Los ojos de James Webb, allí, en to’ lo negro

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Tengo la profesión más bonita del mundo. Bonita, que no sencilla. En estos días de grabaciones, filtraciones e informaciones “burdas”, tal vez no sea el mejor momento para ir pregonando que se es periodista. Sin embargo, soy periodista por una razón muy sencilla: porque no soy más listo. No me malinterpreten, hago lo que amo y me apasiona, y porque he tenido la suerte de contar con los recursos y el apoyo para poder estudiar lo que yo quería. Con todo, soy consciente de que, de ser una persona más inteligente, lo que de verdad me hubiese gustado estudiar es astronomía. Pero soy conocedor de mis limitaciones, algo que es bueno, como también lo soy de mis puntos fuertes. Y como aquello de escribir y hacer preguntas no se me daba del todo mal, pues acabé de plumilla. Aún así, todavía soy incapaz de apartar la vista del cielo las noches claras de verano.

 

Las imágenes del telescopio espacial James Webb han hecho que se despierte el gusanillo que llevo dentro y que ahora mira de reojo la luna llena que se alza sobre la ría de Arousa. ¿Qué no habrá en esa bóveda celeste? Un rápido vistazo y vemos todo lo que está y nunca estará, porque todo lo que ven nuestros ojos no es más que una fotografía de aquello que existía hace miles, tal vez millones de años. Las mismas estrellas que vemos nosotros son las que veían nuestros abuelos, y los abuelos de nuestros abuelos, y los abuelos de estos, y así sucesivamente hasta llegar al primer homínido medio despierto que, en algún momento, clavó su vista en el cosmos para quedar embobado sin entender nada. Estrellas que nunca nos verán a nosotros, porque se apagaron hace mucho, mucho antes de que esta roca que circula a 2 millones de kilómetros por hora se enfriara siquiera.  
 

Ya de niño descubrí que todo lo que observamos no es más que una vieja instantánea de lo que ya no está. Lo descubrí, pero me llevó mucho tiempo entenderlo. Y digo entender con la boca pequeña, con la de aquel que repite la tabla del 7 de memoria y de carrerilla, temeroso de que alguien lo interrumpa, le haga una pregunta y le obligue a razonar algo que nunca se ha parado a pensar detenidamente porque solo la mera idea de discurrirlo le produce mareos.

 

El universo es infinito. Y el universo se expande. Y en el universo llegará un momento en el que todo aquello que lo compone (planetas, estrellas, galaxias, agujeros negros, Jordi Hurtado…) desaparecerá y solo quedará la nada absoluta. Pero también la nada será infinita. Y también seguirá su expansión hacia la propia nada. Y así. Por siempre. Por la nada misma. Si esto no les hace sentirse pequeños y absurdos, no sé qué lo hará. 


La imagen tomada por el James Webb es lo más cercano a Dios que hemos estado hasta la fecha. Para ponernos en contexto: desde el lanzamiento del Sputnik 1 hasta la foto del James Webb han pasado 64 años. Es la edad de Javier Cansado, el que leía a Kierkegaard. No hace tanto de aquello, la verdad. Sin embargo, el avance ha sido fulgurante. Podemos ver a tiempo real si hay o no una tormenta de arena en Marte, que hoy, si me apuran, tendrá una temperatura parecida a la de Ourense. Tal vez un par de graditos menos. Aunque hay menos sombra. Pero tampoco está Jácome. Las gallinas que entran por las que salen. 
 

Yo sigo mirando la foto del telescopio, sin entenderla bien. Veo estrellas. Veo galaxias. Veo quasars, y agujeros negros, y ondas gravitacionales, y supernovas, y nebulosas, y muchos otros términos que hacen que me sienta inteligente por un breve periodo de tiempo, porque son palabras en las que tan solo alcanzo a arañar la superficie. Me gustaría tanto entenderlo... Supongo que la reacción de los cerebritos de la NASA al ver las fotos por primera vez no sería muy distinta a la que en su día tuvo Howard Carter cuando descubrió por una rendija la tumba de Tutankamón. "Veo cosas maravillosas", dijo Carter; dijeron los astrofísicos.

 

Más allá de eso, para mí es todo lo mismo, un inmenso campo de mundos por descubrir, por entender, por conquistar. Aquí ya la hemos jodido, y es muy posible que no tenga vuelta de hoja. La canica esta que nos transporta por la Vía Láctea va caminito de despacharnos. Por tontos, arrogantes y egoístas. Pero lo de allí arriba me provoca esperanza. Porque, ¿y si ahí, en lo profundo, en to’ lo negro, no está todo perdido? ¿Y si estamos a tiempo de mandarlo todo a tomar por culo en otros planetas, en otras galaxias, tal vez en otros universos? ¿Y si fuéramos todos un poco más inteligentes? Para eso último si tengo respuesta: nadie sería periodista. 


 

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