El camarada Serguei no lee Mafalda

Manuel Vilas López

Ourensano nacido en Vilagarcía (1978). Coordinador de Galiciapress desde 2018. Licenciado en Periodismo por la USC (2000) , Diploma de Estudios Avanzados en Comercio Electrónico por la UDC (2002) y Máster en Publicación Electrónica por la City University London (2004). Ex-miembro de las directivas del Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia y del Sindicato de Xornalistas de Galicia.

Vístase de felicidad, anima el comerciante al peatón de la Rúa de San Pedro de Santiago de Compostela; como si la felicidad fuese algo que encontramos al abrir el armario, entre la venganza y la melancolía.

 

Frases para reflexionar
Frases para reflexionar en un comercio de la Rúa San Pedro de Santiago de Compostela / I. Cs.


Una vez me pidieron que entrevistara a uno de esos comerciantes que escriben mensajes en las pizarras de las fachadas de sus negocios.
 

La foto de la pizarra que me mandaron para animarme a entrevistarlo decía algo así: “Cuando no sepas qué ponerte, pues ponte algo feliz, la felicidad combina con todo. Firmado Mafalda”.
 

Nunca pude hacer esa entrevista, nunca podré. 

 

En primer lugar, las entrevistas son un género que me genera un rechazo casi atávico. Aún hoy, un cuarto de siglo después de enrolarme en esta maldita-fantástica profesión, la perspectiva de tener que fingir interés por alguien me supone, además de un desafío profesional, cierta asunción de una derrota. Todos deberíamos ser libres de elegir cuando queremos actuar. 

 

Lamentablemente, no es así. Adrien Brody también tuvo que rodar Predators para luego tener la ocasión de que le ofrecieran interpretar a László Tóth. Al igual que los actores, los periodistas también tenemos mucho ego y el vicio de comer. 
 

En segundo lugar, no pude hacer esa entrevista porque me da pudor tener que enfrentarme a alguien capaz de colgar en la vía pública tal exhorto al optimismo. Vístase de felicidad,  anima el comerciante al peatón de la Rúa de San Pedro de Santiago de Compostela; como si la felicidad fuese algo que encontramos al abrir el armario, entre la venganza y la melancolía.
 

Somos víctimas de un tratamiento de optimismo forzado. Nos han inculcado la mentira del sueño americano hasta el fondo, incluso en la forma de evaluar nuestra existencia. Si no he llegado a ser el mejor alero blanco tirador de la NBA es porque no metí las horas de entrenamiento necesarias. Del mismo modo, si usted no ha alcanzado sus metas y no es feliz, la culpa es suya, esfuércese más. 

 

Un consejo útil. Fíjese en cinco metas que quiera lograr dentro de cinco años y ponga todo su empeño en conseguirlas. Malo será que no logré alguna, aunque para alcanzarla deba atropellar a quien tiene al lado. No se ande con milongas: trabaje más, conozca a más gente, consuma más, viaje más, sonría, medite, esfuércese hasta el último aliento.

 Las emociones se pueden meter debajo de la alfombra, pero suprimirlas es tan inviable como controlar un orgasmo. “– Eu bebo para afogal-as penas; mais as condanadas aboian”, plasmó Castelao.

Esta ola de positividad me resulta tóxica. Con el tiempo he tenido la ocasión de observar de cerca sus efectos en otras personas. Me parece una trampa, porque fomenta la supresión de emociones tildadas de "negativas" -como la tristeza, la morriña, la venganza o la envidia- cuando en realidad suprimir emociones es imposible. Las emociones se pueden meter debajo de la alfombra, pero suprimirlas es tan inviable como controlar un orgasmo. “– Eu bebo para afogal-as penas; mais as condanadas aboian”, plasmó Castelao.
 

La positividad constante me parece, además, peligrosa. Nos empuja a borrar los recuerdos que nos hacen sufrir. Si el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, intuyo que tropezará aún más veces si olvida la piedra.

 

Más sano me parece la actitud de asumir las derrotas. Estar atento, eso sí, a las nuevas oportunidades porque, no olviden, el destino nos golpeará cuando menos lo esperemos, pero también nos ofrecerá segundas oportunidades. Ocasiones que no seremos capaces de identificar si estamos inmersos en una carrera constante.

 

La vida, además, guarda sorpresas. A mi, periodista con entrevistofobia, me despacharon una vez para entrevistar al mayor Sergei Krikalev, que por entonces era una pequeña celebridad mundial.  El camarada Sergei es aquel cosmonauta que despegó siendo soviético y volvió 311 días después -el doble de lo previsto- cuando la URSS ya no existía. 
 

Camarada sergei
Sergei Krikalev pensándoselo a bordo de la MIR en una imagen creada con la IA Grok

 

El destino me puso delante a Sergei Krikalev y le pregunté si, cuando estaba orbitando mientras su país se iba al cuerno, alguna vez se sintió tan desesperado que se planteó seriamente la posibilidad de morir a bordo de aquella noria eterna. El camarada Serguei me respondió que lógicamente sí. De hecho, añadió, asumir mi probable muerte fue la única manera de mantenerme cuerdo y así estar en condiciones de pilotar cuando se acordaran de mi.

 

Sorprendentemente, tras tal odisea, el mayor Krikalev se volvió a montar en un cohete espacial. Y no una, sino cuatro veces más. ¿Por qué?, cuestioné, ¿es un usted un optimista nato? El ruso se quedó callado un largo rato. Cuando parecía que ya no iba a responder, sonrió, ladeó la cabeza y dijo: “por egoismo, supongo; el premio era demasiado bueno”. Un realista, el camarada Sergei. 

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