Ourensano nacido en Vilagarcía (1978). Coordinador de Galiciapress desde 2018. Licenciado en Periodismo por la USC (2000) , Diploma de Estudios Avanzados en Comercio Electrónico por la UDC (2002) y Máster en Publicación Electrónica por la City University London (2004). Ex-miembro de las directivas del Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia y del Sindicato de Xornalistas de Galicia.
No hay dios, cáncer o tragedia que pueda apagar el calor de esa sonrisa
El público llenó el Teatro Principal de Santiago este sábado para ver la película L'étranger / El Extranjero. No es de extrañar.
La novela de Albert Camus es la obra más popular del existencialismo y, dicen, una de las obras cumbres de la literatura.
El existencialismo es una corriente filosófica identificada con la bohemia. Pocas cosas hay más bohemias que refugiarse de la borrasca compostelana en el Cineuropa.
La refinada película de François Ozon es, en mi humilde opinión, una interpretación errónea de la obra de Sartre. Erra porque presenta al protagonista como una especie de rebelde, de héroe romántico.
Si Meursault fuese un héroe, El Extranjero sería una novela menor, adolescente. Quizás su popularidad provenga, precisamente, de esta interpretación romántica.
Humildemente, creo que es una visión superficial que, sin quererlo, oculta el potencial revolucionario de las ideas de Camus y de otros existencialistas.
Si le ofrecen un ascenso en la metrópolis, Meursault renuncia. Si una hermosa mujer le pide casarse, Meursault accede con desgana. Si su madre muere, Meursault duda si fue ayer u hoy. ¿De qué sirve amar, esforzarse en el trabajo o cuidar a los demás si al final todo depende del azar y nos espera la muerte?
Meursault comprende del absurdo de su existencia y de la nuestra, que no es poco, pero se queda a medio camino. Es incapaz de enfrentarse a ese abismo. No es un héroe, es otra víctima más. Una víctima que no se autoengaña, pero víctima al fin y al cabo.
Un personaje por el que sentir lástima porque, sagaz, no traga con las mentiras impuestas para beneficio de algunos -la religión, el trabajo asalariado, el matrimonio- pero cuya única respuesta a estas imposiciones es pasar de todo. En vez de enfrentarse en la medida de sus posibilidades al sinsentido, malgasta su tiempo a la deriva hasta que, inevitablemente, se hunde ante la primera tempestad.
Camus no escribía tratados filosóficos. Expresó su forma de ver el mundo en ciclos de novelas. Para descubrir su receta contra el absurdo, el autoengaño de la religión o el nihilismo, hay que seguir leyendo.
En La Peste, la siguiente obra de este ciclo de Camus, vemos como diferentes personajes se enfrentan al absurdo de una epidemia que diezma Orán. Aquella caprichosa epidemia, como lo fue nuestra covid, mata a unos y deja indemnes a otros.
Ante la tragedia, ante la azarosa calamidad, algunos se refugian en dios, otros en un idealismo secular, muchos en el trabajo, los hay también que intentan sacar rédito, algunos, los menos, se refugian en las pequeñas tareas y en la resistencia continúa.
Los dioses nos han condenado a empujar una piedra hasta la muerte, pero nada nos impide que, mientras acarreamos el peso, la enfermedad, podamos seguir luchando, rebelándonos, ayudando a los demás e, incluso, ser felices a ratos
Nadie triunfa por completo, porque el absurdo, el azar, la enfermedad, la vejez y la muerte son y serán invencibles. Sin embargo, hay un personaje, el doctor Bernard Rieux, que es capaz de enfrentarse al absurdo sin mentirse a sí mismo y a los demás.
Lucha contra la peste ayudando a otros simplemente porque es lo que debe hacer, sin doblegarse ante entelequieas: nin en un triunfo absoluto, un mundo ideal o un orden divino.
Si hay algo parecido a un héroe, un modelo a seguir, en la obra de Camus, lo cual es muy discutible; ese sería Rieux, nunca Meursault.
Porque los dioses pueden que nos hayan condenado a empujar una piedra cuesta arriba hasta el final de nuestros días, pero nada nos impide que, mientras acarreamos el peso, la enfermedad, el sin sentido; podamos seguir luchando, rebelándonos, ayudando a los demás e, incluso, ser felices a ratos haciéndolo.
Porque, como detalló Camus en El mito de Sísifo, si miramos de cerca, veremos que a veces Sísifo sonríe y no hay dios, cáncer o tragedia que pueda apagar el calor de esa sonrisa, por muy fugaz que sea.
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