Bidones radiactivos: España dice que no hay riesgo nuclear en base a mediciones realizadas en 2021
El Consejo Seguridad Nuclear, el órgano oficial de vigilancia radiactiva en España, manda una carta a la Xunta tras quejarse el Gobierno Gallego de que no tiene información oficial de la expedición francesa que está controlando los polémicos restos de centrales nucleares europeas vertidos al Atlántico hace décadas.
La misión científica liderada por Francia, centrada en analizar la situación actual de la Fosa Atlántica frente a las costas de Galicia, continúa con sus tareas, apoyada por equipos altamente sincronizados y bien equipados. Según las últimas actualizaciones, ya han logrado identificar más de 1.900 contenedores sumergidos en esa zona oceánica.
Radiación bajo control, según el CSN
Hoy el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) ha informado que los estudios realizados en las aguas costeras del norte de España no han revelado presencia significativa de radiactividad. Señalan que los niveles detectados se encuentran por debajo de los umbrales fijados tanto por la legislación nacional como por las normativas de la Unión Europea.
Este comunicado llega como respuesta a una solicitud enviada por la Xunta de Galicia el jueves anterior, en la que requería detalles sobre el seguimiento ambiental y técnico de los desechos radiactivos arrojados al Atlántico entre los años 1949 y 1982, en aguas que no pertenecen a ninguna jurisdicción estatal.
El CSN ha subrayado también que, en 2021, la Comisión Europea llevó a cabo una inspección bajo el marco del artículo 35 del tratado EURATOM. En esa visita de control se constató que España dispone de infraestructura y recursos adecuados para la vigilancia del entorno radiológico costero, lo cual permite la detección rápida de cualquier anomalía.
El responsable del proyecto, Javier Escartín, compartió en Bluesky que las labores a bordo del buque oceanográfico L’Atalante se están desarrollando de manera fluida y organizada. Su compañera en la misión, la experta en geología marina Caroline Gini, explicó que la investigación sigue un protocolo riguroso: primero, se elaboran mapas multihaz desde el buque sobre las áreas de interés. Durante la noche, se cartografía el lecho marino con imágenes detalladas, y por la mañana se extraen muestras de agua cercana a los bidones localizados.
Posteriormente, se utiliza un instrumento denominado “multicorer” que desciende hasta el fondo marino y recupera una docena de núcleos de sedimento. Finalmente, con la ayuda del sonar de alta precisión, se ubican visualmente los bidones y se determina su distribución para planificar las siguientes operaciones submarinas.
Una herencia radiactiva bajo el océano
Durante décadas, entre los años 50 y finales de los 80, varios países europeos como Reino Unido, Suiza o Francia depositaron miles de bidones con residuos de baja y media actividad en esta zona del Atlántico. En aquella época, se consideraba una solución práctica: se trataba de alejar la basura radiactiva de las poblaciones y evitar su almacenamiento en tierra firme.
La fosa atlántica, situada a unos 500 kilómetros al oeste de Galicia, fue uno de los principales puntos de vertido. Su profundidad, superior a los 4.000 metros en algunas zonas, la convertía en un “sumidero” ideal. Se arrojaron bidones metálicos directamente al mar, sin sistemas de seguridad adicionales ni estudios a largo plazo sobre su evolución.
Con el paso del tiempo, la corrosión marina ha deteriorado los bidones, que hoy podrían estar liberando parte de su contenido radiactivo. Los científicos alertan de que, aunque los residuos eran considerados “de baja actividad”, algunos elementos pueden seguir emitiendo radiación durante miles de años. Uno de los isótopos más comunes, el Cesio-137, tiene una vida media de más de 30 años, lo que significa que tardará siglos en descomponerse del todo.
La expedición actual, liderada por expertos europeos, intenta localizar los bidones con robots submarinos y cámaras de alta definición. Su objetivo es evaluar el estado en el que se encuentran los contenedores y comprobar si representan una amenaza inmediata para los ecosistemas marinos.
Los científicos también estudian cómo se comportan los materiales radiactivos en un entorno tan extremo. La presión, el frío y la oscuridad influyen en la descomposición de los bidones y en la posible dispersión del material. Aunque la zona está alejada de la costa, las corrientes marinas podrían actuar como vía de transporte de la contaminación, especialmente si el contenido comienza a filtrarse.
El temor no es solo ambiental. La fosa atlántica alberga especies marinas poco conocidas y muy vulnerables, y el impacto de la radiación sobre ellas es difícil de prever. Además, existe preocupación sobre la posible entrada de estos contaminantes en la cadena alimentaria si se acumulan en peces de profundidad que luego son consumidos por especies comerciales.
Aunque los residuos no se vertieron directamente frente a Galicia, su cercanía a la fosa atlántica convierte a la comunidad en una de las regiones más atentas a los resultados de esta investigación. La posibilidad de una afectación indirecta, aunque remota, no se descarta del todo.
Grupos ecologistas llevan años reclamando transparencia sobre estos vertidos y piden que se tomen medidas internacionales para vigilar y controlar el estado de los residuos. La expedición actual podría ser un primer paso para que Europa afronte una deuda pendiente con su pasado nuclear.
Mientras tanto, bajo miles de metros de agua, los bidones siguen ahí, silenciosos pero activos, recordando que la basura más peligrosa no desaparece al hundirse en el mar. Solo cambia de forma, de lugar y de riesgo.
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