Este domingo, dos eran los focos que atraían la atención de la ciudadanía: las elecciones en Extremadura y las compras navideñas. Esta última ha sido la opción con más éxito, por eso de estar abiertos los centros comerciales y los comercios. Casi todo el mundo entiende eso de las compras, por motivos diferentes. Las elecciones en Extremadura, acuñadas como un plebiscito de las generales por todo lo que le está ocurriendo al PSOE y a su Gobierno, han contado con las personas más politizadas. La mayoría está de la política y de sus políticos hasta el gorro; es fácil de entender. Esa decisión de “pasar” no es buena para la democracia: el ciudadano no solo debe votar y ya ha cumplido, no; ha de pedir cuentas de lo que hacen aquellos que han recibido sus votos y tienen la obligación de rendir cuentas.
Los datos de los comicios extremeños son el resultado del enfrentamiento constante de los dos grandes partidos, socialistas y populares, de cuyas batallas ninguno de ellos sale ganando, sino que un tercero se beneficia: Vox, que, sin hacer nada, va recogiendo la cosecha en forma de votos que les dan PSOE y PP. No lo quieren entender y Feijóo está metido en un laberinto, rodeado de analistas políticos de la “talla” de Miguel Tellado, la estrella de Radio Fene en sus días de periodista intrépido (emisora de los independentistas gallegos), que ha ido medrando en el PP a un ritmo trepidante de “evolución política” por la ambición de un sillón con mando.
Con determinada gente de su partido, Feijóo lo tiene crudo sin el apoyo de Vox. Están condenados a entenderse. Su discurso incendiario ha quemado los puentes con otros partidos que le pudieran dar su apoyo (aunque en política nunca se sabe y dos más dos no tienen por qué ser cuatro; dependen de las circunstancias). El líder popular no ha sabido buscar esa posición de centroderecha equilibrada que hace falta. Para ultraderecha ya está el partido de Abascal, con una ideología que asusta a los demócratas de verdad: un radicalismo extremo contra instituciones democráticas, xenófobo, homófobo, antifeminista y todo lo que huele a autoritarismo. Solo hay que ver con quién se lleva bien: Trump, que, entre otras cosas, pone a parir a España y a su Gobierno (muy patriota Abascal); Orbán, un ejemplo de “demócrata”, poco solidario con el resto de países; Milei, el de la motosierra; y Meloni, primera ministra de Italia, y su gran amiga Le Pen.
La presidenta extremeña, María Guardiola, convocó las elecciones dos años antes de lo que tocaba porque los presupuestos no se aprobaban gracias a Vox, que no quería apoyarlos. Según Guardiola, no quería sucumbir a las exigencias de Abascal. También debió pensar que los socialistas no estaban en su mejor momento y que muchos de esos votos que iban a perder los recogería ella. Era la apuesta para conseguir la mayoría absoluta. La jugada no le ha salido bien, pese a la debacle sufrida por los socialistas. Ahora, con los resultados actuales, tampoco podrá gobernar en solitario, sino que va a necesitar de Vox, que ha duplicado el número de diputados y cuyo precio a pedir también será superior. En definitiva, está en la misma situación. ¿Cómo se resuelve la cuestión? La ganadora de las elecciones lo tiene crudo. Ha de pactar sí o sí con Vox, o convocar elecciones, cosa que no le van a permitir desde la dirección de Génova.
Puede ocurrir que una de las condiciones que imponga Vox sea pedir la “cabeza” de Guardiola si quieren gobernar. Es que Abascal aplica su particular sentido de la democracia y los derechos humanos, como lo hacía el dictador Pinochet (ahora de moda en Chile) cuando decía: “Soy demócrata, pero a mi manera”. Que se lo pregunten a las miles de personas desaparecidas bajo su mandato.
O los dos grandes partidos dejan de tirarse los trastos a la cabeza y se aplican a hacer política, o este país sigue los pasos de convertirse (algunos dicen que ya lo es) en una olla de grillos, donde la ultraderecha sigue subiendo (entre los jóvenes), con el peligro que eso supone. Tampoco hay que olvidar que Vox ha sido capaz de introducirse en los barrios de trabajadores, donde hay demasiada gente que no llega a final de mes. Con el estómago vacío y sin recursos para sobrevivir es muy fácil que a esas personas se las convenza. Se está viendo que ya no vale utilizar la frase “si no vas, ellos vuelven”.
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