Cuando fallece un Papa, habitualmente en las televisiones se emite 'Las sandalias del pescador, aquella superprodución de los años 60 del siglo pasado, cinematográficamente muy atractiva, aunque la novela de Morris West en la que se basaba era bastante utópica. Hoy, en estos momentos, es mucho más recomendable ver 'Cónclave', que refleja perfectamente las luchas de poder y las tensiones en el interior de la Iglesia católica por conseguir el poder. Pero hay algo de 'Las sandalias del pescador' que 60 años después sigue teniendo vigencia: la reflexión de que van a elegir al líder, al “influencer”, que diríamos hoy, de muchos millones de personas en todo el mundo. Probablemente el mayor líder en términos de influencia en la población, en un momento igual que en los años 60 con la Guerra Fría, especialmente convulso; por lo tanto, su elección tiene una importancia especial.
En este sentido, algunos medios ya adelantaron la reflexión de lo profundamente que la derecha reaccionaria detestaba a Francisco y de las presiones que, consecuentemente, sin lugar a dudas ejercerán Trump y otros dirigentes de la extrema derecha mundial para que el próximo Papa les sea afín. Esto recuerda a lo que ocurrió en la Europa de los fascismos, cuando necesitaban un Papa que, como Pío XII, fuera profundamente anticomunista y, por lo tanto, tolerante con los regímenes totalitarios. Por lo menos en un primer momento, ya que la posición del Vaticano, cuando se comenzaron a conocer los campos de exterminio y otras brutalidades de los nazis, se envuelve en una niebla de contradicciones donde no está muy claro que posición toma la Iglesia, aunque sí es verdad que fue una de las que organizó la red de huida de los jerarcas nazis hacia Sudamérica.
Es obvio que a los regímenes autoritarios en estos momentos les interesa un Papa transigente que frene a las masas, que no las predisponga contra ellos y que, de alguna manera, les facilite el camino hacia las políticas ultraliberales y autoritarias que quieren impulsar, cuando no, hacia procesos bélicos por invasión a terceros países como aconteció con Rusia y Ucrania, con Israel y Gaza, como puede ocurrir con China y Taiwán o como pueda pretender Trump con Groenlandia, aunque lo tiene más difícil porque es Unión Europea. Esa es la batalla a la que vamos a asistir en estos próximos días y que, desde mi óptica, creo que va a determinar lo que ocurra en los próximos años y en el devenir de la actual situación, comparable, como todo lo que ocurre a principios de siglo, con las dos Guerras Mundiales del siglo pasado, solo que las guerras hoy se libran de una forma menos cruel e incluso menos sangrienta, excepto Gaza y Ucrania.
Y, dentro de esta geopolítica, hay una noticia que puede ser interesante, aunque es evidente que lo que acontece en la elección de Papa, como mucho, probablemente solo lo sepa el Espíritu Santo, si es verdad que los ilumina. Sabemos que esto es una lucha de poder donde no hay unas mayorías claras. La Iglesia católica no es, evidentemente, un régimen democrático, pero tiene algunos aspectos semejantes: tiene sus partidos internos (Jesuitas, Salesianos, Opus, etc.) que luchan y compiten, obviamente, por llegar al poder, y ya vemos el impacto que un Papa puede llegar a tener sobre ellos, como el caso de Wojtyłla, que fue la época de mayor crecimiento del Opus; consiguieron la prelatura y fue la época en la que más sectas se “normalizaron” en la Iglesia católica.
Todos ellos luchan por el poder y, como ninguno tiene mayoría, es cuando entran los juegos y los pactos para la elección, en este caso no de presidente, sino de Papa. El mecanismo es bastante semejante, con la salvedad de que los fieles católicos, aquellos que pertenecen a la Iglesia católica, no tienen voz ni voto, no pueden votar. Lo hacen los príncipes de la Iglesia, en un sistema de cooptación que, con todos los respetos, se parece bastante a lo que tenía el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, donde el secretario general elegía al politburó, y los miembros del politburó elegían al secretario general. El Papa elige a los cardenales y los cardenales son los que eligen al Papa. Es un sistema peculiar.
Por lo tanto, con todas las reservas sobre cuál puede ser el resultado, si es cierto que, como decía un cardenal español recientemente, puede haber sorpresas, déjenme poner el foco sobre un español, el Padre Artime, asturiano y Rector Mayor de los Salesianos, nombrado directamente por el Papa Francisco y, por lo tanto, de su confianza y de una línea progresista. Esto es extraordinariamente importante. Si los sectores progresistas de la Iglesia consiguen imponer un nuevo Papa, o consensuar un Papa con más tendencia progresista que reaccionaria, y si el nombre que al final acaba aflorando fuera el de este español de Asturias, quizás podríamos confiar en que una de las entidades más influyentes del mundo siguiera una línea de resistencia frente a los autoritarismos, ultraconservadurismos y extrema derecha, incluso contra el ultraliberalismo, lo que, hasta para los que no formamos parte de la Iglesia católica, sería una muy buena noticia, porque también nos afectaría positivamente.
Así que, recordando aquella frase que le dijo un día Fraga a una persona que le hacía un comentario acerca de que podría ser Papa Rounco Varela, con quien Fraga mantenía una pésima relación, este le contestó: “El Espíritu Santo va viejo, pero aun no chochea”. Así que esperemos que, en esta ocasión, el Espíritu Santo tampoco cochee.
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