Descubriendo a Xosé Luís Otero

Hace tiempo que sigo la trayectoria de un pintor de Nocelo de Pena, al que conocí en Allariz hace cuatro años. En aquel momento poco se esperaba de un artista que había pasado de pintar paisajes, a crear en un género abstracto con un estilo propio. Y aunque en aquel momento todo estaba conjuntado con la literatura, tengo que reconocer que me sentí identificado con la obra. Tanto fue así, que en el Museo del Mar de Vigo, en otra exposición de él, ofrecí una de mis composiciones musicales cómo regarlo a la generosidad de mostrarnos otra visión del “Caos”.

Si cada persona es un mundo, Xosé Luis Otero es una galaxia, en el que millones de estrellas con luz propia, reflejan sentimientos en los materiales y texturas que emplea en su obra. Si cada persona tiene una meta en esta tierra, Otero posee millones de objetivos que brotan en el sentir de su corazón, en la soledad que lo condena a un estado de aislamiento en el proceso creativo. En este estado, bien sabe que no es un Ser Supremo y se identifica con la idea principal que bate en su mente, en un montón de ideas a todas horas. Además se reconoce pequeño ante un Universo lleno de posibilidades, combinaciones y alternativas inhóspitas. Ritmo, poesía y música, para este artista plástico con una sólida formación inicial, son instrumentos intangibles que potencian su reflexión personal y mismo espiritual.

Estas pinceladas de la vida de Otero, pretenden si tan precisas, como genéricas en el ente de cada artista que se precie. Las diferencias entre otros está en integrar diversas disciplinas y desarrollar noticias técnicas para que la conjunción final no resulte artificial. Eso está aconteciendo con su creación en los lugares más emblemáticos de los países escandinavos en los que Xosé Luis Otero está exponiendo. En el Museo Gotland en Visby, en el Museo Edsvik y en el de Arte Moderno de Liljevalchs en Estocolmo. El tema del paisaje después de la destrucción y de la desaparición del hombre es el hilo conductor de las 80 obras que forman parte de la exposición itinerante. La propia naturaleza gime con dolores de parto ante la contaminación del pecado del hombre. Los corazones expresan esa humanidad caída y Otero, que en vez de lanzar la cultura hacia naturaleza, para transformarla, interioriza esa situación simulando, lo mismo representado ese paisaje final, desértica y caótica resume todo en el aforismo: “La soledad pura y el silencio de Dios”.

Otero ya es un artista de referencia en el arte gallego. Las diversas etapas por las que ha transitado son tan distintas como convergentes, pero siempre en relación con la realidad del entorno en el que se mueve. La denuncia social de la desertización de la tierra, lo lleva a expresar con textos breves que acompañan cuadros y objetos, frases que apelan a los sentimientos. “ Degradación y destrucción del monte”. “Lo deterioro de un paisaje que no volverá”. “La vida queimada y convertida en ceniza”. “Sin posibilidad de recuperar la mirada primera”. Por todo esto, vale la pena estar atentos a los nuevos proyectos que el pintor y escultor tiene en nuestra tierra que sirven de reto al espectador. Porque sus profundas raíces gallegas hacen que no se olvide del importante: de la idiosincrasia, de la lengua y de la tierra.