​¿Algún motivo para pedir a Feijóo que no se marche de Galicia?

Antonio-Carlos Pereira Menaut

Feijoo avioneta


Juzgar a un político viene a ser como juzgar a un actor: nada sabemos de su interior, de sus intenciones; sólo de su papel público y de sus hechos. En el teatro griego se usaban unas máscaras, separando así claramente a la persona de su papel público. En el caso de Feijóo, el deber de respetarlo en lo personal (como a todo el mundo) resulta fácil de cumplir por la escasa fascinación que ejerce un político de perfil tan gris y que no es realmente popular en ningún sitio. Conozco gente que querría saber más de las ideas políticas de Bakunin, Churchill o Fraga; de Feijóo, no conozco, ni entre los votantes del PP (aparte de la dificultad de encontrarle ideas políticas propias).


Tras las exitosas (pero más bien mediáticas) apariencias, lo que la realidad muestra es un fracasado y “eterno delfín” a quien Madrid nunca acaba de llamar, al menos hasta ahora. También Fraga era en cierto modo un fracasado cuando vino a Galicia, pero se la tomó en serio (desde su perspectiva, claro, pero en serio). En cambio, este Presidente de la Xunta prescindible y de menor cuantía, no siguió ninguna política importante realmente propia, y varias de ellas resultaron negativas para Galicia; algunas, abiertamente negativas. Cierto que el PIB gallego de 2017 es superior al de antes, pero eso se debe más a Inditex y otras empresas que a Feijóo. Las pensiones españolas más bajas de España están en Lugo y Ourense. La pérdida de población joven, provincias atlánticas incluidas, es una verdadera sangría. Respecto de banca, acción exterior de Galicia —una niña mimada de Fraga—, universidades o incendios, el balance de un enterrador no sería muy distinto del de Feijóo. Aquí los funcionarios están peor pagados y con más recortes y menos reposición de plazas que en otras comunidades autónomas. En cuanto a salud, si hace tiempo que no va usted a la farmacia tal vez encuentre alguna medicina más que pagar; los médicos, indirectamente controlados para que no receten medicinas “caras”; los que cumplieron 65 años, jubilados,aunque lo pague la formación de los nuevos médicos.


Retrospectivamente, los indicios apuntan a que Feijóo recayó en Galicia para ejecutar el designio madrileño de “reconducir” (=reducir al máximo) la autonomía, usando para ello el instrumento, bien engrasado y a punto, del PPdeGfraguista. Esa operación no iba a comenzar por Cataluña (nadie imaginaba entonces un 1-X-2017) sino por Galicia y Valencia. Así que asumió el dudosamente honorable encargo de capitidisminuir a su propia tierra. Y al ser Galicia pequeña, eso no era algo abstracto, sino medidas con repercusiones negativas concretas para pequeños labriegos y ganaderos, universidades, sanidad y, al final, hasta para mí y mis hijos, que hemos visto nuestro nivel de vida y expectativas de trabajo disminuidos.


Alguien me responderá que ser desfavorable a la autonomía no es necesariamente ir contra Galicia, y en abstracto se podría argumentarlo (aunque no veocómo), pero en la práctica del estado autonómico español, ni vale la pena discutirlo. Además del ninguneo político, Feijóo abundó en una línea (que él no creó pero asumió) conducente al desmedro y despoblación de una tierra y de unos paisanos que son sus propios votantes. Ejemplo: si no hay una política forestal específica de Galicia, cuando vengan olas de calor y viento, habrá incendios (no esperarían inundaciones, supongo) Luego no es aventurado concluir que la política forestal de Feijóo (y de Madrid) ha resultado muy negativa para Galicia, y el haberla seguido año tras año, y plantando especies pirófitas, más los calores y la negligencia anti-incendios de la Xunta, tuvo que ver con los espantosos fuegos de octubre de 2017, que podrían haber sido evitados o al menos minimizados si desde 2009 los gobiernos deFeijóo hubieran seguido otras políticas forestales.


Para mí, si no me equivoco, Feijóo encaja en el actual PP, amoral, entregado a los poderes fácticos extranjeros y al neocapitalismo depredador, anti-gallego en lo político, lo lingüístico e incluso lo cultural; un PP que ata a Galicia de pies y manos y la pone a los pies de Madrid. En el fondo, la cosa no es muy diferente de cómo Zapatero y Rajoy pusieron España a la disposición de Bruselas-Troika-Merkel, importando poco si la UE decide algo malo para España o, simplemente, si las políticas anti-crisis resultan equivocadas.


Tras ocho años de Feijóo, ¿cómo quedará Galicia? Habrá cosas buenas, y habrá cosas malas que él no produjo, pero también hay muchas cosas negativas. Y hubo asuntos, como la política anti-lengua gallega, en los que Feijóo, de ordinario bastante pasivo y a veces casi prescindible, se mostró abiertamente beligerante. Por lo demás, Galicia post-Feijóo quedará, en general, con menos peso en España y Europa (eso parece haber sido deliberado), menos población activa; en su interior, más jabalíes y menos personas, más tanatorios y menos escuelas rurales, más juventud gallega en Madrid o Londres, más jóvenes estudiando fuera, más desigualdad, más terreno forestal quemado... Previsiblemente, eso es lo que le deberá Galicia. Y, ¿qué le deberá la humanidad? No creo que mucho, salvo haber roto una lanza por esa nueva agresión mercantil a la dignidad de la mujer que son los vientres de alquiler.


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