La soledad

José Luis Fernández Carnicero



Nacido en Ourense en 1967. Estudou Maxisterio por Ciencias,especialista en Música. Licenciado en Ciencias Matemáticas especialidade de Estadística e Investigación Operativa na UNED.Postgrado de Experto Universitario en Modelización de Riscos en Entidades Financieiras.


Escrebo en varios diarios de Galiza, nalgúns co pseudónimo de José Luis Fernández Carnicero.

Mestre de Educación Musical no C.E.I.P. Calvo Sotelo (Carballiño).

Membro da Sociedade cultural: O Liceo de Ourense.

Membro do Consello Escolar de Galiza e do Consello Escolar Municipal de Ourense.



El tema que hoy nos ocupa es tan viejo como la vida. La misma que nos lleva a vivir o sobrevivir en sociedad.Lo que pasa es que pocos quieren hablar de la soledad cuando es un mal común a todos. Tratamos de taparla con paradoxas y ejemplos, y no interesa profundizar en las causas de su existencia. A veces se usa como arma de venganza y en otras ocasiones llega por intereses personales espurios. También puede ser resultado de una percepción individual; así decía Ana Frank al afirmar que : "Una persona puede sentirse sola, aún cuando mucha gente la quiera”, ya que se no hay presencia física el sentimiento de soledad brota sin mucho esfuerzo. En los proverbios topamos un verso que habla de que es mejor tener al vecino cerca de nosotros que al hermano lejos, porque ante cualquier necesidad, los lazos de sangre no valen gran cosa.


La soledad tiene asociadas varias características en las que me los había debido por atención. En estas fechas navideñas hay que juntar la familia aunque no exista buena sintonía durante el resto del año, pero mostrar la soledad a los que nos miran, puede ser más molesto que aguantar al cuñado de turno. La soledad es compañera de la tristeza, cuando existe impedimento para acompañar a lo que queremos de corazón. No puedo imaginar el dolor de no poder despedir al ser amado que falleció solo, por la pandemia que nos asedia. Y no quiero olvidar a todos aquellos que siguen rodeados de soledad, en las residencias de mayores, al no poder recibir visitas de los suyos. Mario Benedetti decía que la mayoría de las veces no lloramos por la razón que lloramos, sino por las veces que no lloramos el que teníamos que llorar. Pienso que cuando nos cargamos en exceso de soledad, hay momentos que explotamos como cohetes en las fiestas, y después de pasar un tiempo, aprendemos a canalizar los sentimientos y las actividades sociales. Algunos quieren ocultarse en el trabajo, otros buscan retornar las antiguas colecciones, que por falta de tiempo habían dejado de lado. Con todo, la mayoría va superando la fobia al rechazo social, y buscan refugio en algún grupo cultural, ecologista o religioso. Al acercarse a estos colectivos es habitual ver como brotan las envidias, la lucha por los cargos y las ansias de poder. Luego aparece de nuevo la soledad individual al no ser querido por la comunidad y comienza de nuevo la búsqueda quimérica de un estado en el que la soledad esté prohibida, o no tenga razón de ser.


Recuerdo muchos personajes que estuvieron solos durante muchos años, sufriendo injusticias, luchando por los derechos de los demás y ofreciendo sus vidas por un objetivo digno de alabanza. No citaré ningún nombre. Mas tengo pena de no conocer a tantas mujeres anónimas que levantaron países como el nuestro, con su trabajo diario, con una buena administración dentro de lo poco que tenían y con la valentía de sacar adelante a sus hijos en un mundo de hombres, que no siempre valoró su hacer. La soledad de esas mujeres cayó sobre sus propios hombros, sin quejas, sin salario y sin lágrimas. Hoy siguen sin nombre, pero sabemos que en la soledad de las aldeas, en el silencio de los montes y en el fuego de los lares conservaron nuestra lengua perseguida y aislada por los invasores (que hasta cortaron los olivos). Nunca es tarde para recordarnos de ellas. Rosalía también lo hizo en su hermoso poema: La soledad: “Tecín soia a miña tea/ sembrei soia o meu nabal,/soia vou por leña ó monte,/soia a vexo arder no lar”. Solo me quedan palabras de agradecimiento, por tanto, por salvar nuestra lengua gallega, que siendo “materna” llegó, como diría Alonso Montero, a ser también “ aterna”. Y a los que siguen sufriendo la condena de la soledad, de cualquier especie, deben saber que no son los únicos, y sólo luchando juntos,en unidad, se aleja para siempre jamás la soledad.

Muller galega en Donón una fotografía de Iain Colquhoun en su libro Galicia Rural




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