Ourensano nacido en Vilagarcía (1978). Coordinador de Galiciapress desde 2018. Licenciado en Periodismo por la USC (2000) , Diploma de Estudios Avanzados en Comercio Electrónico por la UDC (2002) y Máster en Publicación Electrónica por la City University London (2004). Ex-miembro de las directivas del Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia y del Sindicato de Xornalistas de Galicia.
Autodenominadas “patrullas ciudadanas” andan controlando las calles de Ourense por las noches ante el aumento de la criminalidad. Las vigilancias han sido promocionadas por el líder del Frente Obrero, organización ultranacionalista española que se define como “patriótica” y que es crítica con la inmigración.
Las patrullas se organizan por redes sociales en grupos donde se demanda “salir de caza, pero cortando alguna cabeza moruna” y se pide “quemar yonkis” .
El yonki más temido de Ourense a principios de los 90 era el Dani, un ser humano hermoso. Murió como lo conocí de niño, rubio, de ojos azules, guapo y esbelto, sin un ápice de grasa, como buen heroinómano.
Murió o dicen que murió, porque la verdad que cada vez que regresaba a Auria en los noventa alguien me comentaba: “- Sabes el Dani, la ha palmado de sobredosis” o, la otra variante, “- Dicen que el Dani ha muerto de sida”.
La cuestión es que El Dani se empeñaba en resucitar. A la noche siguiente, la misma persona me comentaba “- A fulano le dio el otro día el palo el Pequeno y el Dani”. Se creó así una suerte de mito, el Dani, moría y atracaba; moría y atracaba.
Al final comprendí que en realidad aquellas muertes eran en realidad períodos en la cárcel. La última vez que alguien me habló de El Dani fue un ex-policía a principios de los años diez.
Me dijo que lo había escoltado de los juzgados a la cárcel de Pereiro y se había apiadado de él, le había dado 200 pesetas para que tuviera algo de dinero en prisión. Él, como yo, lo recordaba de niño, de cuando nos colábamos en las obras de aquella periferia sin asfaltar en esos años de tardío desarrollismo cutre, cuando se completó el barrio de As Lagoas.
A mi clase en Lagunas III envió la Inspección Educativa al Dani cuando lo expulsaron de Lagunas I o II. En Lagunas III convivíamos críos de las clases trabajadoras de la periferia -muchos recién llegados a la ciudad desde las aldeas- con chavales de clases más acomodadas de las familias del centro. Los colegios de Lagunas I y II, en las Lagunas de abajo, ya eran otro cantar.
El Dani duró en Lagunas III una mañana. Ni recuerdo qué tontería hizo. Sé que no le dieron ni una oportunidad, a la mínima, fuera. Eso sucedió en una clase donde otros chavales de once años se mansturbaban en el aula, le metían mano a las niñas o apalizaban a los compañeros ante la pasividad de los profesores muy diligentes, eso sí, en librarse de aquel despojo que les intentaban endosar desde Las Lagunas de abajo.
¿Hubiese tenido más fortuna en la vida El Dani si hubiese caído en Lagunas III? ¿No estaré pecando de buenismo woke porque mi vecino de enfrente me despachaba con un saludo en vez de abordarme mariposa o jeringuilla en mano?
Puede ser. De lo que no dudo es que el Dani era racialmente muy gallego, lo que para algunos equivale a ser muy español. Si Pondal fuese ilustrador gráfico, lo hubiese elegido para un poster.
Desconozco también si los adictos que están cometiendo pequeños delitos en A Ponte y O Vinteún son gallego-españoles, portugueses o inmigrantes. Sospecho que en su mayoría son oriundos -quien demonios elige ir a pincharse a esa ciudad si puede evitarlo-, pero en el fondo me parece un factor irrelevante.
Son personas, enfermos que se refugian en A Ponte y O Vinteún porque son barrios próximos a Covadonga, tradicional meca de la heroína en Ourense, donde no hay ni parques para refugiarse ni comercios donde robar.
Coincido con Roberto González (secretario general del Sindicato Unificado de Policía en Galicia) en que, más allá de que falten policías, se trata de un problema que precisa de una respuesta más asistencial que policial.
La mayoría de los adictos ganan su dosis mendigando. Algunos hurtan lo que pueden. Otros, más apurados, se ganan la dosis a las bravas, como hacía El Dani. Lo común en los yonkis es la pobreza y la enfermedad, no la raza.
El aumento de la delincuencia se combate con más medios, policiales para proteger a los ciudadanos, educacionales para intentar proteger a los chavales de familias de clase baja y sociales para intentar curar a los adictos.
Que los vecinos se tengan que organizar en patrullas -a las que se han sumado activistas venidos de fuera- demuestra que los recursos en este país haberlos haylos, pero no están donde deben.
Por cierto, al día siguiente de que saltó la noticia de los vigilantes la Policía Nacional subió a Covadonga y detuvo a una docena de presuntos traficantes. Todos los sospechos son, como era El Dani, muy del país.
Eso sí, intuyo que pese a ser ourensanos-gallegos-españoles, estas personas de etnia gitana y vietnamita tendrían dificultades para entrar a militar en esos grupos "revolucionarios" que han desembarcado en la ciudad. Rojipardos, les llaman.
Escribe tu comentario