Escotet, la cuarta fortuna de España, "pide perras" para subir al Dépor

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Cuando era niño el 90% de los muchachos de mi clase eran del Dépor. Había cuatro o cinco del Madrid y tan solo dos tristes culés que seguíamos, a nuestro pesar, a un equipo con Litmanen, Reiziger, Christanval o Babangida. Hoy puede sonar extraño, pero en aquellos años en A Pobra era más fácil ser del Dépor campeón de liga y protagonista del Centenariazo con Djalminha, Mauro Silva o Makaay que de un equipo que tenía a Bonano de portero. Basta con mencinar al arquero argentino para dar fe de lo que hablo. 

 

Pero las tornas cambiaron con los años: el Barça fichó a Ronaldinho, Guardiola se hizo entrenador, el fútbol se modernizó para mal y los pequeños con aires de matagigantes entraron en barrena. El Dépor fue uno de esos afectados ya no solo por la crisis económica, sino también por los desmanes de sus dueños durante años, por las malas planificaciones deportivas y por su incapacidad para admitir que el juego había cambiado y que tocaba crecer desde la base, desde un sentimiento primario como el del deportivismo recalcitrante, ese que hizo a miles ir a ver al Deportivo penar por las catacumbas del fútbol nacional cada domingo durante cuatro años. Ahora asoman la cabeza y saludan a la Segunda, a la que echaban de menos tanto como la Segunda a la brisa con olor a salitre del Orzán.

 

Atrás queda la fatídica noche San Juan de 2019 en la que el Dépor se quemó en la cacharela o el 'Caso Fuenlabrada' con el que los turcos certificaron su caída a la ya extinta Segunda B. Fueron años en donde el Dépor siempre encontraba la forma de bajar un escalón más cada año en su particular descenso a los infiernos: que si pelear por no bajar a Segunda RFEF, que si el Albacete celebrando un ascenso cantado en Riazor con el tío al que echaste solo un año antes de entrenador, que si una tarde calamitosa en Castellón...lágrimas y más lágrimas amargas que manchaban como la humedad las paredes de los corazones deportivistas. El domingo contra el Barça B pudieron darle una capita de pintura azul y blanca, el color que lucirán en sus cajones el día de mañana.

 

La alegría desbordante que supuso el gol de Lucas Pérez tiene su eco hasta el día de hoy, pero a la resaca propia de un éxito histórico la ha sucedido alguna que otra mueca de desconcierto. En un año legendario para la ciudad, con el Dépor femenino subiendo a Primera, con el basket haciendo lo propio a ACB y con el Súper Dépor de vuelta al profesionalismo, el dueño de la entidad, Juan Carlos Escotet, echó un jarro de agua fría sobre los ánimos al rojo vivo: el club podría no subir.

 

Según Escotet, la cuarta fortuna de España gracias en gran medida a los pingües beneficios que le ha reportado Abanca -la entidad que se hizo en subasta con los restos de la fusión de las cajas gallegas, cuyo rescate pagamos entre todos y que costó 8.000 milloncejos de nada-, el salto del Dépor a Segunda está en cuestión por culpa del Concello da Coruña, al que dio plantón el lunes, cosa que no hizo con la Xunta, por ejemplo. El problema reside en el Estadio Municipal de Riazor, ahora Abanca-Riazor, que el gobierno local no tiene reparos en ceder pero sobre el que sí limita la capacidad de la entidad bancaria para sacar réditos de su explotación más allá del fútbol.

 

Ahora Escotet pretende apuntarse el tanto del ascenso cuando en sus últimos años su gestión ha sido, cuanto menos, cuestionable. El baile de presidentes por el palco de Riazor solo ha sido superado por el número de entrenadores que han pasado por el banquillo. Juntas directivas que caían de la noche a la mañana en un club que, recordemos de nuevo, es propiedad de un banco -y, por ende, de un banquero-, para tristeza de una masa social que es el mejor valor de esta Sociedad Anónima Deportiva y que tiene que ver como se especula cada curso con el equipo de sus amores y, peor aún, con su sentimiento, con esas emociones que ponen en juego cada domingo y que les ha costado la salud en más de una ocasión en los últimos años solo para poder cantar, ahora sí que sí, que su equipo, su casa, su amor, está por fin de vuelta.  

 

Porque la cuarta fortuna de España -no me canso de incidir en este dato- podría tener más altura de miras antes de poner en duda la viabilidad del equipo sin Riazor. ¿O no podría el presidente de Abanca con sus 711 millones en beneficios de 2023 destinar una parte a alquilar Riazor por un precio razonable? ¿No podría incluso ayudar a remodelarlo? ¿A ampliarlo? ¿A adecuarlo para que A Coruña aspire a ser una de las sedes del Mundial de 2030? ¿No sería eso prueba de su compromiso con la ciudad y Galicia regalando una Copa del Mundo a los coruñeses? Si quisiera podría tener un campo nuevecito para el Dépor, pero su interés en A Coruña parece limitarse a relanzar el club y venderlo al mejor postor en cuanto le sea posible, algo que no ha podido hacer durante estos años en la división de bronce y con una deuda mitigada pero todavía sonrojante en un activo que, hasta ahora, no ha reportado ningún beneficio económico a Escotet. 

 

A nadie se le escapa que detrás del berrinche de Escotet y sus declaraciones incendiarias hay unos intereses que van más allá de lo meramente deportivo. Su enfrentamiento con el Concello viene de lejos y Riazor solo es la última arma arrojadiza que el venezolano ha utilizado contra la alcaldesa. Pero, cabría preguntarse, ¿tiene necesidad Escotet de prenderle fuego a la ciudad herculina? El último que lo intentó con tanto ahínco fue Francis Drake y salió con el rabo entre las piernas. Ahora, desde María Pita lanzan un aviso a navegantes: "Amiguiños si, pero a vaquiña polo que vale". Una fortuna de 4.000 millones y sigue "pidiendo perras". Menos mal que el gol de Lucas Pérez no tiene precio.

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