Que ardan Santiago de Compostela y Madrid

A lo mejor lo que tiene que arder no es el rural de Ourense y Lugo, sino donde viven o veranean los que mandan, por ejemplo Ourense ciudad, Baiona, Sanxenxo, Compostela o Madrid. 
 

Esta tarde empezó a llover en Galicia. Dejará de arder pronto pero yo tengo miedo de volver a la aldea. “Ardió todo menos O Alén”, me advirtieron.

O Alén es uno de esos topónimos identifican mucho más con un lugar. 

O Alén, o Porto, as Pallas, o Oveledo, a Fraga, o Bidueiro, a Periquella, Astorgás, a Cidá, a Cota, o Forte, o Facho,  Aciñeira  y docenas más son parte de un mapa infinito de colinas, fincas, montes, huertas y labradíos en los que descubrimos el mundo. Este verano ardieron casi todos.

El daño económico es ínfimo. Eres afortunado si hallas quien trabaje alguno de los mejores terrenos cerca de la aldea. A cambio recibes nada. Debes agradecer -y agradeces- a quien evita que los tojos violen la tierra fértil.

Fue esa corona menguante de terreno arado lo que evitó que el fuego pasase por el medio de A Madanela. A otras aldeas de la Raia Seca, O Bolo o Valdeorras les fue peor.

En nuestra comarca, el fuego de 2020 cruzó por el medio de San Cristovo. El fuego 2025 arrasó varias casas en A Caridade, dejando imágenes propias de una guerra.

¿Somos, por lo tanto, un pueblo condenado a sufrir una catástrofe ambiental cada lustro? ¿Es eso de lo que se trata?  ¿Debemos aceptar nuestro fracaso, nuestro exterminio moral?

¿Que pasará en 2030? Nuestro presidente Alfonso Rueda ya nos advirtió que "este modelo de fuegos llegó para quedar".

¿Somos, por lo tanto, un pueblo condenado a sufrir una catástrofe ambiental cada lustro? ¿Debemos aceptar nuestro fracaso, nuestro exterminio moral?

Eso es lo que está en juego. Las fincas puede que no valgan un duro, pero importan, o deberían importarnos.

Nuestros padres las compraron con los magros réditos de una emigración que enriqueció a Suiza, Alemania, Cataluña o el País Vasco. En la generación anterior, con los jornales de semi-esclavitud que traían nuestros abuelos en la siega en Castilla. Ver arder esa tierra es ver arder el trabajo de siglos. 

El daño económico es limitado, la herida moral es devastadora, las consecuencias inmensas. ¿Quien va a invertir en una tierra que sabe condenada?

Esta tarde empezó a llover. Termina así, crucemos los dedos, la ola de fuegos del verano de 2025.  Los últimos se llevaron sueños de nuevas vidas en el Camino de Invierno, en Valdeorras, allá por Quiroga.

Mañana los militares marcharán. Marcharán también los equipos de televisión. Como cantaba Uncle Tupelo en New Madrid, los periodistas recogerán sus equipos y las unidades móviles; volverán a la capital a la búsqueda del próximo desastre.

Nosotros nos quedaremos aquí, preguntándonos que hicimos mal; si somos parte de un pueblo ignorante y maldito, lastrado por su autodio, o simplemente otras víctimas más de un capitalismo que , como una alcantarilla, vacía el campo para enriquecer a las élites urbanas.

Preguntándonos si esta vez ardieron nuestras aldeas  lo suficiente, o si aún tienen que arder más para que algo cambie. 

Vistos los precedentes, a lo mejor lo que tiene que arder no es el rural de Ourense y Lugo, sino donde viven o veranean los que mandan, por ejemplo Ourense ciudad, Baiona, Sanxenxo, Compostela o Madrid.