Coordinador Provincial UCIN Galicia (Unión de Ciudadanos Independientes)
Siempre se supo que cuando los de arriba se enzarzan en peleas de poder, los de abajo acabamos pagando la factura. Da igual que lo llamen geopolítica, mercados globales o avances tecnológicos: al final todo termina en el mismo sitio, en casa, en el bolsillo y en la mesa. Ya lo advirtieron algunos filósofos hace décadas: cuando la tecnología avanza más rápido que el juicio, deja de ser progreso y se convierte en un problema. Y visto lo visto, no iban desencaminados.
Ahora lo llaman Nueva Guerra Fría. Antes eran bloques y misiles; hoy son sanciones, aranceles, control de la tecnología y mucho despacho cerrado. Las grandes potencias mueven ficha y compiten por mandar más, mientras el ciudadano solo nota que la compra cuesta más, que la luz no baja y que cada mes hay que hacer malabares para llegar a fin de mes. Aquí no caen bombas, pero caen facturas, y esas nunca fallan.
Siempre hubo desconfianza hacia los discursos grandilocuentes. Se valoran más los hechos que las palabras. Y el hecho es que decisiones tomadas muy lejos, por gente que no sabe lo que cuesta llenar una nevera o mantener un hogar, acaban marcando nuestra vida diaria. Las empresas cambian fábricas, los mercados se ponen nerviosos y, como casi siempre, toca apretarse el cinturón.
Hay mucho movimiento que no sale en los titulares. Dinero que va y viene, intereses cruzados, pactos que no se explican y decisiones que nadie consulta. Todo eso va creando un mundo más inestable, donde la seguridad ya no es la norma, sino la excepción. Y cuando hay incertidumbre, quien peor lo pasa es quien vive de su trabajo, no quien juega con cifras en una pantalla.
Muchos recuerdan épocas pasadas en las que la energía se disparó y la inflación hizo estragos. La diferencia ahora es que todo está conectado. Lo que ocurre a miles de kilómetros se nota al instante en un pequeño negocio, en una familia o en cualquier hogar. El mundo va más rápido, pero los salarios no.
Este desorden mundial no llegó por casualidad. Es el resultado de decisiones tomadas sin pensar en la gente común, de partidas de poder donde el ciudadano no mueve ficha, pero paga todas las jugadas. Entender lo que pasa no es cuestión de ideología, sino de sentido común. Porque cuando el viento sopla fuerte, más vale saber de dónde viene antes de que te tumbe la puerta.
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