​Salir, beber, contagiarse, el rollo de ahora

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Ay, juventud, divino tesoro. Para todos menos para los jóvenes. Porque, la verdad sea dicha, estamos -25 primaveras me contemplan, permítanme que me incluya en el sector- bastante puteados. No me malinterpreten, no estamos peor que los demás en esta crisis, pero tampoco estamos como para escuchar aquello de “Pues yo a tu edad…”una y otra vez. Ese sentimiento de tedio, como el que recibe el mismo sermón de forma irremediable por decimoquinta vez al mes por algo que se escapa a su control, es el que sienten muchos muchachos y muchachas estos días, criminalizados y señalados como los culpables de la curva ascendentes de contagios, cuando aquellos que se saltan las normas son una minoría independiente de generaciones. Las palabras de Fernando Simón esta semana tampoco ayudan a calmar los ánimos. “Entiendo que la gente quiera ir de fiesta, pero hay maneras y maneras. Debemos concienciar a la gente de lo que hay que hacer. Hay maneras de pasarlo bien sin poner en riesgo a nadie”. Pero, seamos sinceros, y lejos de mi toda intención de llevarle la contraria al Dr. Simón, ¿acaso tenemos alguna otra alternativa?


Lo cierto es que a nadie puede extrañar que muchos chicos y chicas de entre 16 y 35 años relacionen “beber” con la palabra “diversión”. Somos una generación a la que se nos ha privado del ocio colectivo más allá de tomarnos una copa con los amigos en una terraza. Por poner un ejemplo que cada vez me pesa más: no podemos ir al cine porque, primero, es muy caro, y segundo, porque no es accesible para todos. Accesible en el sentido estricto de la palabra, porque tal vez el cine más cercano de muchos jóvenes sea el que está en la capital, a unos 20 o 30 km de casa en el mejor caso, y a las horas de las proyecciones ya no hay autobuses -que también cuestan su dinero-. Y digo autobuses porque también somos la generación que no puede permitirse un coche propio. Es más: muchos no pueden ni permitirse el carnet.


Y como el cine podría decir ir al estadio, o al teatro, o a conciertos, o pasar un fin de semana fuera…lo máximo a lo que aspiramos en muchos casos cuando echamos una ojeada a la cartera es a poder estirar esos diez eurillos arrugados lo que queda de semana para poder tomarnos un par de cervezas el sábado con los amigos, mientras lamentamos que, otro mes más, no nos ha tocado el Euromillones.


Tenemos trabajos precarios, con un sueldo precario que destinamos en su totalidad a pagar pisos precarios o estudios que, con suerte, nos darán acceso al trabajo precario de nuestros sueños. Esa es nuestra perspectiva vital en muchos casos porque la realidad no nos permite ponernos cotas más altas, ya que hemos vivido siempre a caballo entre crisis económicas que nos han cercenado las alas que se nos presupone por nuestro recorrido vital.


Evidentemente cometemos errores. Y a más de uno le vendría bien un severo rapapolvo para concienciarnos de una vez por todas que esto no es un juego, que la enfermedad no es una broma, y que el hecho de ser joven o asintomático no te exime de ser transmisor y una potencial bomba de relojería que podría estallar en cualquier momento y llevarse por delante a un puñado de tus seres queridos, aquellos más vulnerables con la enfermedad.


Sin embargo, insisto, las imágenes de macrobotellones y fiestas en piscinas de clubes de Marbella representan a una minoría. A una acomodada minoría, si se me permite, porque no muchos pueden ir al último concierto de Taburete o pagar la entrada de una fiesta de ese calibre con la que está cayendo en la mayoría de hogares, a los que por no llegar no llega ni el Ingreso Mínimo Vital. La mayoría tratamos de aguantar estoicamente el temporal, intentamos pasar el verano como buenamente podemos y, si hay suerte, sin preocuparnos de si en dos semanas empiezan o no las clases de las que depende nuestro futuro, lugares que, o mucho cambian las cosas, o sí podrían ser el gran foco de contagio entre los jóvenes españoles. Y si llegado el momento eso ocurre, espero que no sean los estudiantes el blanco de todas las iras. Porque anda que no habrá gente en la Plaza de Colón sobre la que poner la lupa. Mientras tanto, faltos de alternativas y reescribiendo al inmortal Robe Iniesta, los zagales seguirán pensando en salir, beber, contagiarse, el rollo de ahora. 


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