Parón de selecciones, el ‘Todo por la patria’ futbolístico

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Qué largos son los domingos cuando no hay fútbol. Los empleo en aquellos quehaceres que suelo posponer para “otro momento” como, por caso, limpiar. En el repaso a mi pequeño estudio convertido a piso con cocinasalóndomitorio, me armo con la fregona, la escoba y el plumero. Saco brillo a los cristales, a los azulejos del baño y al mando de la tele, cubierto por una gruesa capa de polvo. Soplo su superficie, como si acabase de desenterrar el juego del Jumanji, para poder ver los números. Pobrecito. Lleva inerte una semana y pico, desde que “terminó” la liga. El parón de selecciones lo condenó al ostracismo de la mesilla de noche y la tele ha permanecido apagada desde entonces, con un piloto rojo encendido que aguarda la señal que marcan los futbolistas internacionales cuando regresan a sus respectivos equipos y el balón eche a rodar de nuevo en los principales estadios del mundo, y no en un campito de nombre impronunciable perdido en el medio de Tiblisi -ciudad que, para la redacción de este artículo, he aprendido que en castellano se escribe Tiflis, y no Tiblisi ni Tblisi, como se dice en georgiano-. 

 

En esta santa casa no se ven los partidos de selecciones. Son un verdadero incordio. Justo cuando la competición se pone interesante, que el Girona va lanzado, que el Barça empieza a flaquear o que no alcanzas a distinguir si el Atleti sube o baja, llega Infantino o quien sea y reparte a los futbolistas por el mundo. Unos se van con España, otros con Portugal, y otros con Japón. Y Japón ta’mu’lejo. Kilómetros y kilómetros en la espalda de los futbolistas en mitad del campeonato liguero para luego regresar a casa con las piernas cargadas e, inmediatamente, a correr de nuevo, porque el equipo con el que tienes contrato se juega la vida el sábado en Vallecas. 
 

Eso los que vuelven. Porque ni Gavi, ni Camavinga, ni Vinicius, ni Oyarzabal, ni Muriqi…podrán estar disponibles para sus equipos a la vuelta del parón. El ‘Todo por la patria’ futbolero, el esfuerzo por rendir para tu club y para tu país, se lleva por delante a un buen número de soldados caídos. 
 

El ‘virus FIFA’ se ceba con ricos y pobres, aunque no por igual. Porque los grandes tienen muchos futbolistas internacionales -la elástica del país solo está hecha para unos elegidos, como la ficha en los grandes de Europa-, pero pongamos, no sé, el Celta, tampoco tiene tantos. Pues ni el Celta se libra: Aidoo, de lo poco salvable en la retaguardia, se rompió el tendón de Aquiles…¡en un amistoso! Es el colmo del delirio. No solo te me llevas al muchacho que encima lo pones a correr en un partido intrascendente que no vale para nada. Y mientras, el Celta, en bragas, sin central ni recambio. 
 

Son muchos partidos. El calendario es una locura. Entre liga, copa, supercopa, Champions, selecciones… Alguno va y vuelve de la luna con tanto viaje. Por no hablar de que las pretemporadas hace mucho que dejaron de ser partidos amistosos para afinar a los concertistas, ya que uno no puede jugar a medio gas en un Clásico por mucho que se dispute en julio y en Toronto. ¿Cómo no se van a romper? El cuerpo pide papas. Y, si encima, decides llevarte algún torneo a Arabia Saudí, pues ya le añades más ceros al cuentakilómetros e incrementas los riesgos, ya sea por el cambio de temperatura o porque a saber con qué patatal te encontrarás en Riad. Lo mismo ocurre si juegas con tu país contra un combinado de futbolistas semiprofesionales o, directamente, amateurs, que sienten al jugar en Saint-Denis que es la oportunidad de su vida y van con todo a cada cruce, aunque eso suponga desgraciar a algún muchacho. 
 

Los Chipre vs España y los Yibuti vs Namibia son molestias necesarias para disfrutar de una Eurocopa o un Mundial, las citas más grandes del planeta fútbol, pero tiene que existir otro método. Puede reducirse el número de partidos y celebrar las clasificaciones a final de temporada, en un mes donde los futbolistas pueden permanecer concentrados y los clubes tranquilos porque, en el peor de los casos, se les buscará un recambio en verano. Sobran las Nations Leagues y demás patochadas que no buscan más que exprimir hasta la última gota a los atletas, convertidos en el hámster que hace girar la rueda del negocio con sus incansables galopadas. Pero no son máquinas, de modo que se rompen y quién sabe cómo volverán y si lo harán al nivel ofrecido antes de la lesión. Ellos sufren físicamente y yo sufro mentalmente, con el cuarto en silencio y la tele apagada mientras retransmiten un Luxembugo vs Bulgaria. Dios, qué largos son los domingos cuando no hay fútbol.
 

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