Seguramente que ni en sus peores pesadillas el señor Núñez Feijóo soñó con que su tránsito por el escenario político español iba a ser como realmente está siendo. Pero esto es lo que puede suceder cuándo se hacen malas lecturas políticas, que la realidad resulta muy diferente a las expectativas levantadas.
Malas lecturas políticas que en este caso empezaron con la creencia de que las sucesivas mayorías absolutas alcanzadas por el PPdeG en las cuatro últimas elecciones autonómicas fueron gracias a la talla como político y estadista de su candidato, el señor Núñez Feijóo. Gran error porque las evidencias históricas vienen confirmando, desde hace ya décadas, que el PPdeG es un partido con un gran arraigo social en Galicia tal que puede garantizar, sea cuál sea su candidato, recurrentes mayorías electorales.
Unas mayorías electorales que, además del acceso a Presidencia de la Xunta, le permitió al PPdeG aprobar unos reglamentos parlamentarios “ad hoc” con los que mantiene un control absoluto del funcionamiento de la cámara legislativa gallega. Un control que se extiende a los medios públicos (CRTVG) y la una mayoría de los medios personales que no podrían subsistir sin las subvenciones públicas. Controles que todos estos años se pusieron al servicio del lucimiento personal del señor Feijóo a quien presentaron como un gran político y estadista. Algo que, de ninguna manera, respondía la realidad como ahora se puede ver.
Esta imagen tergiversada del político gallego, favorecida por la crisis interna que atravesaba el Partido Popular (PP) con la dimisión del señor Casado, le permitió a aquel aterrizar en la política española cual si había sido un nuevo Cid Campeador capaz de derrotar al “sanchismo” y de dar fin a un “gobierno ilegítimo”. En su defensa hay que subrayar que a esa creencia contribuyeron decisivamente tanto un sector del Partido Popular (PP) como numerosos medios de comunicación y opinión privados que fabricaron incontable encuestas “ad hoc” en las que se le garantizaba al Partido Popular, encabezado por el señor Núñez Feijóo, una victoria rotunda tanto en las inmediatas elecciones autonómicas y locales como en las futuras generales.
Unos pronósticos que, como luego se demostró, ignoraron varios factores que serían decisivos. En primer lugar que la presencia institucional del nuevo líder de la oposición quedaba constringida al Senado, una cámara con mucha menor resonancia que el Congreso de Diputados. Por si este no había sido ya un atranco muy importante hubo que sumarle la evidencia de que el señor Núñez Feijóo es un orador y tribuno de una enorme pobreza política, intelectual y dialéctica. Déficit que se hizo muy evidente al no contar ahora con unos medios públicos a su servicio ni unos personales donde las voces críticas habían sido minoritarias: a pesar de las dificultades resulta indiscutible que hay una mayor libertad de información y opinión a nivel de estado que a nivel gallego. Finalmente que, a pesar de los tremendos ataques recibidos desde diferentes frentes (medios de comunicación y opinión, magistrados, aparatos del estado....) y de no pocos errores, el gobierno de turno (PSOE/UP), gracias sus políticas progresistas, sigue disfrutando de un amplio apoyo popular. Una evidencia que el señor Núñez Feijóo, imbuido de una enorme soberbia alimentada por su tropa, no fue capaz de evaluar en su justa medida.
Soberbia que se vio alimentada por los magníficos resultados que su partido obtendría en las elecciones autonómicas y locales (28 de mayo). Unos resultados trampa, porque si bien el Partido Popular (PP) tuvo un gran incremento electoral, este no fue suficiente para evitar tener que acudir las alianzas para conseguir poder. Obsesionados por “derrotar al sanchismo” los dirigentes de ese partido optaron por aliarse con la extrema derecha (VOX), una estrategia que si bien le sirvió para incrementar espectacularmente su poder autonómico y municipal, también supuso que el Partido Popular (PP), con el señor Nuñez Feijóo como líder, había aparecido delante de la opinión pública como un partido de derecha extrema, franquista.
Una imagen que movilizó al electorado progresista cara las elecciones generales celebradas a continuación (23 de julio) en las que a pesar de la brutal ofensiva mediática y judicial las derechas extremas (PP, VOX) aun sumando más votos que los partidos del gobierno anterior (PSOE/UP) no pudieron conseguir la anunciada mayoría absoluta. Unos resultados que, en contra de las expectativas previas, marcaron el inicio del viacrucis del señor Núñez Feijóo quien no había parecido haber contado con el escenario político que se abrió a continuación.
Precisado de procurar aliados para poder acceder la Presidencia del Gobierno se encuentra con que sus alianzas con la extrema derecha (VOX) le cierran las puertas las necesarias alianzas con, por caso, las derechas periféricas (PNV, Junts...) consiguiendo solo contar con un apoyo insuficiente (VOX, UPN, CC). Paralelamente su innata querencia por las trolas y los embustes refleja la imagen de un político inconsistente y poco fiable (capaz en una semana de pasar de tener como objetivo derogar el sanchismo a proponer una alianza estrambótica con él incluso) que provoca un creciente rechace entre los políticos demócratas. Escenario en el que el candidato (nombrado segundo “a costumbre”) se enfrenta ahora “a una elección prácticamente imposible, salvo maniobras delictivas o atentados contra la democracia” (J. La. MARTIN PALLIN).
En este marco, lo que las derechas extremas esperaban había sido un paseo triunfal del señor Núñez Feijóo al Palacio de la Moncloa, muy probablemente sea un largo viacrucis que marque el principio del fin de la trayectoria política del señor de Os Peares.
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