Comprar queso, ese lujo

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Salgo de casa con la lista de la compra bien apuntada en el teléfono, para no cometer el error de comprar lo primero que vea y dejarme un riñón innecesariamente. "Cíñete a la lista", me repito, mientras me abrocho el cinturón para poner rumbo al supermercado de turno. El verano ha sido largo y la despensa del apartamento está canina: unas latas de atún, unos macarrones, un par de paquetitos de galletas...¿cuándo he comprado salsa de soja? La nevera, desenchufada de julio a septiembre, no ofrece un panorama mejor. Hay que llenar la alacena para el invierno, pero, ¿con qué? Solo lo imprescindible.

 

 

Aparco y voy directo a por un carrito. Descubro que tengo que tengo que pagar por el carro. Vale que es solo enchufar una moneda y que luego te la quedas, pero el gesto en sí ya es un fastidio. Entro de mala gana y un paseo por la zona de productos frescos me deja helado. ¡Qué precios! Vale que antes no me podía permitir el caviar, pero es que ahora ni las gambas a la gabardina -que deben de ir forradas de pluma de oca, porque sino no me explico-. Bueno, pues esta semana habrá que prescindir del pescado y de la carne.

 

Pues me haré una tortilla. El precio de la docena de huevos me hace replantearme la decisión. Mejor media docena. Talla M. Me voy a dar un capricho y voy a acompañar la tortilla con un poco de pan, que no estaba en la lista pero, ¡un día es un día! Eso sí, la tortilla la tendré que freír con sangre de unicornio, porque seguro que me sale más barato que con aceite de oliva. ¿Están los olivos en peligro de extinción y yo no lo sabía? ¡50 euros una garrafa! Los de Carbonell deben estar usando palancas para fichar a Mbappe o algo.

 

El pasillo de las chuminadas lo recorro sin apartar la vista del carro, no vaya a ser que una bolsa de patatas fritas me seduzca como la última vez. Una tableta de chocolate sin marca y listo. Este es el dulce final del recorrido.

 

Ya solo queda comprar la leche y los cereales. Reviso las marcas de leche e intento comprar una de la zona, pero es imposible. No me alcanza. Acabo comprando leche de un poco más lejos, pero más barata. Con los cereales no negocio: hay un 3x2. Resultado: 6. Pues seis cajas de cereales chocolateados, que no se diga.

 

¡La charcutería! Casi se me olvida, y eso que era a lo único que venía. Queso. Queso, quesito, queso. Una bolita de queeeeeprecio es este?! ¿También el queso está en peligro de extinción? ¿Cuándo se ha convertido en un lujo? ¿En qué momento ha tomado el mundo esta deriva? ¿Por qué llevo 5 minutos aquí de pie con el queso en la mano sin saber si me compro o no el puto queso?

 

Llego a la caja, no sé muy bien ni como. Descargo el carro. La cajera me pregunta que si quiero bolsa, pero yo vengo pertrechado de casa, por ahí sí que no me pillan. Empieza a pasar todo por el lector y el chisme casi revienta cuando pasa el código de barras del queso -al final me compré el queso-. La cifra que me devuelve la pantalla me obliga a decir: "Con tarjeta". Ni de coña llevo encima suficiente efectivo, y eso que he comprado cuatro cosas.

 

De vuelta a casa en coche hago cuentas mentalmente. Efectivamente, estoy viviendo por encima de mis posibilidades. Esto de comer tres veces al día hay que replantearlo seriamente. Entre la cesta de la compra, el alquiler, la luz, el internet, la gasolina, la ITV, un café furtivo y una excentricidad como, yo qué sé, ir al cine, la cuenta corriente me pide papas. Papas que, por cierto, no he comprado. La tortilla tendrá que ser francesa. Y eso que estaban apuntadas. Al final no me ceñí a la lista. 

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