La revolución es Vox

Manuel Vilas López

Ourensano nacido en Vilagarcía (1978). Coordinador de Galiciapress desde 2018. Licenciado en Periodismo por la USC (2000) , Diploma de Estudios Avanzados en Comercio Electrónico por la UDC (2002) y Máster en Publicación Electrónica por la City University London (2004). Ex-miembro de las directivas del Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia y del Sindicato de Xornalistas de Galicia.

Si la democracia española fuese un automóvil, sería un SEAT 124. La gallega, un Renault 5.  

 

Santiago Abascal caricaturizado como el Che Guevara en una imagen creada por inteligencia artificial
Santiago Abascal caricaturizado como el Che Guevara en una imagen creada por inteligencia artificial


 

La tormenta que llega, The Coming Storm, son dos series de podcasts de la BBC sobre el caldo de cultivo social de las conspiraciones, uno de los ingredientes que explican el éxito de Donald Trump.
 

No se trata de la habitual caricatura sobre lo incultos y freaks que son los americanos. The Coming Storm no busca tranquilizar nuestras bienpensantes conciencias europeas. Su principal mérito reside en la empatía. Gracias a ella, empezamos a comprender cómo es realmente el universo MAGA. Los trumpistas no fingen creer que les robaron las elecciones de 2020, realmente creen que se las robaron.
 

Ojo, no todos piensan que la tierra es plana. No son estúpidos. La mayoría son gente normal enfurecida porque su calidad de vida se desploma. No queda ni rastro del sueño americano. Temerosos, buscan culpables y un héroe que los salve.
 

Los malos los encuentran en las conspiraciones: las élites liberales globalistas que favorecen la inmigración masiva, los medios de comunicación que escriben a su dictado y los políticos corruptos aupados por estos medios. El héroe, el único capaz de devolverles el pasado glorioso que le arrebataron es un hombre blanco salvado por Dios, Donald Trump. 
 

Las conspiraciones son alucinaciones pero siempre parten de una base real. Por ejemplo, los medios no somos marionetas del poder, pero hemos fallado a la hora de desmontar mentiras trascendentales en la historia reciente. Por poner dos ejemplos impulsados desde la Casa Blanca, la buena salud mental de Biden y las armas de destrucción de Irak. 
 

No es de extrañar que semanas antes de la segunda victoria de Trump el porcentaje que creía que el sistema funcionaba bien, o que solo necesitaba algún pequeño ajuste, no llegase al 40%. ¿A quién va a votar el otro 60%? ¿A la número dos de un presidente cuya incapacidad mental el Gobierno ocultó y los medios obviamos durante años? 
 

La derecha tradicional, el centro y la izquierda se han quedado arrinconados contra las cuerdas,  enrocados en la defensa a ultranza de unos valores que mucha de la población cree son espejismos. Mentiras como la libertad de prensa que, además, les perjudican.
 

La ultraderecha, mientras tanto, les ha adelantado por la izquierda y dando las luces, sin cortarse un pelo. Por ejemplo, The Coming Storm relata como uno de los financiadores de Trump, el magnate Peter Thiel, declara abiertamente que su objetivo es menoscabar la democracia. 

 

¿Los motivos? Uno económico, Thiel, Elon Musk y afines defienden que las revoluciones tecnológicas sólo pueden exprimirse al máximo -llenando sus bolsillos pero también impulsando el progreso de la civilización- sin un gobierno que las regule.

 

El otro motivo es político y difícilmente refutable. Ninguna sociedad puede aspirar a funcionar bien con un sistema de gobierno diseñado hace varios siglos. Si la democracia de EE.UU. fuese un coche, sería un carruaje de caballos, argumenta Thiel.
 

Si la democracia española fuese un automóvil, sería un SEAT 124. La gallega, un Renault 5.  


Poco consuelo es que ambos modelos sean mejores que un carruaje 1776 y que, además, el descontento a este lado del Atlántico no se haya extendido tanto como en Estados Unidos. Con todo, es evidente que aquí también cada vez hay más gente demandando un cambio radical. 

 

Ha sido la ultraderecha populista quien ha capitalizado este descontento y ha proporcionado respuestas concretas visibles. Por ejemplo, las deportaciones masivas de Trump y Meloni, que Vox quiere imitar en España. 
 

Son medidas que a muchos nos resultan inaplicables, racistas, hipócritas, inhumanas y  fascistas. Lo que quieran. Pueden serlo pero, despertemos, a gran parte de la ciudadanía les da igual porque les aportan lo que más necesitan, esperanza.
 

Tras la crisis fabricada en Torre Pacheco, Vox reclamó deportaciones masivas. La principal referente de la izquierda española, Yolanda Díaz, propuso regulaciones masivas.¿Cúal de los dos va atraer más apoyo entre unas clases trabajadoras convencidas -no sin parte de razón- de que la devaluación de su trabajo es producto de una inmigración masiva a menudo ilegal? 

 

Si la situación económica a pie de calle sigue empeorando y la izquierda incapaz de formular una alternativa realista que beneficie a las clases trabajadoras, el neofascismo llegará al poder en España, como ya ha llegado en Estados Unidos, Hungría o Italia. 
 

España ha zafado hasta ahora, en parte gracias al carisma de Pedro Sánchez. Con todo, como le recordó Gabriel Rufián en el último pleno al ‘perro’, llegará el momento en el que la figura del presidente deje de ser el principal dique contra el avance del fascismo para convertirse, por desgaste, en otro de sus motores. 

 

El desierto en la izquierda española es de tal calado, la falta de ideas y de líderes es tal, que ni si quiera Rufián se atreve a decir en alto que ese momento ya ha llegado.
 

Ahora mismo, para muchos de nuestros vecinos el neofascismo es la única revolución posible. No nos queda mucho tiempo para proponer una alternativa, van por el 19% en intención de voto y subiendo. 

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