Atlantic Fest 2022: Los Hermanos Cubero detienen el tiempo en un festival sin masificar
La avaricia de la industria cultural de este nuestro absurdo sistema económico convierte en caducos a artistas que hasta hace nada nos eran vendidos como lo más rompedor. Todos, aficionados y músicos, somos víctimas de esa eterna carrera hacia ningún lugar. Pocos son capaces de mantener el rumbo y evolucionar artísticamente sin doblegarse al mercado. Desgraciadamente, la mayoría se quedan petrificados, caricaturas cada vez más en sepia de la versión que el mercado encumbró ayer y que hoy nos ofrece como segundo plato.
Por lo visto ayer en la segunda jornada del Atlantic Fest, el actual Andrés Calamaro podría encuadrarse en la segunda categoría. El suyo fue un concierto digno, que gustó a sus seguidores más fieles, que siguen siendo muchos. Le sobran canciones al rockero para brindar un robusto repertorio y le sobra oficio a su banda para vestirlas adecuadamente. Es más, muy pocos artistas de habla hispana pueden sacar de su arsenal armas del calibre de Estadio Azteca. Con todo, la sensación que le quedó a uno es la de ver una actuación donde el personaje devora casi por completo al creador. Calamaro despachó casi todos sus grandes éxitos y terminó trazando verónicas como si estuviera saliendo a hombros de la plaza de toros de Pontevedra. Parece que nadie pudo o quiso explicarle que en realidad había hecho un concierto normalito en Vilagarcía.
Los otros cabezas del cartel del sábado, Los Planetas, ofrecieron en cambio una actuación muy notable, que se hizo corta. Los granadinos han ganado muchísima profesionalidad tras varias décadas bajo los focos, como demostró la horita que estuvieron probando sonido en el escenario en el que se colaba el eco de la música de Calamaro.
Esta es una de las virtudes, pero también de los problemas del Atlantic Fest. Ir de un escenario a otro lleva segundos pero los músicos tienen que soportar que durante su actuaciones se cuele el sonido de los compañeros que están probando en las otras tablas. Algo que, por ejemplo, sufrieron pero supieron capear María Arnal i Marcel Bagés, que dieron una notable impresión con su flamenco por veces björkiano.
El detallismo planetario en preparar su sonido dio frutos y sonaron como lo que son, una contundente banda de ruido melódico, entre el pop y la psicodelía. Contentaron tanto a los nostálgicos, que pudieron corear casi todas sus canciones más conocidas, como a aquellos que saben apreciar sus excelentes dos últimos LPs. Desgraciadamente, y posiblemente debido a las estrecheces que impone la hora y media de concierto de la que dispusieron; no sonó esa magnífica reciente resurrección lorquiana de nueve minutos de El manantial , que es una de las cumbres de su carrera y de la música moderna en España, pero si hubo tiempo para recordar que algún día -¿cuándo- seremos cientos más que ellos con Islamabad.
En rigurosidad, no todos los artistas se pueden meter en uno de los dos cajones citados al inicio. De hecho, los que caen en alguna de esas dos categorías son una inmensa minoría . Casi todas las bandas acaban disolviéndose sin rozar el éxito comercial.
Los Hermanos Cubero jamás lo saborearán. Los de Guadalajara son un bendito anacronismo y está claro que le trae al pairo lo que piensen los proveedores de las masas. Ayer en Vilagarcía ante unas doscientas personas solo tocaron un tema de Quique dibuja la tristeza; ese disco que probablemente sea la cumbre de su carrera en términos comerciales, además de unos trabajos más estremecedores que uno puede oír. Centraron, como tocaba, su concierto en desgranar piezas del más reciente, mucho más tradicional y menos country, Proyecto Toribio acompañados de dos violinistas invitadas, entre ellas la gallega Begoña Riobó y su paisana Paula Gómez.
UN FESTIVAL QUE NO ES UN MARATÓN
Por lo demás, hay que darle un notable muy alto a la organización del festival que supo mantener a rajatabla los horarios de las actuaciones, lo que es clave en este recinto. Lejos de las masificaciones de otros eventos, en el Atlantic Fest es relativamente familiar. Apenas hay colas, el recinto es humano en tamaño y en abundancia lugares para descansar.
Los precios de las consumiciones dentro no están excesivamente por las nubes como en otros eventos. El cartel es coherente, dirigido a un público entre indie y madurito, que son mayoría entre los que pueden pagar el considerable precio de un abono para un festival en el que no hay entradas de día, aspecto este a mejorar para próximas ediciones.
A considerar también por la organización, como por el resto de organizaciones de festivales que cuentan con una notable contribución de dinero público, la pertinencia de incluir artistas gallegos no como relleno, sino ofreciéndoles una oportunidad importante, en el escenario principal a la mejor hora. No es por falta de talento en la tierra.
Escribe tu comentario