El fin de semana pasado, exactamente el domingo 1 de diciembre, la atención política y mediática gallega tuvo uno de sus focos en la XVIII Asamblea del BNG y en su líder Ana Pontón, lo que no deja de ser una cierta victoria política de ambas. Una Asamblea que se cerró confirmando, con el 84% de los votos, a Ana Pontón como portavoz nacional y fijando como objetivo estratégico central conquistar la Presidencia de la Xunta en las próximas elecciones autonómicas, previstas inicialmente para 2028, conquista con la que se daría fin a uno largo éxodo de las izquierdas gallegas.
Como pasos a dar para lograrlo: “más organización, más trabajo social y también más poder municipal", esto último con la vista puesta en las elecciones de 2027. Objetivo estratégico que se considera justificado por que “no hay nada más revolucionario que llegar al Gobierno para mejorar la vida de los gallegos y gallegas”. Una mejora que Pontón centra "en la salvaguarda de los servicios públicos”, dar "futuro a la gente joven", "construir un país feminista", "poner fin a la emergencia lingüística" y lograr "el estatus político de nación" para que "las decisiones relevantes estén en las manos de la ciudadanía gallega".
Si se piensa en cómo estaba el BNG (6 diputados) cuando Ana Pontón fue nombrada por primera vez portavoz nacional (2016) tiene razones para ser optimista. Si se piensa en la realidad de hoy y a dónde se quiere llegar, las cosas cambian un poco sin que se pueda negar lo anterior. Una realidad de partida marcada por un Grupo parlamentario con 25 diputados (para una mayoría parlamentaria de 38), un poder municipal constituido por 590 concejales y 36 alcaldías (para 313 en toda Galicia) y un apoyo sindical que por el momento monopoliza la CIG (que cuenta con el 31% de los delegados sindicales que son bastantes menos que la suma de UGT y CCOO). Una realidad que, además y mirando al futuro, apunta a que con total seguridad para conquistar la Presidencia de la Xunta en las elecciones autonómicas próximas será necesario contar con los diputados de las otras izquierdas, cuando menos del PSdeG-PSOE.
Un escenario múltiple que refleja tanto la fortaleza del BNG como las debilidades pues resulta evidente que su influencia en la sociedad gallega es muy, muy dispar. En relación la estas últimas (debilidades) lo poder municipal es muy endeble lo que no deja de ser un dato a tener muy en cuenta: un partido que se define como nacionalista y que afirma ser el único con un proyecto soberanista en realidad resulta ser un partido con una débil implantación a nivel local sin que valga la disculpa del “caciquismo” si tenemos en cuenta que, por caso, su rival en las izquierdas (PSdeG) tiene una mucho mayor implantación (96 alcaldías y 1.010 concejales).
El BNG debería revisar a fondo la estrategia municipal seguida durante todos estos años sí quiere realmente lograr “una implantación territorial más masiva” que sirva para llegar al gobierno de Galicia y llevar a cabo grandes cambios que, para ser de fondo, deben comenzar por los ayuntamientos.
No menor relevancia tiene la relación del BNG con las clases trabajadoras gallegas. La apuesta sindical por una única organización (CIG) lleva a que su relación con el conjunto de las clases trabajadoras gallegas no sea lo mayoritaria que debería ser si se quiere gobernar con el apoyo de las mismas, incluso resta fuerza al objetivo estratégico de llegar al Gobierno. Este debate imprescindible y la decisión que se tome marcará el futuro del BNG y también del liderazgo de Ana Pontón. La organización no debería haber entrado en esta pelea y abrirse a todo el movimiento sindical gallego sin por ello dejar de tener con las organizaciones que lo forman un nivel de “afinidad” distinto.
En relación a la estrategia seguramente sea oportuno recordar varias cosas. La primera. que ostentar el gobierno no significa tener el poder como la historia ha demostrado suficientemente. Lo segundo que no estamos en épocas de revoluciones sino de reformas, de grandes reformas que beneficien a las clases populares, acaben con las desigualdades y supongan avances democráticos en asuntos clave como soberanía y lengua, medio ambiente, empleo y bienestar e igualdad. La tercera que Galicia forma parte de España y de Europa, como periferia y no como “colonia”, y en esos marcos son en los que hay que incluir la estrategia, las reformas y las alianzas que permitan, por caso, una mayor presencia política en ambos espacios. Estrategia en la que, sin duda, el “modelo de concierto” no es la mejor opción fiscal soberanista (Galicia ni es el País Vasco ni tampoco Catalunya, basta con ver el respectivo PIB/per cápita).
Pero es tiempo de que las izquierdas gallegas dejen atrás su largo éxodo.
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