El caso de José María Ángel debería servir para recapacitar sobre la estrategia de acoso y derribo. La política no puede seguir siendo una máquina de triturar personas. La fiscalización debe convivir con la empatía. La exigencia con la prudencia. La transparencia con el respeto. Porque cuando el poder se cobra vidas, todos perdemos. Y estamos demasiado cerca de tener que lamentar una desgracia irreparable.