoría del reemplazo, el binarismo…de una manera tan violenta que ejerció el abuso contra otras personas, tenía listas y señalaba a profesores, y convertirlo ahora en un mártir de la libertad de expresión es muy tramposo.
Esto no justifica ningún tipo de violencia ni su asesinato, pero creo que sería importante colocar cada cosa en su lugar. Nadie tiene que asesinar a otra persona por sus ideas o por cómo las expresa, pero tampoco creo que sea conveniente convertir en mártir o en héroe de la libertad de expresión a una persona que difundía el odio.
Tal vez lo que consigues es comprar papeletas de cara a que algo así pueda suceder.
Ya han sucedido varias cosas. En el momento en el que lo asesinan está hablando de este tipo de asesinatos masivos que hay en Estados Unidos, en colegios, por ejemplo. Es un poco paradójico. Él mismo llegó a justificar en algunos momentos que tal vez estas cosas pasan y que hay que contemplarlas para defender y gozar de determinados derechos, según su interpretación. Es muy complicado, porque en el momento en que se produce un asesinato de este tipo todo entra en cuestionamiento y es difícil separar las cosas, pero creo que tenemos que separarlas.
De igual manera, pienso en la violencia que sufren también compañeras y que en ocasiones es más velada, como preguntarle en una entrevista de trabajo si tiene intención de quedarse embarazada o vestirlas de una manera determinada en televisión
Eso sucede todo el tiempo. Cuando nos ponemos muchas veces, incluso las mujeres, a clasificar las violencias y parece que solo si te violan has sufrido una agresión. Recuerdo un encuentro en CIMA (Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales) donde de tipos de violencias. Con una productora planteaba que si vas a trabajar donde sabes que dura tres meses, que son pocos los proyectos en el cine, que tus jefes son hombres y estás en una reunión, te quitan la palabra o se quedan con tu idea, te vas a trabajar y te das cuenta de que tu colega en el mismo puesto pues a lo mejor como técnica de sonido o como productora cobra más que tú, que tienes que vestir al actor principal y sabes que es clave para que esa producción siga adelante… Si vas atravesada de arriba a abajo por el miedo, eso también es violencia contra las mujeres. Sobre todo porque la precariedad y el miedo a “por favor, necesito un trabajo para el mes siguiente porque tengo que pagar las facturas” también determina el silencio y son maneras de violentar a las mujeres que, en muchas ocasiones, no suceden con los hombres.
"YA NO ENTRO EN DETERMINADOS DEBATES"
Has dicho en alguna ocasión que este libro no busca hacer pedagogía. Parece que en un tema como este, la educación y la cultura son la única herramienta, pero también nos encontramos con familias que creen que asuntos como la violencia sexual debería limitarse a la educación en los hogares y consideran que esta educación responde a algún tipo de agenda de la izquierda. ¿Cómo abordarlo entonces, si existen estos muros?
A mí me sugiere dos cosas. Por un lado, estoy ya cansada y ya no entro en determinados debates, como por ejemplo ese “ni machismo ni feminismo”, o las denuncias falsas, o “la violencia contra las mujeres no existe”. Estamos en un momento en el que todo el mundo tiene un teléfono con acceso a internet, a todo el conocimiento, y es muy fácil desmentirte o seguir en tu burbuja de los sesgos que te va a dar la razón todo el tiempo. La verdad es que estoy un poco cansada de esos debates y esas conversaciones.
Tampoco creo que me corresponda a mí hacer pedagogía feminista. Esto no significa que me haya rendido ni haya bajado los brazos, porque trabajo en esto y de la manera que pueda quiero contribuir a que estos debates sigan. Identificar la violencia contra las mujeres como ideología woke, ideología de género, ideología de la izquierda o agenda de la izquierda… Yo no creo que se esté politizando nada. La igualdad y los derechos de las mujeres son una cuestión política que tiene que ver con las garantías de nuestros derechos. Si eso se identifica con una ideología y de esa manera se quiere menoscabar acabaremos con menos derechos o se nos quitarán mucho más rápido, porque para nosotras muchas cosas no están garantizadas.
Sobre todo, creo que contribuye a este discurso reaccionario y ultra. Esa idea de que los trapos sucios se lavan en casa, que hay cosas que se solucionan en privado. Como cuando lo llamábamos ‘violencia doméstica’, como si solo sucediera en ese lugar y a determinadas mujeres. Esto no tiene nada que ver con una agenda oculta, esto tiene que ver con los derechos universales que son los derechos de las personas y de la mitad de la población que somos las mujeres.
Y ahora, con el libro ya en todas partes, ¿qué es lo siguiente? ¿Hay ya alguna nueva investigación abierta por parte de Ana Marcos que nos pueda sorprender el año que viene?
En el periódico, con mi compañera Elena Reina y con Gregorio Belinchón, seguimos investigando. No son investigaciones rápidas en sus tiempos, pero sí seguimos en ellos. No puedo contar mucho más, solo puedo decir que seguimos.
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